25: Coincidentes

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     Y simplemente se fue, sin decir nada más. Dejándome sentado en el borde de la cama con la camisa abierta.

     A veces me gustaría saber qué se le pasa por la cabeza para ser tan bipolar. Me tapo la cara con las manos, a veces me gustaría saber por qué hago esto. ¿Por qué me meto en semejantes problemas pudiendo estar en casa leyendo un libro tranquilamente? Si solamente mi cabeza me diese un respiro...

     —Nathaniel... —Levanto la cabeza al oír mi nombre, el pequeño me está mirando desde la puerta. Con expresión preocupada o de pena, no sabría decirlo con seguridad—... Lo he oído todo.

     ¿Todo? ¿Qué ha oído exactamente? No hemos dicho nada extraño, que recuerde. Pero él es un niño, cualquier cosa poco inocente puede llegar a traumarlo.

     Permanezco inmóvil y él se acerca a mí. Se sienta a mi lado y me abraza, y no puedo hacer otra cosa que devolverle el abrazo. Castiel puede ser el mejor militar del mundo, pero como padre es un completo incompetente.

     — ¿Quieres jugar a algún juego? —le pregunto. Ya es tarde pro él no parece cansado en absoluto. Me mira sonriente y asiente.

     —Tengo uno que es muy divertido, voy a buscarlo.

     Recogimos un poco la mesa donde habíamos cenado para evitar que el juego se manchase con las migas de comida que habíamos dejado y nos pusimos a montar tablero del juego con todos sus complementos.

     —Castiel es un idiota —suelta cuando comenzamos a jugar.

     — ¿Le culpas por la muerte de tu padre? —digo sin pensar. Enseguida me arrepiento y lo miro con preocupación, aunque él no parece nada afectado.

     —No, sé que eso fue un accidente —responde con indiferencia.

     —Entonces, ¿por qué lo dices?

     —Nunca es amable con nadie, y nunca tiene tiempo para nada —Tira los dados y mueve su ficha por el tablero.

     —Bueno, su trabajo le roba mucho tiempo —trato de excusarlo.

     —Ya lo sé, con papá era igual. Siempre estaba fuera, pero cuando volvía siempre jugábamos juntos.

     —Si tuvieses una niñera, ella podría jugar contigo.

     —No me gustan las niñeras. Siempre que Castiel vuelve terminan ignorándome y pasando más tiempo con él —sonrío, cada vez parece más infantil.

     — ¿Y si vivieses en la escuela militar? Hay niños que viven allí y podríais jugar juntos.

     —Castiel dice que allí hay muchos disparos y que no lo aguantaría. Tienes que pagar la noche en mi hotel —extiende la mano para que le dé el fajo de billetes falsos del juego.

     — ¿Te dan tanto miedo esos sonidos? —Le entrego el dinero.

     —No es miedo... Pero me gusta acordarme de lo que le pasó a papá —Es lo mismo que me había contado Castiel antes, tal vez le estuviera prestando más atención al niño de la que yo he imaginado...

     —Imagino que es difícil para ti haber tenido que pasar por todo eso.

     Y así he pasado mi año nuevo, jugando con el hijo de mi superior a una especie de Monopoly extraño. Confiándonos un poquito de nosotros mismos.

«...»

/Castiel PoV/

     Y simplemente me fui, sin decir nada más. Dejándole sentado en el borde de la cama con la camisa abierta.

     Debería sentirme más culpable. Estoy siendo irracional, lo sé, pero estoy demasiado molesto como para dejar mi orgullo a un lado. Si ese mocoso no quiere estar con nadie ¿qué le voy a hacer? Sé que soy un padre lamentable, nadie me ha preparado para esto. Lo único de lo que estoy seguro es de que, por mal padre que sea, ese niño está mejor conmigo que en un orfanato. Esos sitios solo logran sacar lo peor de uno, suerte que he tenido yo de no haber acabado tirado en un descampado con una jeringuilla clavada en el brazo como tantos de los que conocí allí.

     He llegado a una zona de hoteles lujosos de la ciudad. Cambiando de local en local buscando a alguien que ni siquiera sabía quién era. Me siento a la barra y empiezo a beber, quizás esto ayude un poco.

     — ¿Estás tú solo? —Una chica de piel bronceada, pelo largo y ondulado teñido de azul, unos ojos azules que hipnotizan y unas caderas que hacen que te pierdas en ellas se ha sentado a mi lado. No es Nathaniel, pero reconozco que no está mal.

     —Puede que sí.

     — ¿Y no te aburres? —se ha inclinado sobre la barra, acomodando su melena de forma seductora.

     —Ahora ya no —le dedico mi mejor sonrisa. Le ha encantado, lo sé.

     —Soy Selene —me tiende su mano y yo la beso con delicadeza.

     —Castiel —me presento, sin dejar de mirarla.

     —Bueno, Castiel. ¿Te apetece bailar?

     Acepto su propuesta. No soy de esos a los que les gusta bailar, pero sé que esto no será solo un baile. Se levanta de su asiento y agarra mi mano; termino mi bebida de un sorbo antes de que me guíe hasta la pista.

     Ella se pega cada vez más a mí. Sus brazos rodeando mi cuello y mis manos sobre sus caderas. Ambos vamos guiando nuestro baile hasta un lugar más apartado de las multitudes y los focos. Ha tardado poco en lanzarse sobre mis labios y recorrer todo mi cuerpo con sus manos. Llevo las mías hasta su trasero y la elevo, apoyándola contra la pared. Me rodea la cadera con sus piernas y besa mi cuello. Yo hago lo mismo con ella hasta que simplemente se rinde.

     —Vayamos a mi habitación —susurra en mi oreja. Sonrío y dejo que ella nuevamente me guíe entre la gente.

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