Domingo, Agosto 15

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Miré al animal, sentado junto a las piernas de Samantha con la mirada perdida y la lengua afuera escurriendo babas por todo el concreto. 

Podíamos pedir un taxi para llevar al perro a la veterinaria, no podía subir a ese callejero a mi auto o a mi camioneta, jamás. Menos ahora que sabía que tenía pulgas. 

—Escucha, pediré un taxi.— le avisé mientras volvía a subir las escaleras de la entrada. 

Samantha suspiró y se puso de cuclillas para acariciar la cabeza del perro. 

—Suerte encontrando uno que acepte subir animales.— se encogió de hombros.

Si ofrecía un poco más de dinero, seguramente aceptarían. Tomé mi orgullo y entré de nuevo a la casa para buscar una línea de taxis, ese perro no iba a poner sus patas sucias y sus pulgas en los asientos de mi carro. 

—Señor Harry, las galletas están listas.— Sara salió de la cocina. 

Se había ofrecido a venir hoy a hacer galletas para Samantha, todos estaban preocupados por ella, pues era bastante notorio que no estaba bien y aunque le insistí a Sara que tomara su día de descanso dijo que quería usarlo para hornearle galletas a la señora. 

Entré a la cocina con el olor que era casi hipnotizante y miré la charola, las galletas de vainilla y chocolate tenían forma de huellas y otras con forma de hueso, me pareció tierno y quizá le sacaría una sonrisa a Samantha. 

—Yo se las envuelvo, ayúdeme a conseguir un taxi para llevar a ese perro a la veterinaria. 

—Uy, no creo que algún taxi quiera subir un animal, señor, pero lo voy a intentar. 

Suspiré. Tomé una bolsa de papel y cuidadosamente metí algunas galletas, quise comerme una pero estaba un poco caliente y solo la partí a la mitad mientras la dejaba caer en la encimera y me quejaba por mis ahora doloridos dedos. Salí con la bolsa de papel y la mitad de la galleta mientras le soplaba, esperando que se enfriara. 

—Sara te hizo galletas, pero lávate bien las manos antes de comerlas.— le tendí la bolsa y ella se levantó para tomarla. 

La abrió y miró dentro con una sonrisa. —Son huesitos y patitas.— dijo. 

Las galletas estaban bastante buenas, no era muy fan de los dulces así que Sara no cocinaba postres con frecuencia, lo hacía ahora que estaba Samantha en la casa y eso estaba bien, ahora la casa tenía un agradable aroma a vainilla y a horneado. 

—Las manos.— le recordé cuando intentó tomar una galleta y estiré mi mano para que me dejara la bolsa. Ella apretó los labios y me dio la bolsa.

—Vigila a firulais.— dijo y se aproximó a las escaleras. 

— ¿A quién?— me giré para verla. 

—A firulais.— señaló al perro. Asentí con una mueca y ella entró a lavarse las manos. 

—Con mucho jabón.— le grité desde fuera. 

Miré el cielo, el sol estaba escondiéndose en el horizonte y pronto oscurecería, el Domingo estaba terminando y sentía que no había descansado en absoluto, no me apetecía ir a la oficina mañana pero tenía que hacerlo no podía permitirme retrasar más el trabajo, no nos estaba yendo bien como para que yo me diera el lujo de no ir, estaba temiendo que estuviéramos yéndonos a la quiebra poco a poco. Tendría que hacer una junta con los asesores y buscar soluciones rápidas, tendríamos que tomar duras decisiones.  

Estaba perdido mirando a todas partes cuando sentí algo caliente resbalando en mis piernas. 

Con las cejas fruncidas miré de inmediato hacia abajo, el perro del demonio acababa de bajar la pata después de orinarme y se acostó tranquilamente junto a mí.

Contrato de Boda (H.S.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora