41- ¿Quién iría por ella?

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¿Qué significa ser la tercera rueda? Según internet, es alguien que sobra cuando está con una pareja que quisiera intimidad. Así que, si estás con dos parejas, eres la quinta rueda, y así se sentía Zoé en la casa del lago desde que Raykel y Rayden aparecieron por la mañana, como un estorbo en un vehículo que no la quería a bordo. Se sentía tan desplazada y molesta que se arrepentía de haber aceptado ir con su mejor amigo a ese lugar. Pero luego recordaba sus propósitos y trataba de ignorar ese malestar.

Zoé se sentía invisible y aburrida. Nadie le hacía caso, ni siquiera su mejor amigo. Los gemidos que se escuchaban desde el segundo piso le daban vergüenza ajena. Así que decidió explorar la casa, movida por la curiosidad. ¿Cómo era posible que Emir hubiera desobedecido a Rachel y los hubiera llevado a ese lugar tan lujoso y bien cuidado? No parecía una villa de alquiler, sino una casa familiar, llena de detalles personales: la decoración elegante, las plantas verdes y frondosas, los cuadros que colgaban de las paredes. Intentó abrir varias puertas del primer piso, pero todas estaban cerradas con llave. Solo una, al final de un largo pasillo, se abrió con facilidad.

Zoé entró en la habitación que parecía una oficina, pero al encender las luces se quedó asombrada al ver las paredes cubiertas de estantes con libros de todo tipo y tamaño. La habitación era enorme, mucho más que la sala de su casa.

—¿Una biblioteca? ¿Qué es este sitio? —se preguntó en voz baja mientras recorría con los dedos los lomos de los libros, algunos antiguos y otros más modernos, pero todos ordenados con esmero.

La curiosidad le picó y empezó a abrir los cajones, donde encontró documentos viejos, periódicos amarillentos, agendas telefónicas y otras cosas que le parecieron aburridas. Lo único que le llamó la atención fueron unos álbumes de fotos que estaban sobre un escritorio. Eran fotos familiares, de gente que no conocía de nada. Se sentó en la silla del escritorio y puso los pies sobre él mientras ojeaba las páginas. «Qué aburrido», pensó, pero siguió mirando por si encontraba algo interesante. Y entonces lo vio. En uno de los álbumes había dos caras que le resultaban familiares. Muy familiares.

Revisó el álbum con incredulidad y se levantó de un salto, llevándolo consigo hasta la ventana. Allí, bajo la luz del sol, pudo ver con más claridad la foto que le había dejado helada.

Era una imagen de Rachel y Omar, sonrientes y abrazados, sosteniendo a un bebé entre los dos. Reconoció a Rachel por su melena rojiza y sus ojos verdes, aunque se la veía más joven y radiante. Omar, en cambio, era el mismo hombre que había visto en las fotos de la casa de su mejor amigo. La foto estaba tomada en la casa del lago, y Zoé pudo identificar la puerta de madera que aún conservaba el mismo aspecto.

Zoé sintió que algo no encajaba en aquella escena. Según sabía, el padre de Owen había muerto antes de que él naciera. ¿Cómo era posible, entonces, que Rachel y Omar posaran juntos con un bebé? A menos que...

Bajó la vista hasta la fecha que aparecía al pie de la foto y confirmó su sospecha. Aquel niño no era Owen, pues la foto se había hecho años antes de su nacimiento.

—Así que Rachel tuvo otro hijo —susurró Zoé—. Y ese hijo es...

El teléfono le vibró en el bolsillo de la falda, interrumpiendo sus pensamientos. Era él. El que le había hecho prometer lo impensable. Al ver el nombre en la pantalla, se le aceleró el pulso. Respiró hondo y, armándose de valor, contestó la llamada.

«¿Algo nuevo?» preguntó una voz masculina al otro lado, con un tono frío y autoritario.

—Vine aquí para acompañar a mi amigo —respondió ella con firmeza.

«Estás ahí porque su madre así lo quiso, ella quiere vigilar a Owen»

—Nunca lo traicionaría —afirmó Zoé. 

InestableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora