33- ¡Que empiece el juego!

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Un escalofrío recorrió mi cuerpo al despertar de un mal sueño. Me llevé las manos a la boca para contener un grito y miré a mi alrededor. Estaba en la cafetería donde había quedado con mi madre. No sé en qué momento me quedé dormido, pero tuve una pesadilla terrible: Rachel me agredía con violencia y yo no entendía el motivo. La única pista que tenía era lo que podía ver reflejado en su mirada llena de odio.

Froté mi cara y traté de calmarme. Entonces vi que Rachel estaba a mi lado. Aún estaba atontado, pero me levanté y me alejé de ella, asustado.

—Emir, ¿estás bien? ¿Qué te pasa? Llegué hace unos minutos y te encontré dormido. Te llamé varias veces, pero no me respondiste. La gente ya empezaba a mirarnos raro.

Sentí desconfianza al mirarla. Todavía afectado por el sueño, seguía sin creer en ella.

¡Maldición! No lo quería reconocer, pero su llamada en verdad me había afectado tanto que al dormirme tuve una especie de visión de lo que podría haber pasado cuando nos encontráramos. Y es que la había percibido enfadada como si estuviese dispuesta a acusarme de algo.

Ella no insistió en preguntar si estaba bien, aunque pude notar que me lanzaba algunas miradas cautelosas mientras tomaba asiento en la otra silla.

No fue hasta pasados unos minutos que pude volver a actuar con naturalidad. Cuando por fin mi mente estuvo medianamente despejada, me di cuenta del atuendo que llevaba: peluca negra, enormes lentes oscuros, un vestido floreado y un abrigo estampado por encima. Por amor a Dios, se veía ridícula.

Quise reír, pero era mi madre. Ella no inspiraba mucha gracia, a pesar de ese disfraz.

—Precaución —dijo ella como si leyese mi mente. Yo asentí para indicarle que entendía, aunque para serles sincero no tenía ni idea de qué se estaba cuidando o de quién.

—¿Quieres tomar algo? —pregunté, lanzándome a la suerte y aferrándome a la casi nula probabilidad de que dijera que sí.

—Por supuesto —aceptó y si no estaba enloqueciendo por los nervios, creí ver el asomo de una sonrisa. Eso sí que fue extraño. Cuando me llamó pude notar su frustración, pero algo había cambiado en el lapso que le tomó llegar a la cafetería.

Fui a la barra y pedí un café con leche y unas magdalenas. Después de un rato mi madre sostenía la taza de café con ambas manos y me miraba como si esperase que le dijera algo. Tuve un mal presentimiento.

—¿Cómo has estado? —preguntó ella con voz suave.

—Todo bajo control —respondí sin mucho entusiasmo y por cómo me miró, estoy seguro de que no me creyó nada.

—Eso es bueno —continuó ella tratando de llenar el vacío con palabras.

—Pues sí —asentí sin saber qué más decir.

No le importaba mucho saber de mí, eso estaba claro. ¿Qué motivo tendría para llamarme?

Sentía una gran curiosidad, pero no era capaz de hablar con ella de forma normal y serena. Siempre dejaba que fuera ella la que empezara, no por respeto, sino más bien por miedo. Me daba miedo, lo admito con vergüenza, pero me daba miedo mi madre y ese miedo solo servía para crear barreras insalvables que nos alejaban cada vez más.

Su atención estaba puesta en algo fuera de la ventana y yo me pregunté qué sería. Sin las gafas oscuras que llevaba, sus ojos revelaban un destello de emoción que me intrigó.

No podía creer lo que veían mis ojos cuando Owen apareció por la puerta de la escuela, acompañado de su amigo. Mi adorable hermanito tenía una expresión tan serena e ingenua que me invadió el impulso de ir a abrazarlo. Me alegré mucho de verlo, hacía semanas que no lo veía.

InestableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora