09- Estamos jugando.

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—¿Vendrás a la fiesta esta noche? —preguntó Leo con entusiasmo

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—¿Vendrás a la fiesta esta noche? —preguntó Leo con entusiasmo.

—No creo que pueda —dijo Raykel mientras recostaba la cabeza en el hombro de Leo.

Los jóvenes estaban aprovechando el receso entre clases para comer juntos bajo las gradas del campo de futbol. Mientras tanto, Leo intentaba convencer a Raykel para que fuera a una fiesta que ofrecería un amigo la noche de aquel viernes.

En los últimos meses, la relación entre Leo y Raykel se había convertido en algo cada vez más complicado y confuso.

—No me mires así, sabes que mis padres no me dejan salir a casi ninguna parte. Además, aún no tengo edad para salir de fiestas, eso sin tomar en cuenta que sería riesgoso que nos vean juntos en algún otro lugar que no sea la escuela.

Leo se mostró un poco irritado, sabía que Raykel tenía razón, pero le molestaba demasiado ser rechazado.

—Me tomo las molestias de invitarte y me rechazas, ¿es en serio? —Leo se puso de pie y tiró al suelo su comida como muestra de disgusto —pensé que me querías.

Aun confundido por la repentina y exagerada reacción de Leo, Raykel hizo lo mismo; se puso de pie y lo siguió. Al salir de las sombras que proporcionaban las gradas, Raykel notó que Leo ya iba a mitad del campo de futbol; sus piernas largas le daban la posibilidad de recorrer una larga distancia en poco tiempo.

Todos los factores climáticos decían que sería una tarde lluviosa, es por esto que, tal vez, no se podía ver a nadie por los alrededores. Por lo general, la gente suele esconderse bajo techo en los días fríos y nublados como aquel.

—Espera —gritó Raykel, mientras corría para alcanzar a su ¿novio? «Lo cierto es que ni siquiera este autor sabe que nombre ponerle a esta relación»

—Es evidente que no te importo —dijo Leo con una melancolía poco convincente.

Raykel se detuvo cuando estuvo lo suficientemente cerca, respiraba con dificultad, pero aun así se esforzó para pronunciar cada palabra con claridad.

—Juro que a veces no te entiendo. Hace meses que estamos en esto; hablamos todo el tiempo, nos besamos en cada rincón de la escuela, comemos juntos, pero me has dejado claro que no somos nada más que eso: dos chicos que comparten cosas. Sin embargo, cuando actúas así, como lo estás haciendo hoy, imagino cosas y eso me confunde. 

Raykel se veía un poco desesperado.

»¿Podrías decirme que somos?

—No creo necesario ponerle nombre a nada. Sabes que nadie puede saber lo nuestro, mi padre me mataría.

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