20: Hogar, dulce hogar

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     Allí, sentado en la mesa, estaba nuestro instructor, el pelirrojo. Sí, Foster, Capitán, como le quisiésemos llamar.

     Las carcajadas de todos se detienen al notar nuestra presencia y observan nuestras caras de idiotas.

     — ¿Ya habéis llegado? Es tarde, hemos empezado sin vosotros —comenta nuestra madre cuando entramos a la estancia. Sus mejillas están bastante sonrojadas, no sabría bien si por si haber estado riéndose o como consecuencia del vino. Tal vez ambas.

     —Ha habido un problema con nuestro tren... —explica mi hermana aun en shock.

     —Subid a adecentaros y venid a cenar —ordena nuestro padre, sin ninguna expresión aparente.

     Le hacemos caso, su voz es autoritaria y fría, como siempre. Me permito tirarme unos segundos sobre la cama antes de ponerme algo distinto a mi uniforme de campaña. ¿Qué demonios hace él aquí? ¿Acaso mi padre le ha invitado para que le informe sobre nuestros progresos? Suena rebuscado pero no le encuentro ninguna otra explicación. Aunque, ¿por qué iba a invitarlo por eso a nuestra cena de Navidad?

     Me levanto de la cama, cojo unos vaqueros blancos y una camisa azul clara y me voy a la ducha. Afortunadamente mi hermana ha sido rápida y no he tenido que esperar demasiado a que acabase. Otra de las cosas útiles que se aprenden en la militar, supongo.

     Cuando acabo me dirijo de nuevo al comedor, mi hermana ya está en su sitio, comiendo algo de pavo ya tibio. Me siento a su lado y me sirvo un pedazo. Como lento, mirando con disimulo al chico pelirrojo que está sentado en mi salón.

     Hacía tiempo que no lo veía sin su uniforme, desde que salí a la ciudad con los chicos, pero hoy va más elegante. Lleva puestos unos vaqueros negros y una camisa de un rojo oscuro, con los primeros botones abiertos, dejando a la vista un collar sencillo en su cuello y la cadena de las chapas militares. Le sienta bien ese color, combina con su pelo, más que el verde del uniforme.

     — ¿Y qué tal tus golpes, hermanita? —pregunta mi gemela con voz inocente. Y me lamento de que haya estropeado el incómodo silencio que nos acompañaba.

     —Perfectamente, no ha sido nada grave —Su voz suena indiferente, quitándole importancia al asunto.

     No ha pasado ni una hora desde que llegamos a casa y Ámber ya está tratando de complicar las cosas con nuestro padre. Parece que no ha superado su pérdida de protagonismo de nuestra anterior visita. Eso y que le divierte demasiado ver como toda nuestra familia la halaga mientras que a nosotros nos regañan. Mi padre parece no alterarse demasiado por su comentario, cosa que me alegra.

     — ¿Y qué tal los resultados? —Va pasando su mirada por cada uno de nosotros, aunque ni Su ni yo queremos hablar demasiado.

     —Yo tengo todo aprobado, solo me falta hacer un examen de modelaje a la vuelta —responde, pasando parte de su melena rubia hacia la espalda con su mano.

     —Eso es genial, querida. ¿Y vosotros dos? —Nuestra madre finge alegrarse por la mediocre noticia de mi hermana y pasa su mirada a nosotros dos. Por supuesto, están deseando saber si el reciente altercado ha influido en nuestras notas.

     —No los tenemos aún —se adelanta a decir mi hermana con duda, centrándose en mordisquear un poco de lechuga de su plato. Imagino que ella también siente violento hablar de eso delante de uno de los instructores, aún encima Foster.

     —Al menos sabréis cómo os va. A eso llegáis, ¿no?

     Me enfada el tono indiferente de mi padre, como si fuésemos dos estúpidos que no saben decir si les está yendo bien o no. ¿Y qué vamos a decir si uno de nuestros instructores está presente? Sin embargo con la princesita todo es distinto, "Oh, querida. ¿Has aprobado todo en la Escuela Privada de Moda? ¡Estupendo!"

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