52: Efímeros

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     —Ya puede entrar a ver al paciente —me informa con una sonrisa la enfermera encargada de hacer el chequeo matinal.

     Le doy las gracias devolviéndole la sonrisa y me apresuro a entrar en el cuarto.

     El rubio está tendido en la cama, ligeramente incorporado. Se me queda mirando cuando atravieso la puerta y me sigue con la mirada durante el leve trayecto a la banqueta que hay al lado de su cama.

     —Hola —saludo.

     —Hola —me responde, decaído.

     — ¿Qué tal te encuentras?

     —He tenido días mejores.

     —Ya, supongo...

     La conversación es más incómoda de lo que esperaba, aunque tal vez el chico no esté de ánimo para un reencuentro emotivo.

     —Nathaniel —un enfermero que ha entrado en la habitación nos interrumpe—. A las doce te traerán algo de comida, si necesita algo antes de eso usa los botones que hay en la pared.

     —Gracias —agradece el chico antes de que el hombre salga nuevamente al pasillo.

     Me remuevo en la banqueta hasta sentarme en el borde, inclinado hacia él. Hacía tiempo que el silencio entre nosotros no era tan incómodo.

     —Lo siento —me disculpo una vez el enfermero nos ha dejado solos.

     Él me mira con sus ojos ambarinos, sin entender bien el por qué de mis palabras. Me produce ternura.

     —No he podido evitar que todo esto sucediera —aclaro.

     —No tienes por qué, de todas formas no ha resultado en nada demasiado grave —lo dice sin mirarme a la cara, como si todo lo que ha ocurrido no fuese la gran cosa para él a pesar de que ahora está tumbado en una cama de hospital de la que no podrá moverse en al menos una semana.

     —Pero yo soy tu instructor, debo protegerte —respondo, exasperado por su indiferencia. Su ceño se frunce y ahora gira su cabeza para mirarme.

     —Brown también lo es —Está serio, como si algo de lo que he dicho le molestase.

     — ¿Te ocurre algo? —trato de comprenderlo. Acerco mi banqueta a su cama y acaricio suavemente el dorso de mi mano por su mejilla. Quiero besarlo pero sé que eso le lastimaría las heridas de los labios.

     —Puedo protegerme yo solo —alza su voz y aparta la cara de donde está mi mano. ¿Qué le ocurre? Nunca le había visto así.

     —No parece que se te haya dado muy bien... —digo, haciendo notar lo obvio, y pronto me arrepiento de tratarlo tan bruscamente dada la situación en la que se encuentra. Puedo ver como su enfado a incrementado por las expresiones de su cara.

     —Foster, es mi instructor. No debería preocuparse tanto por mí —sentencia.

     ¿Y ahora qué le pasa? ¿Por qué está así? ¿Acaso no valora que me preocupe por él? No logro entender nada. ¿Por qué ahora me llama Foster? Estamos solos, ayer le pedí que usara mi nombre, no quiero que me llame de otra forma.

     —No deberíamos interactuar más de lo estrictamente necesario. Agradezco la visita de cortesía pero no hace falta que se quede.

     Me quedo boquiabierto, técnicamente me está echando del cuarto. ¿En qué momento se ha vuelto tan frío?

     Fuera se oye el murmullo de un grupo de jóvenes, entre ellos se encuentra la voz de la hermana pequeña del chico que acaba de echarme. Decido que es el momento de irme y lo dejo solo en el cuarto, aunque no será por mucho tiempo.

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