24: Owen

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     —Él es Owen, mi... hijo.

     Sigo mirando con incredulidad al niño de cabello rubio y ojos castaños que está detrás del pelirrojo. ¿Castiel tiene un hijo? ¿No es demasiado joven para eso? Pensándolo bien no es imposible, pero no deja de ser sorprendente.

     —Al menos, di algo.

     —H-hola... —balbuceo.

     —Se lo decía al crío... —Reprime la risa. Cada vez más, pienso que se está riendo de mí.

     —Hola —saluda el niño, seco. Y acto seguido ocupa su lugar en la mesa.

     Comemos en absoluto silencio. La situación se ha vuelto incómoda, pero Castiel no parece darse cuenta o querer resolverlo sacando algún tema de conversación.

     Cuando terminamos de cenar, el rubio se levanta de la mesa, dispuesto a irse. El pelirrojo le regaña.

     —Oye. Al menos recoge tu plato, enano.

     —Hoy te toca a ti —responde sin siquiera girarse. Es un niño pequeño, pero habla como si de un adulto se tratase. Ha subido las escaleras hasta desaparecer de nuestra vista.

     —Maldito crío... —refunfuña mientras recoge sus platos con desgana— Trae, ya que estoy llevo el tuyo también.

     Se lo entrego y lleva nuestros platos de vuelta a la cocina para dejarlos deja caer estrepitosamente en el fregadero. No parece que se lleven especialmente bien.

     — ¿Te ayudo en algo? —pregunto tímidamente. Tal vez ocuparme con algo me ayude a deshacerme de la incomodidad que siento.

     —No hace falta, me ocuparé más tarde. ¿Vas a querer salir por algún sitio en especial?

     — ¿Vas a dejar a Owen solo? —me extraño. No parece que sea muy mayor.

     —Sabe arreglárselas él solo, no es la primera vez.

     —No me digas que no se queda con nadie cuando tú estás en la escuela...

     Él pasa gran parte del día con nosotros por las clases, muchas veces debe quedarse hasta tarde por las reuniones de instructores. Incluso a veces debe hacer guardias durante toda la noche. ¿Realmente lo deja todo ese tiempo solo?

     —Ha tenido niñeras, pero dijo que no las necesitaba. La mayoría de noches vuelvo a dormir a casa y le dejo dinero para que pida comida, así que está bien.

     — ¡Castiel! Es solo un crío. ¿Qué tiene, diez años? —He levantado la voz sin pensarlo. No puedo creer lo que acaba de decirme. Por más que el chico haya dicho eso, no tiene edad suficiente para cuidarse solo.

     —Tiene ocho —Se ha puesto más serio, señal de que empieza a fastidiarle que me meta de esa forma en su vida—. De todas formas, no te incumbe lo que haga con él.

     —Tú fuiste el que dijo que los padres deberían estar ahí para sus hijos... —le recuerdo. Intento que mi voz suene suave, pero segura. No busco enfadarle, pero no puedo permitir que actúe de una forma tan irresponsable.

     —No creo que eso pueda aplicarse a mi situación, ni siquiera estamos juntos nunca. Además, es él quien ha decidido que sea así.

     — ¿Y no puede vivir en la escuela contigo? Hasta donde sé, hay personal que vive allí con sus hijos...

     —Déjalo, ¿quieres? Ese no es un sitio apropiado para él, no funcionaría.

     —Solo me parece un poco duro que un crío tenga que ocuparse de vivir por su cuenta —trato de convencerlo. Veo como rueda sus ojos, quizás tenga razón y no debería meterme tanto es su vida privada. Preveo que se formará un silencio incómodo entre nosotros ahora.

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