Epílogo

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12 años después

Una sonrisa aparece en mi rostro a medida que Finnick me ataca con sus besos. Siento sus labios en mis párpados, mi frente, en la punta de mi nariz y en mis mejillas. Pero cuando está por llegar a mi boca lo siento alejarse.

—¡Amor! —protesto.

Abro los ojos, lo primero que me encuentro es un brazo a cada lado de mi cabeza. Sus rizos, ahora un poco más largos, caen de manera desordenada sobre su frente y mantiene una sonrisa engreída.

—¿Por qué paraste?

No responde, en cambio tensa los músculos de sus brazos y baja hasta quedar a la altura de mi cuello. Comienza a repartir besos en ese lugar para después pasar por mi pecho. Sigue bajando hasta levantar la tela del pijama y dejar un beso húmedo en mi vientre.

—Buenos días —susurra contra mi estómago.

—¿Saludas al bebé y a mí no?

—No seas celosa.

Apoya la cabeza en la almohada a mi lado y acaricia con sus dedos mi mejilla.

—Deberías felicitarme, pude dormir toda la noche, no te molesté ni una vez.

—Yo no lo recuerdo tan así...

Callo lo que iba a decir con un beso. Puede que sí lo haya molestado en la madrugada, pero solo fue una vez. Quería chocolate, más bien el bebé quería chocolate.

—Tramposa —dice cuando nos separamos.

Lo abrazo antes de que vuelva a replicar, escucho su risa ahogada en mi cuello ante ese gesto. Llevo mi atención hacia la ventana que se encuentra al lado de la cama. El sol está en lo alto y el mar se ve de un azul profundo.

—Está hermoso el día —murmuro.

—Como yo.

Corto el abrazo y enseguida suelta una carcajada.

—De acuerdo, ¿quieres tener un picnic en la playa? ¿Un desayuno barra almuerzo barra picnic?

—¿Qué hora es? —pregunto confundida.

—Cerca de las once de la mañana.

—¿Qué raro que no...

—¡Mamá! ¡Papá!

—No dije nada...

Sammy entra corriendo al cuarto y se sube rápidamente a la cama hasta quedar en medio de los dos, por lo que con Finnick tenemos que hacer lugar. Sus rizos rubios se encuentran completamente despeinados y tiene su boca en una mueca hacia abajo, como si en cualquier momento fuera a llorar.

—Elina no me quiere prestar su juguete —cruza sus pequeños brazos sobre su pecho.

—¿Qué juguete, cariño? —acaricio sus mejillas regordetas.

—El juguete que le regaló el tío Peeta y la tía Katniss.

—¡Mamá! —escucho otro grito—. ¡Es mío!

Elina se sube a la cama del lado de Finnick, lleva en sus manitas el peluche que le tejió Peeta con forma de oso. Las comisuras de su boca están hacia abajo, a punto de hacer un berrinche.

—Tienen que compartir —Finnick atrapa a nuestra hija entre sus brazos—. ¿Por qué no se lo quieres prestar, pequeña traviesa?

—Lo va a romper, papá —replica.

—Si lo rompe podemos arreglarlo, cariño —le sonrio—. Tiene solución.

—¿Qué piensan de un picnic en la playa? ¿Les gusta la idea?

La Sirena del Capitolio | Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora