39: Es Algo Personal

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     — ¿Quién coño eres? ¿Y quién demonios es Mason? ¡Responde! —la voz del chico es ahora más seria y dura. Me llego a cuestionar si en verdad siente miedo, aunque con toda la adrenalina del momento, ¿es siquiera posible que lo sienta?

     Pero antes de que pudiera volver a interrogarla, ha disparado su arma rápidamente contra él. Abatiéndolo de un disparo y dejándolo tirado en el suelo.

     Se me hiela la sangre.

     Castiel...

     —Me hartas... —dice bajando el arma.

     —Castiel, vete. Esto no es cosa tuya.

     Veo al pelirrojo tendido en el suelo, intentando incorporarse sin demasiado éxito. Quiero correr hacia él, aunque me cueste la vida, pero mi cuerpo no obedece, está paralizado.

     —Mason es tu amiguito, o así lo conocía toda la organización, incluida su noviecita... —fuerza su voz hasta el punto en que me repudia, me dan ganas de vomitar. ¿Cómo se puede ser tan sádica?— Deberías hacerme caso, él y yo tenemos un asunto que resolver, aunque parece que acabaremos pronto...

     Levanta su pistola y la apoya en su frente, mirándole directamente a los ojos. ¿Va a matarlo? ¿Aquí? ¿Ahora? ¿Delante de mí? ¿Qué hago? Castiel intenta moverse, gritar algo, pero al parecer sus heridas son los suficientemente graves como para impedírselo.

     —Al menos dime quién eres. Sería un acto de cortesía presentarte al hombre que vas a matar —Oigo decir al mayor.

     No parece que tenga miedo, al contrario, parece totalmente tranquilo. ¿Acaso tiene un plan? ¿o tan poco valora su vida?

     — ¿Acaso no me recuerdas? Ha pasado algún tiempo... —Le da unos golpecitos con su arma en la cabeza— ¿Tan rápido olvidas a los que mataste? Tú mataste a mi padre, y mandaste toda mi vida a la mierda... Salí en todas las noticias como la hija de un gánster, ¿crees que alguien quiere adoptar a una niña así? Destrozaste el negocio de mi padre, y también toda mi vida... Y ahora ni siquiera me recuerdas...

     Su voz tiembla, parece que está perdiendo los nervios.

     —Lo recuerdo —dice, limitándose a mirarla, sin ningún tipo de emoción aparente en su cara.

     —Destrozaste mi vida —lo acusa.

     —Tú no eres tú padre, aún eres joven para cambiar las cosas.

     —Te equivocas, no puedo. Por tu culpa he estado sola toda mi vida, sentenciada a que todos me mirasen con pena y miedo a la vez. Mi sangre ya está manchada, tengo un gen asesino en mi ADN, al menos eso es lo que piensan todos.

     —Pero aún no has matado a nadie —si voz suena suave, cariñosa, como si estuviese hablando con el fantasma de su novia, tratando de salvarla una vez más.

     —Aún no... —admite—. Pero tal vez no falte demasiado para que lo haga. Dime, Mason... ¿te arrepientes?

     Suspira.

     —No lo hago —confiesa.

     Y en ese momento todo el juego mental que habían creado entre los dos se ha venido abajo. Evan ha perdido. Mason no ha vuelto s conseguir salvar a su novia.

     Eso pensaba...

     El disparo ha resonado por todo el lugar. El pelinegro se ha desplomado sobre el suelo y a su alrededor comienza a acumularse su sangre; Castiel grita y logra incorporarse hasta quedar sentado; mi rostro refleja terror, estoy inmóvil, no puedo ni gritar. Le ha matado, le ha matado delante de mí, de nosotros, y ni se ha inmutado.

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