—Vete.
Apenas suena como un susurro contra mi oreja por la voz desgarrada que le ha quedado tras el llanto. Lo separo un poco de mí y sus manos acarician mis mejillas.
—Nath, vete, por favor... —Me lo ruega con la mirada y sé que no puedo hacer nada mejor que obedecerle. Acomodo como puedo mi chaqueta y salgo de aquella cabaña.
Sé que no está bien que lo deje solo, más en ese estado. ¿Pero qué más puedo hacer? Es un cabezota pelirrojo con el orgullo por encima de las nubes, no quiere que nadie le ayude aun cuando está mal. El problema es que ahora no está mal, está destrozado, devastado, hecho mierda... No existen los suficientes adjetivos en mi cerebro para definir con certeza lo que le ocurre.
Camino entre el frío de la noche. El toque de queda ha pasado hace ya un buen rato y los instructores ya se han retirado de su ronda. Todo está desierto.
Entro en el edificio y subo sigiloso las escaleras hasta mi cuarto. En teoría uno de los instructores debería estar vigilando los pasillos, pero normalmente aprovechaban su guardia para tomar una siesta.
Llego a mi cuarto sin problemas. Dajan no está, la anterior madrugada los han llevado a un simulacro, a todos los cursos menos a los de primer año. Parece que algunos superan el día de misión, debe ser duro. O eso habría pensado al entrar aquí, hace unos meses. Ahora, sin embargo, tengo ganas de que llegue el siguiente. Le he cogido bastante gusto a sentir la adrenalina por mi cuerpo, casi como una droga. Bueno, supongo, nunca las he probado, ni pienso hacerlo.
Me quito la ropa y me visto con el pijama para meterme en cama. Mañana tendré que coser los botones de la camisa que Foster ha estropeado.
Mi mente vuelve a lo que ha pasado hace unas horas. Mi padre perdiendo el control... No es la primera vez que ocurre, ya hace un par de años que todo comenzó. Al principio eran solo gritos, luego comenzó a golpear la mesa, el armario, las puertas... todos los muebles de la casa se volvieron su objetivo, hasta que un día me tocó a mí.
Me acuerdo perfectamente. Ese día me había saltado mis clases de repaso para ir a un recital con mis compañeros del instituto. Al llegar a casa me estaba esperando para reprochármelo y en medio de la discusión me dio un manotazo. A partir de ese día se volvió algo habitual, notas que no eran excelentes, no conseguir el premio académico que esperaba, dejar las cosas mal colocadas... cada uno de mis errores era recordado por él para que no volviese a cometerlo.
Ni siquiera me planteé que hubiese algo mal hasta que Sucrette lo descubrió y trató de plantarle cara. Y ahora estamos ambos en una escuela militar. Doy otra vuelta en la cama antes de quedarme dormido.
Oigo como la puerta se abre y se vuelve a cerrar, apenas sin hacer ruido. ¿Dajan ha vuelto? No, sé perfectamente que mi amigo es menos discreto que un elefante en una cacharrería. Tal vez sea uno de los guardas comprobando que todos estemos dormidos en nuestros cuartos como corresponde. Dejo de darle importancia.
El colchón se hunde detrás de mi espalda cuando alguien se acomoda al otro lado de mi cama, giro un poco mi cabeza y logro distinguir la silueta de hombre con pelo largo.
—Duerme.
Dice y se limita a acomodar la ropa de la cama para taparse. Me giro hacia él y lo rodeo con mis brazos, no se resiste y me imita. Está frío por haber estado en la intemperie en mitad de la noche. No sé qué habrá estado haciendo hasta ahora, ni me importa. Llevo mis manos hacia su cuello y acaricio los mechones rojizos que caen sobre su espalda, él me abraza con más fuerza y apoya su cabeza en mi pecho, cerca de mi cuello. Tal vez deba plantearme más seriamente lo extraña que es nuestra relación, pero es tan extraña que dudo que merezca la pena darle demasiadas vueltas. No digo nada e intento volver a dormir, consiguiéndolo al parecer.
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Efímeros
RomancePrimer libro de la saga SOMOS. La vida cotidiana de Nathaniel termina el día en que se ve obligado a asistir a una escuela militar. Ni su cuerpo ni su mente están hechos para pertenecer a este lugar, pero él ya ha diseñado su plan de supervivencia:...