37- Los monstruos son amados

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Los monstruos son valorados y respetados por aquellos que comparten sus intereses y ambiciones. Pero son temidos y rechazados por aquellos que sufren las consecuencias de sus actos.

 Pero son temidos y rechazados por aquellos que sufren las consecuencias de sus actos

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Raykel se despertó antes de lo acostumbrado esa mañana. Había tenido pesadillas que lo hicieron sudar y temblar, por lo que se levantó con el cuerpo algo cansado. Emir, que dormía con él, se había despertado cada vez que él lo hacía y lo había abrazado para tranquilizarlo. Raykel se volteó entre las sábanas blancas y suaves para mirar el rostro de la persona que había sido tan comprensiva con él y se sorprendió al ver que no estaba allí. Emir se había levantado antes que él y había salido del cuarto.

Se sentó con cuidado, apoyándose en los brazos. Sintió un dolor en el muslo, donde tenía la herida que Emir le había curado con habilidad. Miró el reloj digital de la mesilla de noche y vio que eran las cinco y cuarenta y cinco de la mañana. La habitación estaba oscura y la única luz que la iluminaba era la del reloj y la que entraba por la ranura de la puerta desde el pasillo.

Caminó con dificultad hacia la puerta sintiendo el frío del suelo bajo sus pies y la abrió despacio para ver que el exterior estaba tan vacío como él se sentía. Recorrió el pasillo hasta llegar a las escaleras negras que llevaban a la sala de estar y desde allí vio a Emir de pie junto a la ventana que iba desde el suelo hasta el techo.

Emir solo llevaba un pantalón de pijama a cuadros, el pelo suelto cubriéndole la espalda ancha y un aura sombría que lo envolvía en aquel silencio agobiante.

—Ven aquí —dijo Emir con una calma inquietante en su voz.

Raykel no supo cómo notó su presencia, así que se asustó cuando lo invitó a acercarse. Bajó las escaleras con cuidado, temiendo tropezar y caer. Cruzó la sala con pasos lentos y silenciosos, mientras Emir seguía de espaldas, mirando por la ventana. Al llegar junto a él, lo abrazó por la cintura y apoyó la cabeza en su espalda.

Sentía el calor de su cuerpo, que le transmitía una sensación de paz y seguridad.

—¿Qué haces levantado tan temprano? —preguntó Emir, girándose para mirarlo.

Sus ojos verdes recorrieron el cuerpo de Raykel, apenas cubierto por un bóxer blanco. Se detuvieron en su rostro pálido, en sus ojeras marcadas y su cabello revuelto.

—Eres perfecto —murmuró con voz ronca y profunda.

—No digas tonterías —replicó Raykel con tristeza.

Emir acarició su mejilla con delicadeza, como si tuviera miedo de romperlo. Se inclinó y lo besó con ternura, aprovechando su sorpresa y su debilidad.

—Te amo —susurró Emir—. Te amo tanto que haría cualquier cosa por ti.

—¡Em! —exclamó Raykel con lágrimas en los ojos.

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