40- Hasta que no haya fuerzas

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Emir

No quería parecerme a mi padre, ni mucho menos a mi madre. Sin embargo, me llenaba de orgullo tener el apoyo de gente que estaba dispuesta a darlo todo por mí, no solo por dinero, sino también por lealtad y honor. Esa sensación de poder absoluto me embriagaba y me atemorizaba a la vez, pero ya había tomado una decisión: no seguiría siendo la sombra de Rachel.

Sabía perfectamente adónde me llevaba la tía Sofía. Sabía que Aron tenía razón al decir que todo era parte de un juego. Pero yo también estaba dispuesto a jugar. Si quería tener los recursos para proteger a los que amaba, debía hacer lo que fuera para ganar.

—Padre —susurré, mirando al cielo—, perdóname si no estoy siguiendo el camino que querías para mí. Pero al igual que tú, hago todo para proteger a mi familia.

Antes de aterrizar, lo primero que hice fue llamar al cuidador de la casa del lago para avisarle que llegaría en unas horas. Él se mostró sorprendido por mi visita inesperada y me dijo que todo estaba listo, pero que la señora Rachel no le había informado nada. Hacía tiempo que mi madre no usaba la casa del lago como campo de entrenamiento y el lugar se mantenía solo bajo el cuidado de una familia humilde de la zona, a la que se le pagaba por vigilar la propiedad. Sabía que al desafiar a mi madre le estaba declarando la guerra, pero no podía seguir siendo parte de sus locuras, basadas en mentiras y engaños.

Sofía me había asegurado de que solo tenía que dar la orden y todos los que habían sido fieles a mi padre acudirían a mi lado, porque así era el código de las mafias. ¿Me interesaba ocupar el lugar de mi padre en sus negocios? No lo tenía claro. Pero seguiría el plan de mi tía hasta donde me lo permitiera el destino.

Mientras tanto, contemplaba la enorme puerta frente a mí y un nudo se formaba en mi garganta. En esa casa pasé los primeros años de mi vida con mis padres y allí murió uno de ellos, en esa casa aprendí a disparar y a pensar como un soldado, allí conocí el lado más frío y el más cálido de mi madre, que me entrenó junto a otros guardaespaldas hace unos años. Regresar era un desafío emocional.

Empujé la puerta y luego volví al auto donde me esperaba Owen y su mejor amiga.

Seguí el largo camino de piedra que se internaba en la propiedad, flanqueado por árboles centenarios y pequeñas luces de jardín que iluminaban la ruta. Por el retrovisor, vi a Owen y Zoé asomarse por las ventanas, maravillados por el paisaje. Me tranquilicé un poco al ver que la noche misteriosa no les asustaba, sino que les atraía. Abrí las ventanillas y nos envolvió el aroma a flores y a tierra húmeda.

Mientras más nos acercábamos a la casa mayor era la presión que sentía en mi pecho, llegar a la casa del lago fue como destapar un cofre lleno de recuerdos que invadieron mi mente de la manera más arrebatadora posible.

Cuando bajamos del auto mi teléfono sonó y vi que Raykel me llamaba, supuse de inmediato que había entendido mi publicación y al contestar lo confirmé.

«No sé a qué hora estaremos allí, pero vamos de camino» fue lo primero que dijo.

Dios, escucharlo hizo que una emoción indescifrable ardiera en mi pecho. Quería decirle que se apresurara que lo necesitaba allí conmigo, que moría por abrazarlo y besarlo, pero lo que salió de mi boca fue otra cosa, algo que seguían punzando en mi mente como pequeña y molesta espina.

—Sasha me ha dicho lo que hiciste el día del desfile —dije cuidando el tono de mi voz para que Owen y Zoé no me escucharan ya que me miraban fijamente.

«Em, tenemos que hablar» lo escuché decir agitado.

—Calculo que llegarán casi al amanecer, no te atrevas a llamarme antes de eso.

InestableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora