15- Al diablo las estrellas

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—Maldita sea, odio a nuestro padre

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—Maldita sea, odio a nuestro padre.

—Lo sé—, respondió Rayden desde el otro extremo de la mesa.

—Emir ahora será miembro del equipo de seguridad.

—¿Y qué? —era evidente que a Rayden le importaba muy poco el asunto, estaba más empeñado en seguir revisando el enorme catálogo donde se mostraban destalles de todos los modelos que desfilarían en su próxima colección.

Raykel lo miró ofendido.

—¿No te importa la situación de Emir?

—¡No! Y no entiendo por qué le das tanta importancia, después de todo, nunca hace nada, es bueno que sea útil.

—¿Cómo puedes decir algo así?

Raykel miró a su alrededor en busca de cualquier cosa que le sirviera para golpear a su hermano, pero en la cocina no veía nada que le permitiera golpearlo sin herirlo de gravedad, hasta que fijó la mirada en el frutero.

—¡Maldita sea, Raykel! —se quejó Rayden en cuanto una naranja golpeó su cabeza.

—Cuida ese vocabulario, jovencito.  —Martha, quien supervisaba las cocineras al otro lado de la meseta que dividía el área de preparación del resto de la cocina, se apresuró a regañarlo.

—Pero Nana, él me acaba de golpear sin razón.

—Raykel, discúlpate con tu hermano.

Raykel miró a su hermano con malas intenciones y sin ningún rastro de sinceridad, pidió disculpas.

Rayden se levantó de la silla y rodeó la mesa más rápido de lo que Raykel fue capaz de distinguir, cuando se dio cuenta, su hermano ya le había propinado tremenda bofetada.

—Estás perdonado.  —le dijo con satisfacción.

—Prometieron que nunca más volverían a pelear.

—Yo nunca he dicho eso—, respondieron los gemelos al mismo tiempo —Y si lo dije ya no lo recuerdo —continuaron hablando sincronizados hasta que no pudieron evitarlo y se rieron a carcajadas.

Pero las risas desaparecieron cuando notaron que quien había hablado era su madre, sí, su verdadera madre, la misma que los llevó en el vientre nueve meses y la misma que permitía que Aron y Eliz hicieran con ellos lo que quisieran.

Eliza llevaba un tiempo sin aparecer en la mansión, y aunque los gemelos estaban acostumbrados a ese tipo de intercambios, no podían evitar sentirse un poco incómodos.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó Raykel de mala gana sin ser capaz de mirar a su madre a la cara.

—Los extrañaba. —contestó la mujer y con afecto se acercó para abrazarlos, pero Raykel retrocedió. En cambio, Rayden si permitió que su madre lo abrazara.

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