42: Whisky y Aeronaves

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     Ya no puedo ni dormir. ¿Cómo es posible que, tras haber acabado todo y volver de nuevo a esta monotonía, esté tan asquerosamente mal como para no poder ni conciliar el sueño?

     Doy una vuelta en la cama.

     Foster ha dicho que dejaríamos de tener miedo a matar y ser matados, Brown, que yo ya había superado esa fase. ¿Acaso ya no puedo sentir nada? ¿Eso es el propósito de todo esto? ¿Convertirnos en máquinas de matar sin sentimientos? ¿Es lo que quería mi padre cuando nos obligó a venir aquí?

     Doy otra vuelta más. Las sábanas se han enredado de tal forma en mi cuerpo que ya no me tapan en absoluto. Opto por levantarme.

     La ventana de este cuarto da a un patio interior, donde solo se ven más ventanas de más cuartos. Echo de menos mi antiguo cuarto, donde podía, tan siquiera, ver las pistas de entrenamiento y algo del exterior.

     Salgo de cama, cambio mi pijama improvisado por mi uniforme habitual y salgo del cuarto, con el sigilo suficiente para no despertar a nadie. Aquí no nieva, aunque el aire aún sigue siendo frío, debí haber cogido también mi abrigo antes de salir, pero volver atrás es demasiado arriesgado ya.

     Camino por las pequeñas calles que conforman los diferentes edificios de la base, pensaba que la escuela militar era grande pero esto es otro mundo. Parece casi como una pequeña ciudad dentro de unas murallas, con una seguridad inimaginable.

     Llego a la entrada de la plaza central, desde donde se llegaba a la cantina, peluquería, banco y otras tiendas donde podíamos comprar ropa y accesorios, todo con el logo de la base. Es relativamente pequeño, pero hay de todo aquí dentro.

     Me cuelo en el interior de la cantina y me acerco al mostrador. Estoy cansado de todo.

     — ¿Puede darme una botella de whisky? —pregunto, extendiendo un billete sobre el mostrador.

     El hombre me mira con detenimiento, como dudando de si debe o no entregármela, pero finalmente acepta el billete y me pasa la botella que le pedí. No reconozco la marca, las pocas veces que he bebido ha sido con amigos y solo cogíamos la más barata que encontrábamos, nunca me había parado a valorar la calidad del alcohol.

     Doy media vuelta y me alejo de allí, quizás no es muy buena idea que alguien se dé cuenta de que aún soy un cadete y esa zona es la más concurrida, incluso de noche.

     Sigo caminando hasta la zona de hangares, recaigo en que nunca he estado aquí desde que llegué. Creo que es una de las zonas que nos tienen restringidas, pero no parece haber nadie, asique todo está bien.

     Camino por delante de las grandes puertas metálicas, detrás de las cuales descansan los distintos tipos de naves que los oficiales usan para las prácticas. Mi mano sigue sujetando la botella aunque ni la he abierto, no sé en que estaba pensando al comprarla, como si me fuese posible emborracharme teniendo instrucción a primera hora de la mañana.

     Una de las puertas de acceso de personal de uno de los hangares está entreabierta, dejando ver una pequeña aeronave blanca y naranja. Me asomo un poco más y logro distinguir que hay alguien caminando por el interior del hangar. Es tarde, no creo que nadie salga ahora a practicar. ¿Será de mantenimiento? Lo dudo, está demasiado oscuro como para que lo esté reparando.

     La silueta de aquel hombre se gira repentinamente y sé que está mirándome a mí. Mierda, mierda, mierda. Si me pongo a correr ahora llamaré aún más la atención.

     Mientras me debato internamente el hombre voltea una vez más, alejándose de la entrada en donde estoy escondido tras la puerta. Parece que no me ha visto, me he salvado por los pelos...

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