THOMAS ROTH

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DIEZ AÑOS MÁS TARDE.

Me apoyé en el marco de la puerta y me fijé en como Ada en la penumbra de la habitación, iluminada con solo una pequeña lámpara en forma de estrella fugaz, hablaba distraídamente con Ella, nuestra pequeña Ella.

Las dos conversaban distraídas sin percatarse de mi presencia, de como las admiraba desde mi posición mientras sentía mi corazón derretirse con cada carcajada de ellas. 

-La cena está lista-dije al fin provocando que las dos guiarán sus miradas hacia mí.

Ada se incorporó y me miró frunciendo el ceño con gesto divertido.

-Nos has interrumpido en la mejor parte.

-Eso papá-me señaló Ella con el dedo.

-Tienes tiempo de sobra para más tarde continuar escuchando las historias ñoñas que te cuenta tu mamá ¿No crees?

Ada se hizo la indignada y Ella la imitó provocándome soltar una carcajada.

-Mis historias son más divertidas cariño- caminé hacia ellas y me senté en la cama cogiendo a Ella con una mano para sentarla en mi regazo.

-De aventuras, de peligros, de…

-No papá- me interrumpió intentando cubrir mi boca con su diminuta mano- no hay amor.

-Claro papá-se burló Ada levantándose de la cama- a nosotras nos gusta el romanticismo.

Me reí poniendo los ojos en blanco y cogí a Ella en brazos mientras caminaba fuera de la habitación.

-Entonces me convertiré en tu príncipe- la senté en una de las sillas y me arrodille besando su mano- tu príncipe azul¿ Se dice así?

Ella entusiasmada comenzó a reír.

-Y seré tu príncipe azul hasta que cumplas los cincuenta años-dije esta vez frunciendo el ceño.

-Si, si, si- se entusiasmó.

-¿Solo tiene cinco años y ya empiezan a surgir tus celos?- preguntó Ada sentándose a la mesa con una amplia sonrisa.

-Claro que sí- contesté poniéndome de pie- además¿Quién le prepararía los macarrones con tomate más ricos del mundo?

Ella solo reía, pero Ada captó la indirecta al instante.

-En eso tiene razón papá- dijo Ada con las mejillas algo rosadas- habrá muchos peces en el mar, pero recuerda cariño, que solo por uno te darán ganas de lanzarte al mar.

Sonreí.

-Eso es Ella- les serví los platos y besé la cabeza de mi preciosa hija- pero recuerda que ese pez solo puedo ser yo ¿Entendido?

-Pero papá- se quejó Ella.

La miré embelesado igual que en aquél momento lo hacía Ada.

-Papá, a mi me gusta más la pizza.

Y en ese momento no pude evitar soltar una carcajada sonora sintiéndome el hombre más afortunado del mundo.

Ada creía a ciegas en el hilo rojo que nos había unido, yo sin embargo, aunque nunca se lo dije, creía sin lugar a dudas en el destino.

Si aquella noche en la que mi mirada se posó en Ada por primera vez hubiera decidido no acudir al bar de mi familia ahora no estaría sentado en esta mesa con las dos mujeres más importantes de mi vida. No hubiera amado hasta casi perder la razón ni me hubiera convertido en el hombre que era ahora.

Sin poder evitarlo desvíe la vista hacia mi preciosa Ada y le guiñé un ojo mientras Ella comía los macarrones con tomate distraídamente.

Aquella mujer había vuelto mi mundo patas arriba desde el mismo día que estuve apunto de atropellarla. Aquella mujer que le robaba un macarrón a su hija cambió lo que era, lo que soy y lo que seré con solo una mirada. Y estaba en deuda de por vida con el destino por que gracias a él me mostró que nada en el mundo era tan oscuro ni estaba tan cerrado, siempre, siempre habia una luz que te sacaba de ese agujero negro en el que podías hundirte, siempre, siempre habia una ventana dispuesta a darte una salida.

Y mi salida, mi salvavidas fue ella.

Ada Brown.

Mi destino e indudablemente la otra parte del hilo rojo que siempre me ataría a ella.


LA FINA LÍNEA QUE NOS SEPARÓDonde viven las historias. Descúbrelo ahora