Suegra

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Sebastian sentía la incomodidad propia del roce de la mano cálida de otro humano que no fuera Bard, ni a su joven amo a quien le pertenecía también en otro sentido tenía la libertad de tocarlo de la manera como lo hacia esta mujer, quien emocionada no dejaba de sonreír y hablar con los bebés que parecían reconocerla porque se retorcían fuerte dentro suyo. El demonio parecía transmitir un mensaje con la mirada a su esposo, este tontamente no le entendía o solo pretendía no entenderle porque no hacia caso lo que este le insinuaban esos ojos carmesí que destellaban un poco.

—¡Estoy tan feliz! ¡Ya quiero ver a mis nietos! Tres de una sola vez así se hace mi querido Bard— La mujer en medio de su emoción se enorgullecía de su hijo que sonrojado se rascaba la cabeza apenado— Veo que has gastado tus últimos cartuchos en este flacucho.

—¡Madre! No lo digas así... —El rubio más apenado le regañaba, Sebastian sonreía pero no era una sonrisa de que estuviera feliz sino como gesto de que contenía sus ganas de matar, Bard con una nerviosa sonrisa trataba de calmarlo se prestaba a alejar a su madre de los instintos asesinos de su esposo.

—Vaya, tu madre resultó ser toda una poeta... —Eran las palabras de un animado Ciel que entraba a la habitación de la pareja quienes estaban junto a la mujer americana que los visitaba— Me alegra que viniera.

—Mi querido conde... Apenas leí su carta y en el primer barco emprendí mi viaje, ya ve que tengo un hijo ingrato que no me comunica nada de su vida, ni a su boda me invitó y tampoco me contó de algo tan importante como que voy a ser abuela.

La mujer con resentimiento hablaba mientras se acercaba a saludar al joven en un sutil abrazo que este no rechazó, Bard un poco aliviado suspiraba porque así ella se apartó de su esposo demonio que malhumorado desviaba la mirada.

—Mamá, juro que te iba a decir cuando nacieran los bebés pero es que aguantarte a ti y a Sebastian embarazado era demasiado para mi.

La mirada de su madre y esposo se fijaron en él con enojo por lo dicho pero sabían que el rubio era así no era mucho de guardarse sus pensamientos y emociones para si mismo, los dos solo lograron ponerlo más nervioso haciendo que se esconda tras su pequeño amo que no dejaba de sonreír con cierta malicia por la situación.

—Dejen al pobre Bard, no es su culpa que su honestidad sea su mayor defecto y su mayor virtud.

Los dos suspiraron resignados porque el joven tenía razón, así amaban a su manera a este hombre rubio de mediana edad, quien no dejaba de agradecer en susurros a su amo por haberlo defendido.

—¿Cuándo van a nacer? Debe faltar poco porque tienes el vientre bien grande —La mujer curiosa hablaba para cambiar el tema.

Todos miraron a Sebastian ya que era el único que tenía la respuesta a esa duda, en si era la duda de todos pues el demonio no respondía con claridad cuando se lo preguntaban tal vez ahora por fin lo diría.

—En unas dos semanas o menos... No sé... —En un murmullo el demonio le respondía.

—Falta poco... Y esta habitación ni siquiera está adecuada para los bebés. —La mujer algo ansiosa caminaba en la habitación que estaba tan simple como siempre lo estuvo— ¿Dónde van a dormir? ¿En el suelo? ¿Con qué los van a vestir?

La pareja desviaba la mirada por qué habían pospuesto el asunto de las cosas de los bebés para después, y ese después al parecer les llegó de forma obligada con la mujer que los seguía regañando por su falta de preocupación por sus hijos que estaban prontos a nacer.

—Podríamos ir de compras... Comprar sus cunas y ropa. —Sugería Bard con una sonrisa acercándose a su madre para que ya no siguiera con los regaños.

Ese demonio... Tendrá un bebéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora