30: Ainsworth

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     —Tengo hambre —Las quejas del niño nos hace darnos cuenta de que llevamos casi un día sin comer nada.

     —Deberíamos conseguir algo de comida. No sabemos cuánto tiempo tendremos que estar aquí —aconseja el pelinegro.

     —Hay un Súper un poco más abajo, en donde el pueblo —informa el menor mientras se recuesta en uno de los sofás.

     —Sería arriesgado que alguien nos viese. Si realmente estamos relacionados con lo que ocurrió en la escuela podríamos meternos en un lío —advierte Castiel.

     —Podemos ir Su y yo —ofrezco—, aunque nos vean nadie puede relacionarnos con vosotros.

     —Sigue siendo arriesgado... —refunfuña el pelirrojo, acomodándose al lado del menor.

     — ¿Qué propones? —se encarga el mayor.

     —No lo sé.

     —Admítelo, es nuestra mejor opción. No podremos seguir mucho sin provisiones.

     —Papá tenía un arma escondida, podemos usarla para cazar algo —Los ojos del pelirrojo miran curiosos al niño y el miedo invade mi cuerpo.

     —Iremos a comprar a la tienda —afirmo, antes de que ese loco amante de las armas y el caos nos conduzca a la desgracia.

     —Owen, ¿podrías encontrar algo de ropa normal? Nos vendría bien.

     Él asiente y se levanta del sillón dispuesto a buscarla.

«...»

     La tienda del pueblo es bastante pequeña, no llega ni a una cuarta parte de las que hay en la ciudad, casi parece más un bazar que un supermercado. Cogemos distintas comidas que requieran apenas preparación y nos ponemos delante de la caja para pagar. La dependienta es una señora bastante mayor y regordeta, con el pelo blanco recogido en un moño, que nos mira de forma amable.

     —No sois de por aquí, ¿no?

     —Hemos venido a ver la nieve —me apresuro a contestar con una sonrisa en la cara, no nos conviene levantar sospechas.

     —Eso está bien, espero que os divirtáis.

     —Sí, gracias.

     Nos despedimos amablemente y volvemos sin entretenernos a la cabaña. Esta vez alcanzo a fijarme en que hay un buzón cerca de la valla del jardín. "Ainsworth" se puede leer. Es un apellido extraño, supongo que el de Owen y su familia.

     Al entrar de nuevo a la casa, vemos que Castiel está armando un aparato enorme sobre la mesa del salón, por los componentes supongo que se trata de una radio.

     El otro capitán está sentado en uno de los sofás, ajustándose la venda del brazo. Mi hermana se acerca a donde está y le ayuda a acomodarla correctamente. El pequeño Owen estaba sentado al lado del mayor, con aire decaído. Me he acercado a él y lo he empujado de forma amable.

     — ¿Qué ocurre?

     —No es nada.

     —Puedes decírmelo, somos amigos. Sé que algo no va bien —trato de animarlo.

     —Es solo que me siento inútil, soy el único que no hace nada. Incluso Evan está preparando la comida a pesar de que está herido —suspira mientras señala al pelinegro, que se ha desplazado a la cocina con las cosas que acabamos de comprar.

     —Nadie es prescindible, menos en una situación así. Si sientes que no haces nada ve a ayudar a Evan con la comida, no le conviene moverse demasiado —fanfarronea su tutor.

     —Además nos has ayudado mucho. Sabes encontrar las cosas en la casa y dónde están los sitios cerca de aquí. De no ser por ti nos habría costado horrores hacer las cosas que hemos hecho.

     No parece del todo convencido aunque sí algo más animado. Se ha levantado y ha ido junto el pelinegro. El ojigrís ha aprovechado y se ha sentado a mi lado, con expresión seria.

     —Deberían habernos dado instrucciones ya —murmura mirando el aparato que acaba de instalar.

     — ¿Qué ha pasado exactamente?

    —Han volado prácticamente toda la zona norte del centro de adiestramiento. Varios instructores resultaron heridos y un par han muerto en el acto.

     — ¿Mills estaba allí? —pregunto casi con un hilo de voz, para evitar que el otro chico me escuche.

     —Estaba en el otro edificio. Cuando fue a ver qué ocurría pilló al que debía de ser uno de los implicados y le dio una paliza —La naturalidad con la que dice todo me asusta. Se muestra impasible ante lo sucedido, como si no fuese la gran cosa.

     — ¿Y qué pasará con las clases?

     — ¿Tienes ganas de volver acaso? —pregunta, esta vez con aire divertido.

     —No me haría gracia tener que volver con mis padres, y creo que a Su tampoco —admito.

     —Supongo que os mandarán a otra base. No van a permitirse perder todo un año, van a necesitar todo el dinero de las matrículas para las reparaciones.

    — ¿Y con vosotros?

     —Iremos también. Después de todo somos vuestros instructores, debemos hacernos cargo de vosotros —Hace una mueca cuando termina de hablar y su expresión se vuelve seria.

     — ¿Qué ocurre?

     —No es nada. Solo asegúrate de obedecer y no hacer tonterías... —su voz se ha vuelto áspera, se ha puesto de mal humor de un momento para otro.

     Solo asiento y nos quedamos en completo silencio. Es mejor eso que empezar a discutir con él y, por su expresión, deduzco que no hace falta demasiado para que eso ocurra.

     Mills y Owen traen la comida ya preparada al salón y todos nos reunimos para comer sentados en los sillones. El ambiente es algo tenso, nadie parece lo suficientemente animado para hablar; es la radio quien rompe el silencio, emitiendo un pitido grave.

     —Aquí el Capitán Foster. Cambio —se apresura a contestar agachándose delante del aparato y dejando abandonada su comida a un lado.

     "Capitán, aquí Central. Indique su situación. Cambio."

     —Nos encontramos en la cabaña acordada en Montsnow. Estamos dos instructores, dos cadetes y un civil menor. Cambio.

     "Recibido, Capitán. Preste atención. Según el SAT, cuatro hombres de la célula se dirigen a su localización. Evacúen lo antes posible. Cambio"

     —Wilco. Corto —La conversación finaliza con aire preocupado—. Ya lo habéis oído, tenemos que irnos.

     — ¿Cómo podían estar vigilando la zona en donde estamos?

     —Esto es una misión, por así decirlo. Tenemos que informar a dónde vamos y luego confirmarlo por radio en caso de que surja algo —explica el mayor a mi hermana, antes de dejar a un lado su plato.

     —Dejaos de charlas. Hay que irse.

     —Tranquilízate, no han dicho que el peligro sea inminente...

     El pelirrojo le ha dedicado una mirada llena de desaprobación mientras termina desabrochar una de las cazadoras del padre de Owen. De repente, algo sucede y todos quedamos cegados momentáneamente.

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