53: Lo Nuestro

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/Nathaniel PoV/

     De nuevo la misma chica de pelo azul de la otra vez, reconozco que ya me empieza a molestar. ¿Acaso no puedo estar tranquilo ni el día de mi ceremonia de fin de curso?

     Tal vez ese sea el motivo por el que no se corta en pasear por la base como si fuese su propia casa. Aunque hoy las puertas de la escuela estén abiertas al público, pensaba que tendrían un mínimo de criterio a la hora de dejar pasar a la gente. ¿Tal vez Castiel la haya invitado? Eso me irritaría aun más.

     Antes de que pueda darme cuenta ya la estoy siguiendo a través de los patios del lugar. ¿Qué estoy haciendo? He sido yo el que ha decidido alejarse, el que lleva meses evitando tener una simple conversación con él. Yo me he alejado y él no ha hecho nada por acercarse a mí, eso debería darme una pista acerca de que nuestra relación no volverá a funcionar. Ha caducado y él ha encontrado a otra. ¿Por qué me molesta?

     La sigo hasta el edificio administrativo y la veo subir hasta la planta de oficinas, se supone que yo no debería estar aquí. Da igual, de cualquier manera puedo inventarme alguna excusa tonta, como que he venido a agradecer a mis instructores por haberme formado.

     Me detengo en cada esquina, evitando que note que la sigo. Creo que esto podría considerarse acoso. La oigo tocar en una puerta y seguidamente entrar. Me apresuro a leer la placa que está colgada al lado del marco derecho.

/Castiel PoV/

     Me alegra haber vuelto al antiguo centro militar. Las obras se han acelerado lo suficiente como para que se pueda celebrar la ceremonia aquí en vez de en la base aérea, lo cual es muy conveniente para la organización.

     Reviso mi alrededor. Con las reformas me han asignado un pequeño despacho para mí solo, en vez de tener una mesa en las oficinas comunes para instructores que existían antes. A ver si así consigo librarme de encontrar a Brown dándose el lote con su pareja.

     Alguien golpea la puerta y yo ordeno pasar a quien quiera que sea. Cierta niña entrometida asoma su cabeza de manera juguetona entre la madera de la puerta. De todo el mundo que podría haber sido, tiene que ser ella...

     — ¡Hola! —me saluda alegremente.

     — ¿Qué haces aquí?

     —He venido a acompañar a mi padre, lo han invitado a ver la ceremonia.

     —Sí, eso ya lo sé. Me refiero a qué haces en mi despacho —pregunto cansado, anticipando los problemas que están por llegar.

     —He pensado en pasarme a saludarte ya que estoy aquí.

     — ¿Solo eso? —enarco una ceja, realmente no me lo trago.

     —Bueno... El otro día no pudimos hablar demasiado y te pusiste raro desde que te dije mi edad —confiesa jugueteando con su diminuto bolso de color blanco, que combina con el resto de su atuendo.

     — ¿Y cómo esperas qué no lo esté? —suspiro, sabía que su visita me daría problemas— Pensaba que tendrías bastantes más.

     —Yo no veo el problema...

     Ha caminado hasta la ventana que hay detrás de mí y se ha puesto a mirar el ambiente. Giro mi silla hasta quedar frente a ella, quiero dejar las cosas claras entre nosotros de una vez.

     —Pues yo sí lo veo, soy casi una década mayor que tú y me he acostado contigo.

     — ¡La edad es solo un número! —me reprocha, como si tuviese la razón. Empiezo a perder la paciencia con ella.

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