54- Algo raro nos acecha.

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"Suéltalo"

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"Suéltalo"

"Suéltalo"

"Suéltalo"

Emir se detuvo al borde de la carretera, y con un gesto desesperado, se golpeó la cabeza con las manos, tratando de ahuyentar la insistente voz de Raykel. Había soñado con matar a Leo de innumerables formas, pero nunca había imaginado cómo se sentiría realmente al hacerlo. Una angustia se enroscaba en su pecho, tan intensa que le dificultaba respirar. Observó las marcas que aún surcaban sus manos, vestigios de haber sostenido la cortina de la cual Leo pendía, y un profundo asco de sí mismo lo invadió. Había acabado con una vida, y esa no era un hecho que se pudiera asimilar con facilidad.

Encendió el vehículo y se fue por un camino poco transitado. Las calles vacías y el silencio de la noche le dieron espacio para pensar, solo interrumpido por algún que otro transeúnte. En diez minutos, que se sintieron más largos por su nerviosismo, llegó. Frente a él estaba el edificio, grande y moderno, con luces que destacaban su diseño incluso de noche. La estación de policía estaba abierta, como cualquier recinto de justicia en la calma nocturna, lista para escuchar lo que tenía que decir.

Cuando Emir bajó de su vehículo, la inquietante sensación de haber sido seguido se confirmó. El coche que lo perseguía se detuvo abruptamente a su lado, y de él salió Raykel. Con pasos decididos, se acercó a Emir y, con un gesto brusco, lo arrastró fuera del auto, sujetándolo con fuerza por la camisa.

—¿No te había dicho que te fueras a casa? —preguntó Emir, liberándose con destreza del agarre y adoptando una postura defensiva.

—¡Ve a la policía! —exclamó Raykel, la ira en su voz era tan palpable que sus palabras parecían atragantarse en su garganta.

—Lo haré —respondió Emir con una advertencia en su tono, y comenzó a alejarse.

—Sí, vete. Entrégate. Abandona a Owen a su suerte, olvida a tu abuela, a los hombres que dependen de ti —Raykel observó cómo Emir se detenía en seco—. ¡Vete al diablo y déjame aquí con mi hermano en coma, vete y déjame enfrentar esto solo!

Emir exhaló un suspiro profundo y retrocedió, pero luego se acercó a Raykel hasta que sus respiraciones se entrelazaron.

—Estoy asustado, estoy exhausto de todo esto —dijo, sosteniendo el rostro de Raykel entre sus manos—. No aspiro a una vida completamente feliz, solo quiero un poco de paz, ¿entiendes? Un respiro. Necesito hacer lo correcto, al menos una vez.

Raykel mordió su labio inferior, luchando por contener las lágrimas.

—Si te entregas a la policía, se acabará todo, perderemos todo. Y yo... yo no estoy preparado para perderte.

La culpa que Emir sentía era profunda y desgarradora. Al ver el miedo y la desesperación en la mirada de Raykel, comprendió una vez más que prefería morir lentamente por dentro antes que abandonarlo. Estaba dispuesto a retroceder, a soportar la pesada carga de su culpa y hacer lo que fuera necesario para mantener a Raykel a salvo. Era un error gravísimo, destructivo en todas las medidas posibles, pero su existencia dependía de ello; si se entregaba a la policía y confesaba todos los crímenes que había cometido y encubierto, si ponía fin a todo, ¿qué quedaría de su vida? Emir sabía que no era nada sin alguien que dependiera de él, porque sentirse necesario y saber que Raykel dependía de él era lo que le mantenía mínimamente cuerdo. Más allá de su historia juntos, más allá de su amistad, más allá del profundo amor que se tenían, la dependencia mutua era lo que más daba sentido a sus vidas.

InestableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora