30- Inestable (2da parte)

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El sonido mortificador del teléfono de Raykel no pudo ser más oportuno, Emir sintió que despertaba de un largo sueño, uno emocionante. Retrocedió unos pasos y limpió sus lágrimas con el dorso de la mano. Estaba avergonzado, por lo que dio media vuelta como si esto le impidiese a Raykel darse cuenta de que también había llorado.

—Ya voy saliendo —dijo Raykel al teléfono, forzando la voz para parecer tranquilo.

Emir carraspeó, intentó actuar normal, pero cuando Raykel se acercó a él y le tocó la barbilla, casi tropezó en sus propios pasos mientras retrocedía.

—Te pondré esto —indicó Raykel mientras le mostraba una base de maquillaje—. Esas marcas aún son visibles.

Instintivamente, Emir llevó una mano a su barbilla y entonces recordó las heridas que le había hecho su madre con las uñas.

—Eso fue...

—No he preguntado —dijo Raykel con indiferencia y comenzó a cubrir con maquillaje las marcas—. Después de todo no tengo el derecho a preguntar, ¿o sí?

—¡Ray!

—¡Vamos! Rayden y su asistente ya se fueron.

Raykel tomó un bolso negro que tenía sobre un sofá, le dio un último vistazo a su reflejo en uno de los espejos de la habitación y salió dejando la conversación en el aire. Llevaba una camisa holgada de color gris y pantalones negros de corte alto, bolso de diseñador y su característico perfume con olor cítrico que de pronto le recordó a Emir lo que había sucedido con Rayden en la otra habitación; se maldijo nuevamente por no reconocerlo al instante.

El guardaespaldas respiró hondo y antes de seguirle el paso a su "jefe" se puso un auricular en el oído y adoptó su papel.

—¡El señor Raykel va de salida, tengan el auto listo! —dijo Emir y la respuesta de confirmación llegó a su oído casi de inmediato por parte del equipo de seguridad del hotel.

Aquel día Raykel decidió bajar por la parte interna del hotel, por donde todos los vieron pasar; empleados y huéspedes. Pero se arrepintió de haber tomado esa iniciativa en cuanto alcanzó a ver un señor mayor con rasgos asiático que caminó en su dirección tan pronto como notó su presencia.

—¡Señor Kadek! —saludó Raykel con un encanto que Emir percibió como grito de auxilio y comprendió la razón en cuando notó la mirada maliciosa del hombre mientras se acercaba para saludar.

—¡Qué agradable sorpresa! —musitó Kadek en un español apenas entendible—, llevo varios días hospedado en su hotel, pero no había tenido la dicha de verlo.

Raykel sonrió con gracia y le estrechó la mano al hombre cuyos ojos rasgados parecían una especie de escáner.

—Es lamentable no haberlo visto antes, pero quiero pensar que no había un mejor momento que este —Raykel soltó una risa discreta— el destino, supongo.

Kadek mostró sus dientes, amarillentos por el tabaco, esbozando una sonrisa perversa y sin soltar la mano de Raykel se acercó —demasiado, según pudo observar Emir— ¿Qué le parece si tomamos una copa?

Al notar la cercanía de aquel viejo grosero, Emir hizo un sonido con su garganta y fingió ver algo en su teléfono.

—Lamento interrumpir, señor —dijo Emir—. Se le está haciendo tarde.

—¡Oh! Cierto —afirmó Raykel un poco nervioso y retrocedió unos pasos—. Creo que le voy a deber el trago, señor Kadek. Tengo una reunión con mi madre y no quisiera...

—¡Por favor! —soltó el hombre con voz estridente—. Una bella dama como su distinguida madre no puede hacerse esperar.

El hombre se hizo a un lado y le permitió el paso a Raykel y a Emir, que lo siguió más de cerca, no sin antes lanzarle una mirada furtiva a Kadek que no tuvo reparos en brindarle una sonrisa.

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