12: Rutina

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     Hemos regresado a casa esa misma tarda, antes de que anocheciese. Era la primera vez que volvíamos desde que habíamos entrado en la Escuela Militar y no faltaban las preguntas por parte de nuestra familia.

     — ¿Qué tal estáis? —pregunta nuestra madre nada más bajarnos del coche en el que nuestro padre había ido a recogernos.

     — Estamos bien, mamá ­—respondo, animado por verla de nuevo.

     —Mírate, cariño. Has ganado mucho músculo —me felicita mientras palpa mi brazo con sus manos.

     — Sin embargo Sucrette está más gorda...

     La voz de Ámber nos interrumpe. Mi melliza ha aparecido por la puerta de entrada de casa, probablemente atraída por el alboroto, y no ha perdido la oportunidad de burlarse de nosotros.

     —Se llama músculo, hermanita. Algo que parece que todavía falta debajo de esas extensiones —replica mi hermana, claramente enfadada.

     — Vamos, vamos... No discutáis —intenta calmar los ánimos nuestra madre—. Es normal que haya ganado músculo de tanto ejercitarse, pero ya lo perderá en cuanto vuelva a casa.

     Ambas refunfuñan, una por perder su momento de gloria y otra por las palabras envenenadas de nuestra madre. No las ha dicho con mala intención, pero toda su carrera como modelo profesional ha pasado factura a la hora de imponernos el tener siempre un cuerpo perfecto.

     Nuestro padre ha sacado el equipaje del maletero y he ayudado a llevarlo dentro de la casa. Todo sigue como siempre, el amplio recibidor da a la cocina y al comedor, que huele a ambientador de lirios, parece que no han empezado a cocinar la cena. Giro a la derecha para subir por las escaleras al piso superior, donde están las habitaciones. Cuando abro la puerta de la mía y veo todo tal y como lo dejé, siento alivio de que mi hermana no se la haya apropiado para construir un taller de costura o algo similar.

     Dejo mi equipaje y me siento sobre la cama, es mucho más cómoda que la de la escuela. En frente está mi escritorio, con un ordenador de sobremesa de diseño elegante; a la izquierda, está el armario y una gran estantería con mi colección de libros.

     —Traigo buenas noticias —anuncia Sucrette entrando bailoteando a mi habitación—. Mi cuarto aun no se ha convertido en un gimnasio.

     Me río. Me alegra saber que teníamos la misma preocupación.

     —Iremos a cenar al restaurante francés de siempre, asique iros preparando —nos informa mi padre.

     Me hermana vuelve a su cuarto y yo aprovecho para escoger algo de ropa y ocupar primero el baño. Después de tantos años de convivencia, conozco bien los hábitos de aseo de mis hermanas. Hoy podré ducharme con calma.

«...»

     Después de la cena nos tocaba pasar un tiempo en familia en el salón de casa, donde se podía hablar tranquilamente de temas más reservados.

     — ¡Nath consiguió quedar entre los primeros en la prueba de orientación del otro día! —presume Sucrette, aun emocionada por mi logro— Incluso lo han llevado a una misión especial.

     Confío en que no hable más de la cuenta sobre lo sucedido ese día, mis padres nunca llegaron a enterarse del pequeño altercado que se formó ese día ya que no tuvieron que ingresarme en el hospital. No me gustaría tener que dar explicaciones acerca del día en que casi me muero de un disparo.

     —En ese caso debes haberte posicionado entre los mejores de tu curso, ¿no es así? —pregunta mi padre. Le brillan los ojos del orgullo, no es para menos ya que la idea de enviarnos a aquel lugar para "reformarnos" fue suya.

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