CAPÍTULO 61

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Hay muchas formas de narrar la leyenda del hilo rojo, hay miles de formas de contar cómo dos personas terminan atadas y predestinadas a estar juntas.

De todas esas leyendas, mi favorita era la versión que me contaba mi madre, la versión que me hacía fantasear con el amor de mi vida.

La leyenda que ella me contaba trataba sobre un anciano que habitaba en la luna, un anciano que todas las noches cuando desaparecía el sol detrás de las montañas aprovechaba para buscar entre todas las almas aquellas que estaban predestinadas al nacer a unirse en la tierra.

Cuando ese anciano daba con esas personas les ataba un hilo rojo para que no pudieran perderse, aunque ese hilo se enredase, aunque se tensara, ese hilo les recordaba que había un vínculo más grande entre ellas. Algo imposible de romper.

Y mientras Thomas me miraba con el anillo en la mano, mientras todo el mundo esperaba expectante mi respuesta, casi aguantando el aliento para no perderse detalle, yo en ese momento escuché la voz de mi madre narrarme  la leyenda de nuevo, casi como si estuviera delante de mí.

Recordaba su dulce  voz diciéndome que aquel amor que yo esperaba llegaría como una ráfaga, casi precipitándome al vacío, ese amor me encogería el corazón y me haría gritar llena de rabia. Me haría perder la cabeza, me haría llorar, reír y sentir. Sentir de la forma más pura y real que conocería jamás.

Sentir como yo sentía por Thomas, sentir hasta plantearme si mi corazón iba a aguantar tanto sentimiento.

-Thomas…-susurré al fin intentando no romper en llanto- me prometiste ponerme un anillo en el dedo, que solo tenía que darte unos días, que solo…

Me quedé en silencio llevándome una mano a la boca mientras mi emoción me invadía provocándome el llanto.

-Hace cuatro días te odié con todo mi corazón, odié nuestros enfados y nuestras idas y venidas.

Sollocé sin poder contenerme mientras él se levantaba y olvidándose de su pregunta me abrazaba con fuerza atrayéndome hacia él.

-Estoy enamorada de ti, Thomas Roth, enamorada hasta más no poder-sollocé- y prefiero mil enfados tuyos que una vida alejada de ti.

Se apartó de mí escuchándome con atención mientras yo asentía entusiasmada.

-Si, si quiero casarme contigo, sería más idiota y capulla que tú si no aceptará pasar el resto de mi vida junto a ti.

Me lancé encima de él sin soportar mucho más la distancia que había entre nuestros labios y sonreí a mitad del besó escuchando los aplausos de familiares y amigos.

Lentamente me alejé de Thomas y sin soltar sus manos desvíe la vista hacia mi padre en busca de su aprobación.

-Mamá siempre soñó esto para mí- dije entre lágrimas- y si me viera ella entendería y aceptaría que la felicidad y el amor es mucho más importante de todo lo que puede darme el dinero.

Caminé hacia mi padre que aún mantenía su gesto.

-A la tumba no voy a llevarme mis diamantes ni mis vestidos-me humedecí los labios con nerviosismo- pero si me llevaré la satisfacción de haber vivido mi vida con la persona que yo escogí, igual que mamá hizo contigo.

-Yo creo que hacéis una pareja ideal-comentò Margaret rompiendo aquél horrible silencio que había creado mi padre- me alegro mucho por vuestro compromiso.

-Gracias..-susurré sin dejar de mirar a mi padre.

-Lo haré de todos modos- me encogí de hombros aguantando el horrible nudo de impotencia que se había formado en mi garganta- pero como cualquier hija busca que sus padres la apoyen en algo tan importante como esto.

-Lo siento- dijo al fin mi padre- no puedo darte mi bendición.

Asentí con tristeza.

-Pues yo si os la doy- Margaret caminó hacia mí y tiró de mi mano caminando hacia Thomas.

-Margaret no hace falta…

-Thomas,¿ Verdad? eres más que bienvenido a esta familia- me soltó la mano y le dio dos besos a Thomas bajo mi atenta mirada- solo espero que hagas muy muy feliz a Ada.

Desvíe de nuevo la vista hacia mi padre y tragué saliva agarrando la mano de Thomas.

-Haré todo para que sea feliz-sonrió él llamando mi atención- dedicaré lo que me queda de vida para hacerla feliz.

Le miré a los ojos y por un momento me olvidé de mi padre.

La vida nos había unido, nos había separado y nos había vuelto a unir.

Sonreí agachando la cabeza con timidez.

El hilo rojo se había estirado, tensado, enredado y alargado más de la cuenta, pero ahora, ahora que los ojos más bonitos que había visto en mi vida me miraban solo a mi, lo comprendí todo.

Él anciano que habitaba la luna nos había escogido y no se había equivocado. Desde que Thomas y yo nos cruzamos por primera vez en aquél callejón lo supimos al instante

Estábamos predestinados a estar juntos.

LA FINA LÍNEA QUE NOS SEPARÓDonde viven las historias. Descúbrelo ahora