Capítulo 17

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No tenemos ni un segundo de respiro cuando ambas estamos corriendo nuevamente por nuestras vidas. Estoy casi segura que la causa de esos gritos eran los profesionales, y no estamos en ventaja para enfrentarlos.

Seguimos el recorrido hacia el oasis. Me obligo a correr más rápido a pesar de los músculos agarrotados de mi pierna derecha y la pesadez de mi cabeza. No es momento de bajar la guardia.

—¿Alguna idea? —inquiere Vega con la respiración agitada.

—De momento vayamos hacia las montañas —respondo con la voz rasposa—. Al menos tendremos un lugar para ocultarnos.

—¿Y después de eso?

No respondo.

Solo tenemos dos cuchillos y una espada. Una mochila con suministros, sin agua y sin comida. Sin contar que no estoy en las mejores condiciones.

El sol cada vez se hace más presente dando paso a la mañana. Está todo a la vista ahora, las montañas se ven a un par de metros todavía, mientras que detrás nuestro se alza una duna que puede ocultar un poco nuestra visión.

A mi derecha, a pocos pasos, se vuelven a ver esas plantas recubiertas de espinas, las mismas que almacenan agua.

—Espera... —fijo mi vista en la planta, corriendo más lento—. Vega, espera.

—¿Estás loca? —sigue corriendo sin voltearse—. Hay que seguir.

—Tengo una idea.

Ella se detiene y gira para mirarme, pero mis ojos no se apartan del cactaceae. Vega se posiciona a mi lado, descuelgo mi mochila del hombro y paso la bolsa de dormir y la botella a la mochila de ella. Luego con mucho cuidado, tomo el cuchillo y corto la base de la planta.

La castaña presta atención a lo que hago y con su espada, atraviesa el tallo y lo coloca dentro de la mochila.

—Actúan como pequeñas agujas —informo—. Sería una lástima que alguien pisara por donde no debería, ¿no?

Ella sonríe, y volvemos a correr hasta llegar a la zona de las montañas.

El sol quema mi piel, la venda de mi pantorrilla pica y el torniquete que me hizo Vega en el muslo comienza a arder. Solo espero que no se haya infectado.

Cuando llegamos al oasis, enterramos el cactus cerca de la orilla. Es más probable que si alguien viene vaya al agua, al menos nos dará, en todo caso, un tiempo de correr... o luchar.

Luego nos ocultamos entre unas rocas y guardamos silencio. Tal vez quien sea el que haya ocasionado esos gritos esté en la otra punta de la Arena, pero siendo tan pocos, los Vigilantes no desperdiciarían una oportunidad así. Después de todo es un show.

Trato de regular mi respiración. Llevo mis dedos a la venda de mi muslo y la mantengo sobre este, intentando mitigar el dolor, aunque es en vano.

—Te digo que vi algo.

Con Vega compartimos una mirada de alerta. Es la voz de una chica, pero no sé a quién pertenece.

—Tenemos que volver con Einar y Morgan, no habrán encontrado su presa todavía.

Me tenso al escuchar esa voz.

Es Blake.

Me pego más contra la roca si eso es posible y con la mano que no estoy sosteniendo mi pierna saco el cuchillo de la cintura de mi pantalón, dejando el otro guardado.

Vega sostiene con más fuerza la espalda y su expresión de terror pasa a una amenazante.

—Vamos, Madison —dice el compañero de mi distrito en reclamo.

La Sirena del Capitolio | Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora