Capítulo 40

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Pequeños besos en mi rostro me despiertan.

Trato de enfocar la vista, ya que entra demasiado sol por la ventana y lo primero que veo es al rubio con una gran sonrisa besando mi abdomen y subiendo hasta mis labios.

—Buenos días —digo con voz todavía adormilada.

—Sí que son buenos —responde y continúa su reguero de besos pasando por mi cuello y devuelta a mi boca.

—¿Por qué tanto cariño? —inquiero divertida.

—Tú lo provocas, no me pude resistir —menciona serio—. Necesitaba ver cómo despiertas con mis besos.

—Estás demasiado cursi, Odair —bromeo—. Además de la falta de humildad recurrente en ti.

—Te gusto siendo cursi y engreído —besa un punto en mi cuello que me hace suspirar.

—Es verdad —me muerdo el labio para evitar hacer un sonido en específico—. Me gustas.

—Y tú me gustas a mi, señorita Harkin —ataca mis labios.

Le devuelvo el beso con ansia, queriendo más de él. Creo que nunca me voy a cansar de sus labios. Se coloca de costado y giro la cabeza para seguir besándolo.

Es increíble como el cuerpo de Finnick siempre se encuentra caliente, a pesar de que algún día no tome sol está de la misma manera. Me reconforta.

Cuando nos separamos me estrecha entre sus brazos.

—¿Estás segura que no dirá nada?

—Confío en ella, Finn.

Luego de la cena que organizó Annie por su casamiento, le conté a Finnick lo que había hablado con mi hermana, que ella sabía de lo nuestro. Está un poco paranoico desde ese momento, siendo más cuidadoso cuando estamos en público y reafirmando que solo Gia sabe de lo nuestro y nadie más.

—Si seguimos así estaremos bien —afirmo—. Frente al distrito seguimos siendo amigos, nadie vió una actitud sospechosa porque no lo demostramos. Estamos bien, Finn.

—Lo sé —suspira—. Lo siento por estar así, no quiero que nada te pase. Que nada nos pase.

Se levanta de la cama. Hasta ahora me doy cuenta que ya está vestido con unos pantalones y una camisa blanca.

—Voy a preparar el desayuno.

Y sale por la puerta.

Luego de pasar diez minutos más en la cama decido levantarme.

Es verdad lo que le dije a Finnick, vamos a estar bien si seguimos de la misma manera. Cuando vamos a la playa no mostramos ninguna muestra de afecto que dé a entender que somos más que amigos. Después de que Gia me dijera que éramos demasiado obvios, tomamos más precauciones.

Estamos evitando ir a la playa que está en medio de la cueva por miedo a que nos vean salir de ahí solos.

Cuando estoy lista bajo hasta la cocina. El olor a té de hierbas, pan, huevos y fruta me recibe.

—Para ti, bella dama —me entrega una taza.

—Gracias, caballero —rio.

Comemos mientras bromeamos, sinceramente nuestra relación no cambió mucho, solo se agregó el hecho de que ahora nos besamos.

Pero no queremos presionarnos, por el momento estamos bien así. Ya nos sentimos presionados lo suficiente en nuestra corta vida.

—¿A qué hora llegan?

La Sirena del Capitolio | Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora