11: Aprendiz de Vuelo

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     — ¿Piensa pilotar con esa cosa?

     —No exactamente, usted lo hará.

     — ¿Qué? —A la mierda mi cordura, ese tipo intenta matarme, o matarnos.

     —No podría pilotarlo por mucho tiempo aunque quisiera, en cuanto la presión comience a cambiar el dolor de mi herida será más intenso. Tampoco tenemos más opciones para volver, a no ser que quiera pasarse días caminando —Le miro sin convicción pero él ya se ha colocado y me ofrece unos cascos iguales a los que se ha puesto—. Le prometo que no es nada complicado.

     Subo al asiento de al lado, dudando de que este trasto no se rompa en mil pedazos en cuanto me apoye, y el toca los controles para hacerlo despegar. Cojo los cascos que me ofrece y los coloco sobre mis orejas.

     El motor suena de forma sospechosa pero él no se alarma. Decido darle un voto de confianza antes de saltar nuevamente al suelo, Dajan me había contado que había sido piloto y como ha dicho, tampoco tenemos más opciones. Mueve las palancas y enseguida estamos a unos cuantos metros de altura, él suelta su cinturón de seguridad.

     —Es tu turno, cambiemos de asiento —Su voz suena distinta a través de los auriculares, como más robótica.

     Le hago caso y me pongo a los mandos, aunque me cuesta deshacer el agarre que mis manos habían creado sobre el asiento al que me había estado agarrando con fuerza durante el despegue. Una vez en su asiento, abrocho el cinturón y vuelvo a mirarle, está más pálido que antes pero sigue transmitiendo tranquilidad. Al menos eso me da a entender que no terminaremos hechos papilla dentro de esta vieja lata, por ahora.

     — ¿Ve la palanca a su izquierda? —Pongo mi mano sobre ella a modo de respuesta—Úsela para ascender y descender, tiene que regular la velocidad cuando lo haga, el motor necesita más revoluciones para subir y menos para bajar. Pruebe.

     Subo dudoso la palanca y noto como ese cacharro comienza a subir poco a poco y el ruido del motor se incrementa. ¿Por qué demonios tengo que estar en esta situación?

     —Bien, la palanca del centro es como el control de un videojuego, allá a donde la mueva irá el helicóptero.

     Pongo mi mano libre sobre ella y la inclino hacia delante, el helicóptero da un acelerón inesperado y suenan varias alarmas y la suelto instintivamente. ¡Perfecto! Ya vamos a morirnos.

     —No sea brusco, con un poco de presión es suficiente —me regaña. Presiona varios botones y los pitidos infernales cesan— Vuelva a intentarlo, con suavidad.

     Esta vez guía su mano sobre la mía y comenzamos a avanzar despacio. La retira cuando estoy más confiado, o lo que es lo mismo, cuando dejo de pensar que caeremos al vacío, y me deja que avance un poco más en distintas direcciones.

     —Los pedales inclinan el morro para girar, aunque no creo que los necesite para nada —alejo mi vista un momento del monótono paisaje para fijarme en los pedales que menciona. Separo los pies de ellos por si acaso, lo último que quiero es pisar uno sin querer y causar una desgracia—. Ponga rumbo Norte 25 grados Oeste. Y manténgalo —ordena, dando pequeños golpecitos con el dedo para llamar mi atención en la vieja brújula del control de mandos.

     Vuelo unos diez minutos por mí mismo y parece que ya le cojo el truco, es casi como un videojuego y más sencillo de lo que me esperaba en un principio. Me preocupa realmente el aterrizaje, el pelirrojo está más pálido que antes y ha dejado de corregirme hace ya un buen rato. Por su aspecto dudo que pueda ponerse en los mandos. Decido no preocuparme por el momento y me ensimismo en mis pensamientos hasta que una de sus manos se posa sobre mi rodilla.

     —Descienda hacia esa gran zona negra, es una base militar aérea. Deténgase cuando suene la radio.

     Tiene los ojos vidriosos y la herida le ha vuelto a sangrar. El líquido rojo se desliza entre sus dedos, tiñendo de un color rojizo la parte inferior de su chaqueta.

     —Estás... —le tuteo sin pensarlo, no creo que importe demasiado ahora.

     —Perfectamente... —esboza una sonrisa forzad y comprendo que está en su límite.

     Me apresuro a hacer lo que me ha mandado hasta que suena el tono entrante de la radio. El pelirrojo extiende su mano y presiona el botón.

     "Aquí Torre de Control, solicito identificación" se escucha.

     —Aquí el Capitán Castiel Foster, instructor de la Escuela Militar. Vuelo con un cadete. Hemos tenido un 12-72 en una misión. Solicito permiso de aterrizaje y un equipo médico en pista.

     "Permiso concedido, Capitán. Proceda con la maniobra en la pista 2."

     —Recibido —apaga la radio y se vuelve a mí—. Baja más hasta aquella zona, con cuidado.

     Intento hacerlo lo mejor que puedo pero la lata de sardinas en la que vamos se ha vuelto más inestable al pasar la línea de los 200 metros. Me agito.

     La radio vuelve a sonar.

      "Le recuerdo, Capitán, que esto no es un caza. No puede descender en barrena"

     Le oigo gruñir, pone su mano de nuevo sobre la mía y logra estabilizar el aparato.

     —Con calma, Ferguson... Baja poco a poco la palanca de la izquierda.

     Hemos tocado tierra en un golpe brusco y le oigo gruñir nuevamente, esta vez de dolor. Mi mano derecha está cubierta ahora de su sangre. Apaga el motor y dos operarios con una camilla vienen hacia nuestra posición. Le veo cerrar los ojos y caer contra una de las paredes internas de aparato.

     Ayudo a desabrochar el cinturón de seguridad y a quitarle los cascos, ha caído en la inconsciencia por completo. Veo como se lo llevan y otro operario me pone una manta plateada sobre los hombros cuando pongo mis pies en el suelo. La hélice aun está en movimiento y crea una corriente de aire que despeina mi pelo y trata de arrancarme la manta. La agarro con firmeza y sigo al hombre que me guía hasta la enfermería.

«...»

     Me han dejado descansar los días siguientes faltando a las clases. Más allá de mis maltratados pies, mis heridas no eran muy graves. Aun así el médico de aquel lugar me había advertido que podía experimentar un shock postraumático.

     No fue hasta el viernes que me reincorporé de nuevo a las clases y siento que no me he perdido demasiado. Para ese momento las medicinas que me habían dado ya habían hecho su magia y la mayoría de mis heridas estaban prácticamente curadas.

     He tenido que aguantar como mi hermana me hacía todo tipo de preguntas acerca de la misión y se me ha pasado por la cabeza la idea de encerrarla en uno de los almacenes. Otro defecto de mi hermana es lo increíblemente cotilla que puede llegar a ser.

     Estefin de semana lo pasaríamos en casa, aunque no me hacía especial ilusión volvera ver a mi otra hermana y a mis padres. Suspiré pesadamente al imaginarme lolargo que iba a ser.

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