Debíamos reunirnos en las pistas 10 minutos después de formar ante la bandera a las siete de la mañana, si no tenías el paso acelerado apenas te daba tiempo a cambiarte el uniforme de diario por el de campaña. La opción de llegar tarde estaba totalmente descartada, a menos que quisiesen ganarte unas cuantas horas de castigo por cortesía de los instructores.
Los tres instructores estaban allí, delante de nosotros, esperando a que todos terminásemos de llegar. Eran muy diferentes entre sí, a pesar de que llevaban el mismo uniforme, que era bastante parecido al nuestro: pantalón de cargo y chaqueta moteados, camiseta verde caqui y unas botas militares negras.
Uno de ellos era alto y musculoso, con el pelo negro peinado hacia un lado y rapado por los costados. Era el que más imponía, probablemente fuese el que más tiempo llevase en el ejército o, al menos, se veía mayor que los otros dos. A su lado estaba otro hombre bastante más bajo, con el pelo castaño revuelto y cara de rudo, aunque si te detenías a apreciarlo tenía cara de niño bueno. El último de ellos era el que más destacaba: tenía el pelo largo teñido de un rojo brillante, era menos corpulento que el mayor pero más que el castaño y estaba apoyado en unos de los obstáculos de la pista con los brazos cruzados, de no ser por el uniforme nadie diría que es militar, mucho menos instructor.
A pesar de que la mitad de nosotros no había llegado aun, el pelinegro dio la orden de que comenzásemos a trotar por la pista. Yo iba al lado de mi hermana, como siempre, no sabría qué hacer si ella no estuviese metida conmigo en esto. A partir de la tercera vuelta todo en mí comenzaba a doler y tenía la sensación de que de un momento a otro iba a caer al suelo desmayado, no habíamos desayunado aun, eso era algo demasiado nuevo para mí.
—Adelántate, Su —digo a mi hermana cuando veo que la voy retrasando demasiado. Pone mala cara pero me hace caso, lo agradezco, no podría con la conciencia de que los instructores la infravalorasen por mi culpa.
Varios de mis compañeros se han acabado desmayando y aun no sé cómo yo he conseguido acabar todas las vueltas, de los últimos, pero al menos he terminado. Como suponía, los instructores han mandado sacar de la pista a rastras a los caídos, con cara de reproche, presiento que todos ellos lo van a pasar mal.
—Bien, seguiréis con el circuito de obstáculos. Saldréis de dos en dos según os vayamos dando la orden y no pararéis hasta que lleguéis al final, da igual si tenéis que saltar el cuerpo de algún compañero —El pelirrojo se ha puesto en frente de nosotros sin darnos apenas tiempo a recuperarnos, mientras que el castaño se sacaba la chaqueta para realizar una demostración—. El teniente Brown solo hará esto una vez, asique más os vale estar atentos.
Miramos atónitos como el chico supera con destreza cada uno de los obstáculos y, en poco tiempo, acaba el recorrido sin mostrar apenas signos de cansancio. Los primeros comienzan a salir, y a mí me empieza a dar pánico por si no puedo al menos terminar el circuito, mi respiración ya casi se ha normalizado pero mi corazón sigue latiendo como un loco, Sucrette me da un pequeño codazo disimulado para que me tranquilice y realmente se lo agradezco.
Comienzo a trotar hacia el primer obstáculo cuando llega mi turno y siento la adrenalina disparada cuando consigo subir a lo alto de la escalera de cuerdas, no es una mala sensación, al menos camufla el dolor de mis músculos. Me caigo varias veces en todos los obstáculos que requieren equilibrio y varias personas ya me han esquivado o saltado por encima, pero nunca miro hacia los instructores, si lo hago sé que no podré volver a levantarme. Llego lleno de tierra a la meta, con las piernas temblorosas del sobreesfuerzo, los pulmones a punto de estallarme y sintiendo el sabor a sangre en mi garganta, pero he llegado y eso me hace sentir muy vivo. Mi hermana llega poco después de mí, agitada y con la cara completamente roja, por su ropa deduzco que ella también ha caído algunas veces, pero seguro no tantas como yo.
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Efímeros
RomancePrimer libro de la saga SOMOS. La vida cotidiana de Nathaniel termina el día en que se ve obligado a asistir a una escuela militar. Ni su cuerpo ni su mente están hechos para pertenecer a este lugar, pero él ya ha diseñado su plan de supervivencia:...