CAPÍTULO 40

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No sabía si me había perdido o no, pero tras varios minutos dando vueltas en busca de un taxi, llegué a la conclusión de que había estado dando vueltas en círculos como una completa idiota.

¿cómo era posible que no pasara ni un taxi?

Apenas había coches y aquél lugar dejó de parecerme tan bonito para recordarme a Belgravia. ¿Dónde narices estaba todo el mundo?

Me crucé de brazos sin dejar de caminar y entonces escuché unos pasos detrás de mí. Frené de golpe y me giré para observar a un hombre que parecía estar dando una vuelta.

Así que continué caminando y giré a la izquierda aún en busca del taxi.

Pero cuando escuché los pasos del hombre torcer hacia la izquierda supe que algo andaba mal.

¿Era algún matón contratado por Jacob? ¿Venía a secuestarrme de nuevo?

No lo dudé, eché a correr intentando ignorar los puntos que aún tenía en mis heridas y me giré viendo cómo aquel hombre vestido completamente de negro a juego con sus gafas de sol aumentaba también sus pasos.

Pero cuando me di cuenta de que no servía de nada correr en círculos en aquella urbanización, opte por esconderme detrás de una columna intentando pasar desapercibida.

-Srta Brown, no se asuste..

Fruncí el ceño escuchándole hablar.

-Su padre me contrató para seguirla en todo momento- escuché su respiración agitada- no le voy a hacer nada.

Solo entonces salí de mi escondite.

-¿Vigilarme?

El hombre asintió.

-No ha sido nada fácil encontrarla- dijo.

Lentamente caminé hacía él y me eché el pelo hacia atrás con enfado. ¿Mi padre había enviado a alguien a vigilarme? ¿Acaso no le había quedado claro que yo no era de su pertenencia? 

-Me da igual lo que hablaste con mi padre- intenté parecer serena aunque mi rabia iba solo en aumento- pero vas a dar media vuelta y le dirás a mi padre que yo no necesito a nadie para que me cuide ni para que me espie.

-Srta Brown yo no puedo…

-¡¿Quién coño te crees?!-grité dejando atrás el papel de buena- si yo desapareces ahora de mi vista te juro que llamaré a la policía.

-Srta por favor…

Negué con la cabeza y retomé mis pasos al mismo tiempo que un taxi pasaba por esa misma calle. No tardé en levantar la mano para hacerle frenar y cuando lo hizo me giré para mirar a aquél siniestro hombre.

-¿A dónde la llevo?-preguntó el taxista.

-Belgravia-contesté.

Y mientras el taxista se perdía por las calles de aquella urbanización hasta lograr salir a la carretera principal, yo apoyé mi cabeza en el respaldo intentando respirar con normalidad para no acabar con un terrible dolor de cabeza.

Mi padre había decidido casarse con la persona que él había elegido pensaba que era correcto.¿Por qué entonces no me dejaba a mí estar con quién yo quisiera?

Suspiré.

¿Iba a seguir siempre todo igual en Inglaterra? ¿Acaso jamás iba a poder vivir a mi manera?

Me perdí en mis pensamientos durante un rato más hasta que reconocí las casas de Belgravia.

-En el número 13-dije.

El taxista asintió entrando en una de las calles mientras yo me preparaba para enfrentarme a mi padre. Y no tardó mucho, en cuánto frenó bajé apresuradamente saludando con una mano a Alfred que apoyado en la limusina mordía una manzana.

-Srta Brown, que sorpresa.

Sonreí viendo cómo se acercaba a mi dispuesto a abrirme la puerta.

-¿Está mi padre en casa?

Alfred negó con la cabeza dejándome pasar.

-Sé fue bastante temprano- contestó.

-Vale..-susurré- voy a…voy a coger unas cosas de mi habitación.

Hice el amago de comenzar a andar, pero entonces mis ojos coincidieron con los de Margaret, que desde el porche me miraba con una amplia sonrisa.

-William estará encantado de verte aquí-dijo.

Tragué saliva y sonreí con toda la falsedad que pude.

-No creo que siga aquí cuando mi padre llegue-comenté subiendo los escalones de piedra- solo vengo a recoger algunas de mis cosas.

-¿Tus cosas?- preguntó soltando una pequeña risilla- creo que tu padre donó todo a una causa benéfica.

Sonreí siguiéndole el rollo.

-Me gustaría comprobarlo por mi misma- entré dentro de la casa y caminé decidida hacia las escaleras de mármol blanco que conducían al piso superior.

Escuché el sonido que provocaba sus tacones detrás de mí y fruncí el ceño sintiéndome realmente irritada con su actitud.

Apresuré mis pasos y abrí la puerta de mi cuarto quedándome helada al ver aquél cuarto completamente vacío.

No había cama, ni ningún espejo, tampoco había fotos mías ni parecía haber indicios de que en aquella habitación hubiese dormido antes alguien.

Di un paso hacia delante y caminé hacia lo que era mi vestidor, un vestidor que ahora no guardaba ni una minúscula camiseta.

-Los donó a una causa benéfica-repitió ella detrás de mí.

Tragué saliva intentando con todas mis fuerzas no darle el gusto de llorar, incapaz de darme la vuelta y enfrentarla.

-Es extraño ¿Verdad?- escuché de nuevo sus tacones- es como si jamás hubieses vívido aquí.

Me mordí el interior del labio aguantando el llanto.

-Pero bueno…-susurró aún detrás de mí- al menos ya tienes lo que querías.

-¿Lo que quiero?-pregunté armándome de valor para girarme.

-Si, ya sabes- Margaret se encogió de hombros sin dejar de dedicarme una estúpida sonrisa- hacer lo quieres sin importarte lo que todo el mundo piense de tu reputación.

-Mi reputación…-susurré casi para mí misma.

Di un paso hacia ella esta vez sin ocultar las lágrimas que se acumulaban en mi lagrimal.

-Me enamoré Margaret, ¿Acaso eso es un delito?- me limpié con una mano las lágrimas que surcaban mis mejillas- al menos yo puedo decir eso.

Ella dio un paso hacia atrás borrando al fin la sonrisa que parecía casi tatuada en su rostro.

-Podrás reírte y podrán hacerlo los demás -me encogí de hombros dolida- pero yo viví el amor y no me rendí a lo que dictan nuestros padres, a esa horrible obligación de casarte con alguien con un estatus económico más elevado que el tuyo.

La fulminé con la mirada dando otro paso hacia ella.

-Espero que la decisión que tomaron tus padres de obligarte a casarte con mi padre te deje a ti dormir por las noches- me humedecí los labios con nerviosismo- y si solo fue decisión tuya, espero que nunca te arrepientas de casarte con un hombre tan mayor por aumentar tu estatus.

Me di media vuelta y caminé saliendo de mi habitación.

-El amor se acaba-dijo.

Sin dejar de caminar sonreí.

-El dinero también-respondí.




LA FINA LÍNEA QUE NOS SEPARÓDonde viven las historias. Descúbrelo ahora