✦ Navidad familiar

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Era la víspera de navidad cuando estabas totalmente presionada con el tiempo; tus padres y suegros irían aquella noche para pasar las festividades navideñas en familia  y esperar a la medianoche para abrir los regalos, por lo que querías que todo saliera a la perfección iniciando por la cena.

—¡Dan, ¿Ya están cambiados los niños?—Desabrochaste el delantal que cubría tu vestimenta y lo dejaste junto con los guantes de cocina sobre la mesa. Miraste el reloj, aún había tiempo para terminar de retocar tu maquillaje y poner toda la comida en el comedor antes de que todos llegaran.

Cuando subiste las escaleras escuchaste un par de carcajadas y sonreíste negando, ya teniendo una idea de la imagen que te encontrarías tan pronto como entraras a la habitación de tus hijos. Vivir repleta de hombres no había sido una tarea fácil para ti, pero estabas acostumbrada a la rutina que ya tenían; y es que desde tu esposo, hasta los dos pequeños hombrecitos revoltosos que tenían parecían que muchas veces conspiraban contra tu persona.

Tan pronto como empujaste la puerta entreabierta solo pudiste soltar un suspiro, viendo que tanto tu esposo como tus dos pequeños estaban a medio vestir por estar jugando con los muñecos de acción solo te hacían ganas de agarrarlos por los hombros y sacudirlos. 

Mostraron sonrisas cómplices y con un aura de inocencia, pero conocías perfectamente que era su forma de evitar que los regañaras. Los tres se ponían de acuerdo y era difícil ignorar sus gestos, pero por aquella ocasión decidiste ser fuerte, aún y cuando el más pequeño sacaba un pequeño puchero que imitaba de su padre y el más grande hacía ojitos mientras sujetaba el muñeco entre sus manos.

—No los regañaré porque prometí no hacerlo, pero si no bajan en menos de cinco minutos y me ayudan en acomodar la mesa entonces les restaré un regalo a cada uno, cada minuto que tarden será un día de retraso para abrirlos.—Cuando terminaste de decir, diste media vuelta cuando quejidos provenientes de la habitación salieron en forma de protesta. 

Entraste a la habitación para terminar de arreglarte, y cuando estabas acomodando tu cabello sobre los hombros sentiste una mirada puesta en ti, provocando que te giraras hacía la puerta dnde lo viste recargado sobre el marco de la puerta con una sonrisa.

—¿Te he dicho que te ves espectacular?—Cuando negaste con una sonrisa divertida, se acercó hasta quedar frente tuyo.—Entonces soy un esposo horrible.

—Así es, cariño. Eres un esposo terrible, pero por motivos diferentes, ¿Cuál es la única tarea que te encargué el día de hoy mientras terminaba la cena?

—En mi defensa, ellos me persuadieron de jugar con esos gestos que sacaron de ti y no pude negarme, ellos realmente estaban emocionados por jugar.

—Sí, pero si nuestro hijos no bajan cuando yo baje a la cocina entonces será tu culpa que no puedan abrir sus regalos esta misma noche.—Depositaste un casto beso sobre sus labios y luego palmeaste su pecho, apartándote. 

Te miraste una última vez para acomodar el arete que te hacía falta, sintiendo como una mano caía con pesadez sobre tu cadeta. La tela de la corbata estuvo a la altura de tu pecho para que pudieras verla y te giraste de nueva forma, ayudándole para hacerle el nudo de la corbata y ajustarla al cuello de su camisa blanca. 

—¿Que harías sin mí? Deberías de aprender a poder hacer el nudo de la corbata.

—Pero me gusta como me queda cuando lo haces, cuando los hago yo quedan horribles.

Negaste y sin poder evitarlo jalaste la corbata para atraerlo hacía tu cuerpo, estampando tus labios contra los ajenos en un suave vaivén que los envolvió a la par de la calidez de la habitación. La fricción apenas perduraba, pero gozaban de poder sentirse de una manera cercana; el tiempo ni el espacio estaban a su favor, por lo que se obligaron a separarse cuando sus manos estuvieron involucradas y sentían la necesidad sofocándolos a cada segundo que transcurrían juntos.

—Te espero abajo, termina de arreglarte o te castigaré como a los niños.—Sonreíste cuando lo viste aún tratando de recuperar el aire y te alejaste, haciendo resonar el tacón de tus zapatos.

—¡Mi mejor regalo eres tú!—Gritó cuando saliste y sonreíste con un leve rubor en tus mejillas, bajando las escaleras al mismo tiempo que los niños salían de su habitación apresurados.

—¡Ya estamos listos, mamá!—Mencionaron en cuanto te vieron bajar y soltaste una carcajada al ver el desastre que habían hecho con sus vestimentas. 

Vestían de forma elegante, con un conjunto de tres piezas mal puestos, reíste cuando los botones del chaleco estaban mal abotonados; la corbata de color roja no estaba centrada ni bien anudada, por lo que hacía que se viera por encima del cuello de la camisa y el saco estaba arremangado de tal manera que inclusive se veía desaliñado. Lo único presentable eran sus zapatos brillantes y su cabello perfectamente peinado hacía atrás y a los costados, descubriendo sus rostros. 

—Pero niños, ¿Así pretenden estar para la cena? Vamos, les tendré que ayudar para que se vean presentables.—Extendiste tus manos para poder agarrar las suyas, subiendo nuevamente a su habitación.

Ellos no protestaron, solo dejaron que los terminaras de arreglar justo a tiempo cuando el timbre de la entrada sonó y tu esposo había bajado para terminar de acomodar todo; tus hijos bajaron corriendo mientras gritabas que tuvieran cuidado, apresurados por recibir a sus invitados y esperando a ver más regalos para ellos. 

A partir de ahí todo marchaba bien, disfrutando de la llegada de cada uno de sus familiares y degustando la cena que con tanto esmero te habías dedicado hacer; La medianoche llegó más pronto de lo esperado, por lo que los regalos fueron abiertos y muchas sonrisas se hicieron presentes conforme cada uno era abierto, aquella noche todos se habían ido a dormir totalmente felices y con la emoción de haber podido pasar una festividad más en familia.

✎ Imaginas (III) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora