Capitulo 53 [SEGUNDA PARTE]

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Cuatro estaciones al año. Dos se olvidan de este lugar: otoño y primavera. Tres meses de verano, días flemáticos de leve calor, el suficiente para despojarnos de un poco de ropa, y que nos permita ver por fin el cielo azul. Completamente sin atisbo de nubes. Ninguno, absolutamente. 
¿El resto del año? Frío y caucásico invierno. 
Para el resto de Norteamérica estábamos en medio de la primavera. 
Flores cándidas, arboles atestado de hojas verdes y firmes, polen en el aire. En cambio, en Satterville se avecinó una tormenta de nieve. Era una de esas que venían de la nada, con una particular y ridícula tradicionalidad. Todos los años había una en primavera. Lo llamábamos la Última nevada. Porque realmente era la última que se veía antes de que se acabara la primavera, hasta que nos encontráramos con otra de ellas después del término del verano. 
Lo mejor de aquello es el poder disfrutar de la nieve, una taza de chocolate caliente, y por supuesto, lo mejor de todo, tres días sin escuela. Encuentro lamentable la situación del resto de Norteamérica y parte de Europa, siendo atacados por el polen y la alergia, disfrutando de un rico baño de sudor dentro de sus aulas de clases, casas u oficinas, en serio los compadezco. Sobre todo si yo estoy con mi chico al lado, dispuestos a pasear dentro del bosque, caminando por la nieve, mientras copos y copos de nieve, gloriosos y gélidos caen, nublando el más allá del paisaje, corrompiendo las ramas de los árboles, decayendo en mi nariz y la piel de mi abrigo. 
Su mano desnuda, tomando la mía enguantada. Mis bototos dejando huellas en el camino lactescente. Su cabello castaño interceptado por delicados copos de nieve. Su dorso inmune, indestructible y desnudo, parece no tener barreras, no sentir ni una pizca de frio. 
Paisaje blanquecino, fantasmal y majestuoso. Inhóspitamente acompañados. Es el mejor panorama de todos.
Resguardé la mitad de mi rostro detrás de la bufanda roja que tenía envolviendo mi cuello. Seguro que mi nariz estaba como la del Rodolfo el reno, casi ni podía sentirla. Por lo demás estaba muy bien cuidada del frío, un Cárdigan de lana más un abrigo color terracota. Unos bototos con pelaje dentro que me daban unas ganas de quedarme en ellos para siempre. Y mis gruesos blue jeans, puestos encima de una pantis de lana. Pero Justin…
Justin sólo traía sus jeans negros. Y unas zapatillas. Nada más. 
Lo observé desconcertada. 
—Por Dios, me da más frío verte así. 
Justin volteó a verme. 
—Por lo menos dime que estás disfrutando de la vista. 
—Te admito que es lo único ardiente que hay por aquí. 
Él rió, pasando su brazo por mi cintura, mientras caminábamos. 
—Me gusta sentir la nieve, aunque no sienta para nada el frío. 
Me detuve de repente. Escondiendo mi sonrisa maliciosa bajo mi bufanda. Me agacho rápidamente, agarrando un puñado de nieve en mis manos. 
— ¡Pues siéntela! —arengué, aventándosela. 
Él alcanzo a cubrirse con sus brazos. Exclamando sorprendido. 
Para cuando volvió a mirarme, sus ojos brillaban de desafío y sed de venganza. 
Corrí a través del lindero, arrancando de su revancha. 
Vislumbré su cabaña a la vuelta de un árbol cuando un golpe me llegó en la espalda, y la nieve explotaba contra mi abrigo y mis hombros. Me encogí inútilmente, cubriéndome la cabeza. 
— ¡Ven aquí! 
— ¡Ah, no! 
Me exalté corriendo más fuerte, gritando, riendo, la emoción del juego embadurnándome la garganta. 
Era como si los arboles formaran una órbita alrededor de la cabaña, todos connumerados, altos ejes ramificados, en torno a la pequeña casa enmaderada, con troncos no procesados y un techo blanco por la tormenta. 
Me inclino cerca del suelo, mientras corro, capturando toda la nieve posible y se la tiro a ciegas. Por lo cerca que estaba, le cayó justo en el pecho.
Justin se detiene en seco, sus ojos agudos, mordiéndose el labio inferior al instante que me llega su bola de nieve, que ya tenía preparada en la mano. Alcanzo a cubrirme. Corro lo que puedo, otra vez, mis pies pesan por la nevisca en el suelo, los copos desplomándose lentamente, apenas me dejan ver. Tomo más nieve y se la lanzo. Desenvolviéndonos en una reñida guerra de nieve.
Él logra esquivar varios de mis ataques, con simples movimientos, y yo trato de saltearme los suyos, corriendo lejos. 
Reímos, gruñimos, ninguno puede parar porque ambos somos demasiado competitivos. 
Casi cruzamos hasta el otro lado de la órbita, aproximándonos al próximo paramo de árboles. 
Nuestras respiraciones sueltan vaho cada dos por tres, como si nuestras fosas nasales fueran la chimenea a vapor de un tren. Veo su rostro y su sonrisa divertida a través de la decadencia de los copos, y me doy cuenta de lo jodida, profunda e infinitamente enamorada que estoy de él. 
No es que no lo supiera antes, sólo que el sentimiento me atacó una vez más con más intensidad de lo que siento todos los días. 
Le tiro otra bola de nieve, con el impulso de esa emoción. Me rio más fuerte, una risa satisfecha, placentera. 
Justin gruñe en el impacto, da un grito gutural, como de guerra, pero él sólo se mueve un ápice en menos de medio segundo, siento sus brazos rodeándome y su cuerpo abalanzándose. 
Oigo el viento rugiendo en mis oídos. El vértigo expandiéndose como un rayo a lo largo de mi espalda. Tragando un suspiro, me veo sorprendida cayendo hacia atrás, con el vislumbre del cielo blanco y los copos descendiendo sin precipitación sobre mis ojos como lágrimas congeladas, por sobre el hombro de Justin que me ha venido encima. 
Siento como caigo pesadamente sobre el montón de nieve aglutinada, que acolcha el suelo, como si fueran plumas. Por un momento pensé que iba caer más hondo, que nos hundiríamos en medio del frío. 
La nieve se cuela por mi nuca, así igual a millones de hormigas invasoras. Percibo la gélida sensación embargándome hasta los huesos. Justin no me aplasta del todo y veo su sonrisa detrás de mi aturdimiento. 
Me ha tomado por sorpresa. 
Suelto un gritito al compás del sonido de la nieve crujiendo bajo nuestro peso. Anclando mis dedos en sus brazos, no puedo zafarme, me encuentro inmovilizada con él encima y mi arropado cuerpo me impide hacer más. Siento como si nadara entre mi ropa y pudiera escabullirme por la nieve y salir desnuda. Cosa que a Justin le encantaría. 
Advierto el hedor glacial del hielo traspasando mis jeans. Y lucho contra Justin, contorsionándome bajo su cuerpo, usando algunas de mis fuerzas extras, hasta que de algún modo yo termino sobre él. Me siento a ahorcajadas en su caderas, dejando a mis manos deslizarse por sus costados, agarrando con mis palmas y mis dedos toda la nieve que me fue posible, y luego se la refriego en la cara, el pecho y la cabeza, chillando victoriosa. Justin se retuerce, cerrando fuerte sus ojos. Su cuerpo hace su propio molde en la nieve, recostado mientras yo lo ataco, riendo por ser la ganadora. 
Aunque por ningún motivo aparente, me detengo. Me congelo igual que un iceberg. 
Siento un escalofrío en la nuca. No por el frio, no por el juego, ni por la nieve. No logro distinguir en los primeros segundos de qué se trata, pero sé que trae un mal sabor. 
Es una sensación conocida, auténtica. Esa que he sentido antes y posteriormente nada bueno se avecina. De pronto sé que no estamos solos, y que ese ardor en la nuca no es más que la alarma, la luz roja que se prende en todo mi sistema, anunciando el peso de alguna mirada. 
Aquella jodida sensación de saber que te están mirando. Pero no sabes quién lo hace, ni de dónde, ni porqué. Inquietante. 
Atisbo atentamente la arboleada que nos rodea, justo frente a mí, sin tener idea qué esperar. La nieve seguía decayendo en un lento goteo. Los pinos se erguían quietos, casi expectantes, espectadores, guardando secretos, aguardando en la tranquilidad, quizás escondiendo a alguien. Los troncos de piel gruesa y agrietada, iban uno al lado del otro, uno tras del otro, manteniendo eclipsado sus espacios, el bosque más allá se encontraba nevado en la penumbra. Volteé sobre mi hombro, tratando de ver al otro lado del bosque que se encontraba detrás de mí, encontrándome con una réplica exacta de lo que acababa de ver, inhóspito y blanquecinamente solitario. Entonces, ¿De dónde venía esa sensación?
Aquella incertidumbre era mucho más terrorífica que pillar a alguien espiándonos. 
— ¡Ya! Me venciste. —rezongó, sentándose. Sus brazos me rodearon, el vaho de su aliento rozó mi rostro. Su sonrisa se minimizó cuando me notó inquieta. — ¿Qué pasa, Sweetie? 
Subí mis dedos por sus brazos, sintiendo la ferviente necesidad de protegerme. 
—Emmh…sólo sentí como si alguien estuviera observándonos. 
Sus cejas oscuras se torcieron. 
Echó una ojeada rápida alrededor, detrás de sí y detrás de mí. 
—No. Yo no veo ni siento nada. Debe ser algún animal. Al principio siempre me pasaba, hay animales que se quedan por ahí merodeando, son muy fisgones. Es recién segunda vez que vienes. 
Él se encogió de hombros, pero yo no estaba del todo convencida. Quizá podía ser algún juego de mal gusto por parte mi mente, una ilusión. Sin embargo, era una emoción burbujeante dentro de mí, que no permitían tener a mis nervios tranquilos, eran de esos pesos en el pecho que dificultan tragar saliva. Aunque no era tan embargadora como para no dejarme actuar. Me quité de encima de Justin, me sacudí la nieve de mis pantalones, frotando mis palmas al mismo tiempo para calentar mis manos casi congeladas. 
Le extendí mi mano para ayudarlo a levantarse. 
—Mejor entremos a la cabaña. Tengo más frío de lo soportable. 
A Justin nada pareció perturbar su buen humor, sin soltar mi mano, me rodeó por los hombros, acercando mi cabeza a su pecho, una sonrisa pegadiza inamovible en sus labios. 
Caminamos abrazados hacia la puerta, volver a esa pequeña cabaña me trajo el inevitable recuerdo de cuando estuve en ella por primera vez, parece que pasó una eternidad desde entonces. Cuando Justin abrió la puerta vi la misma imagen que visualicé en mi cabeza al evocar el recuerdo. El fuego prendido en la chimenea en la pared lateral izquierda, la cocinilla oxidada a un lado, al fondo su cama compuesta por variadas pieles animales y sabanas. Un sillón al otro extremo. Y el alto techo ornamentado con atrapa sueños, grullas de papel, figuras ficticias de pájaros y paños de diversos colores. En aquel entonces yo no lo sabía, pero imagino ahora que Justin tuvo mucho tiempo libre del que ocuparse, no me extraña que dejara una marca interpersonal y artística en su cabaña. 
Apenas entré me sentí abrazada por el calor del fuego, acogida como si fuera recibida por brazos fraternales. 
Me recorrió un escalofrío por la espalda, pero ésta vez por percibir la calidez reemplazando al frío.
Acercándome inmediatamente a la chimenea, extendí mis dedos para tocar el mantra que desprende el fuego, mientras escuchaba a Justin cerrar la puerta, pasearse hasta la cocinilla, prenderla y poner algo a calentar. Cuando salí de mi hipnotismo por el flameo de las llamas, dirigí mi atención hacia él, percatándome que había puesto una tetera con agua a calentar. Sonreí ante el gesto de que pensara prepararme algo caliente. Justin y su afable hospitalidad. 
—Ojala no sea sangre de cuervo esta vez. —Bromeé enternecida. 
—Compré café. Ahora te daré de beber algo más humano, no te preocupes. 
Solté una risita tonta. 
Me cruce de brazos, frotando mis piernas una contra otra, mi piel estaba erizada comenzando a perder el frío.
Advertí sus pasos acercándose.
Luego sus brazos fuertes y protectores me envolvieron, apoyando su barbilla en mi hombro, resguardándonos en el silencio. Sólo el rasgueo de las llamas siendo música de fondo.
Oí su aliento en mi oreja, comenzó a acariciar el borde de mi mandíbula con la punta de su nariz. Cerrando mis ojos, reí temerosa a alguna cosquilla. Justin depositó un delicado y sonoro beso en mi mejilla. 
Y susurró: 
—Te amo. Tanto. 
Mi sonrisa se ensancha, y volteo la cabeza, para toparme con su rostro iluminado entre la luz del fuego y la penumbra.
Contenta le beso en los labios. 
—Yo también te amo. Mucho. 
Me giro en sus brazos. Deslizo mis dedos alrededor de su nuca, empujándolo hacia mí. Lo beso otra vez, con la comisura de mis labios alzadas hacia arriba. Me abraza más fuerte, aprieta mi cuerpo al suyo. Su mano sube por mi espalda, y enreda sus dedos en mi cabello, agarrándolo en su puño. En lo profundo del beso, su otra mano baja agarrando mi trasero. Nuestras lenguas, juguetean en un vaivén de dar y recibir, se tocan, se envuelven. 
Las reservas de oxígeno van caducando. Y no importa. 
Dejándome llevar, me acorrala contra la pared al lado de la chimenea, entre el espacio de esta y la cocinilla. 
Siento el golpe tensar toda mi espalda, gimo contra sus labios, y en menos de lo que pensé, todo subía de tono, en un caso inevitable, tangente y excitante. En el que ambos tarde o temprano íbamos a caer. 
Nos besamos otra vez, profundo, brutal, salvaje. Las llamas ya no estaban en la chimenea estaban en mi piel, en mi interior, yendo camino a otro punto de ebullición. Justin rompe el beso, mirándome con sus ojos indómitos, su pecho sube y baja a causa de una respiración precipitada, igual que la mía. Siento mis mejillas ardientes. 
En silencio, lentamente, como si él de verdad creyera que en algún momento yo lo habría de detener, dirige sus dedos, seguros, al botón de al medio de mi abrigo terracota. Desata uno por uno, y me besa lenta y desgarradoramente, mientras me lo saca por los hombros y lo dejamos caer en el suelo. Lo rodeo del cuello, cuelo mis dedos en su cabello, asimismo los suyos se infiltran bajo mi cárdigan que también necesita ser desabrochado, pero como su impaciencia es intempestiva, decide quitármelo por arriba, levanto mis brazos, dejo de besarlo en el exclusivo momento en que me pasa la prenda por la cabeza, seguramente termina en otro lado del suelo. 
—Hay más ropa de lo usual, que tengo que sacar. —farfulla ronco. Y yo me muerdo el labio inferior. 
No siento frío, todo lo contrario, su calidez me toma cautiva. 
Él suelta un suspiro y vuelve a besarme de forma abrumadora. Abandonándonos a la deriva, perdiéndonos el uno en el otro. 
Aruño sus omoplatos, estoy entre el bulto creciente de su pantalón y la pared. Sus dedos candentes patinan por la zona baja de mi columna y va por debajo de mi ombligo. Permito que me devore el cuello, a su vez que ágilmente desabrocha mi pantalón. Abre el cierre, encontrándose con mis pantis de lana. Filtra sus manos por detrás y con ambas, masajea mis nalgas debajo del jeans, empujándome más apretado contra él, pelvis contra pelvis. 
Tironeo suavemente sus cabellos entrelazados en mis dedos, estirando aún más mi cuello despejando todo su acceso. Gimo con los ojos cerrados. Sus manos ascienden desde mi trasero a mi espalda, se adueña de mi cintura, tocando mi piel desnuda tras el top. Lo sube junto con sus caricias, esquiando a través de mis costillas, acoplando sus manos en mis pechos.
Hoy no me he puesto brazier. 
Y la áspera piel de sus dedos me eriza los pezones más si es que es posible. 
—Oh, nena, así es como me gusta que vengas. —susurró excitado contra mis labios. 
Me desprende de mi top, desaparece arriba de mis brazos, Justin no permite que los vuelva a bajar. Sostiene mis codos contra la madera, así tiene libre disposición a comerme viva, atrapa uno de mis pezones entre sus dientes, ejerciendo una leve pero muy punzante presión. Lato en mi interior. 
Lame, mordisquea, succiona haciéndome perder la cabeza. Siento como en mi entrepierna algo palpita y se hincha, y yo me digo a mi misma que la situación no es equitativamente justa. Aunque no sea por nada del mundo algo malo, soy yo la que está latiendo, lanzado gemidos al azar, entre el sonido del fuego y la de su boca devorándome. Quiero que él se retuerza, que él también tiemble. 
Quiero que pierda la cabeza. 
Aprovecho que ha dejado de afirmarme los brazos arriba, y que se avecina a besarme otra vez, para poder tomar las riendas. 
Una necesidad imperiosa crece dentro de mí. Una muy embriagadora y desconocida. 
Con un ligero movimiento de piernas, hago que cambiemos de posición, y él termina acorralado. 
Muerdo el musculo tensado de su mandíbula. 
Aferro mis manos a su nuca y a su pecho con seguridad. Justin exclama por lo bajo, ante el cambio pero obviamente no emite objeciones, es algo que le conviene. 
Le devoro la boca, sulfurada de frenesí. Me separo, succionando su labio inferior. Mordisqueo su barbilla, y desciendo por su cuello, pasando mi lengua por su piel e hincando los dientes. Voy cuesta abajo, mis dedos acarician su abdomen, y mis besos van hacia sus pectorales. 
Tengo su olor a naturaleza húmeda impregnado en las fosas nasales, arrastro mis dientes por sus pezones, él sisea. 
Saboreo su piel salada y caliente, abandonándome a deleitarme con sus vellos erizados y su respiración subiendo de ritmo. Y voy más abajo. 
Me encuentro con el lindero estrecho de sus vellos empezando en su ombligo y que se pierden tras su bóxer. Entonces termino de rodillas. 
Oh. 
___________. 
Estate atenta a lo que vas hacer. 
Trago saliva, codiciosa, temerosa por ser inexperta. Ok, siempre hay una primera vez. Para todo. 
Aclaro mi garganta, y no sé interpretar los murmullos incoherentes que Justin suelta. El hecho que de pronto no pueda hablar me excita y me incita. 
Mis dedos van solos al botón de sus jeans. Al palpar apenas la zona me doy cuenta que está jodidamente duro, mi palma derecha alcanza a percibir la figura tras el pantalón, direccionada por el muslo de Justin. Bajo su bragueta. Abro los bordes del cierre, y remuevo un poco el elásticos de su bóxer, acto suficiente para que su miembro se moviera, y asomara la cabeza por el borde en donde dice Calvin Klein. Me veo sorprendida, inmovilizada. No por tanto tiempo, para acercarme lentamente y depositar un temeroso beso en la punta enrojecida e hinchada. Así era como quería tenerlo. 
Desde abajo escucho un gemido gutural escaparse de sus labios. 
Decido de una vez, bajar el bóxer, para dejarlo al descubierto. 
Su erección se irgue frente a mí, sale disparada como una flecha justo enfrente de mis labios. 
A pocos centímetros. 
Observo la contextura, escucho su aliento atolondrado, siento que puedo hacerlo. 
Será como chupar un helado, supongo. 
Así que uso la misma técnica. 
Primero con una lamida tímida y exigua. Justin da un respingo. 
Guío a mi mano rodear su envergadura, firme y segura. 
Cierro mis ojos, y exhalo, mi aliento chocando con la punta sensible. No sé quién soy ahora. Otro lado de mí me apodera, estoy cegada de libido. 
Y me adentro en él. Un sabor salado llega a mis papilas gustativas. Lo lamo con todo, labios y lengua, no alcanzo a cubrir ni la mitad de su erección, pero para Justin parece suficiente. Retrocedo hasta la punta, despacio, y vuelvo a avanzar hasta lo que más puedo. 
Elevo mi mirada. 
Justin tiene su rostro contorsionado en incredulidad, fascinación y éxtasis. 
Sus ojos me corresponden, su boca entre abierta. Lo domino. 
Hago los mismos movimientos, lamiendo y chupando, una y otra vez. Él tiembla, y no es capaz de seguir mirándome, rompe el contacto, para echar su cabeza hacia atrás, con sus ojos fuertemente cerrados. Su manzana de adán se mueve, y un quejido gutural surge desde el fondo de su garganta.
Complemento mi boca con mis manos y él se vuelve loco. Subo y abajo al compás, por la longitud de su erección, que se pone más dura si aquello lograra ser posible. Escucho el propio sonido que yo ejerzo con mi boca y no puedo creerlo. 
Estoy incrédula. 
Pero es como si estuviera en modo automático, y supiera qué hacer. Como hacer que tirite de placer, como si lo hubiera hecho antes. No, sin la ayuda de tal vez un libro del género que me gusta incluyera escenas eróticas, tal vez ahí sí que no sabría qué hacer. Me guío por el mero instinto, y la confianza que tengo con Justin para ser capaz de hacer algo como esto. Y esto me refiero a que…
Wuaoh. 
Sí, lo estoy haciendo. Y me excita ver su rostro, su respiración rauda, su miembro en mi boca. 
Justin pone su mano en mi cabello morado, agarrándolo en su puño. Pensé que me incitaría a seguir. Pero me detuvo. 
—No voy a correrme en tu boca. —farfulló, duro. 
Su otra mano se aferró en mi mandíbula, y yo me puse de pie. Sus labios me usurparon, sin importarle que tenía su propio sabor en mi boca. Me tomó de la cintura, me subí, enrollando mis piernas en la suya, lo abrecé, sentí el contacto de su piel candente en la mía. 
No sólo habían llamas en mi interior, también en mi pecho, porque se encendía esa conexión, esa urgencia. Nos amamos con una anárquica locura. 
Diablos. 
Sí. 
Caímos en la cama. 
He hicimos el amor por segunda vez, bajo atrapa sueños, grullas de papel y una tormenta de nieve. 
*************
—Éste me queda bien. Me lo llevo.
—No puedes comprarte un vestido que sólo te queda bien. 
Rodeé los ojos, y mi reflejo también. 
—Cara, ven a verme, a ver si estoy equivocada. 
Escuché al otro lado del compartimiento,que soltaba las ropas, abría su cortina, y se asomaba a través de la mía, con su cabellera azabache interrumpiendo en el probador blanquecino. 
Ella examinó mi reflejo en el espejo. 
— ¡Es que no te queda bien, te queda impresionante! Es perfecto, perfecto para el baile. 
Volví a poner los ojos en blanco. 
—No es para tanto. 
—Argh, tú encontraste el vestido ideal de inmediato, yo aún no puedo hacerlo. Paciencia por favor. 
Ir a comprar ropa con Cara pueden resultar dos cosas: Poco complicado, relajado y divertido. O simplemente una tortura, sobre todo si ella anda en modo “indecisión” y termina probándose unas veinte cosas del mismo tipo y termina comprándose lo primero que se probó.
Estigma de chica que gracias al cielo no heredé. 
Me desabroché el vestido, lo puse en su colgador, me vestí rápidamente con mi vestido casual, negro con girasoles. Era temporada adecuada para usarlo. ¡Por fin! 
Yo ya lista, espero en los sillones de la tienda, frente al probador de Cara como espectadora y como juez. A mi parecer todos les quedaban tremendamente bien. Con aquella altura y esa figura no había vestido que la desfavoreciera. Estuve unos 45 minutos más, diciéndole que en todos se veía bien, levantando mi dedo pulgar, un poco agotada. Hasta que llego el vestido en que el que se veía endemoniadamente maravillosa. Esas fueron mis dos palabras y fue suficiente para que se lo llevara. Me pregunté, cuando estábamos pagando nuestros vestidos, si yo le hubiera dicho en cualquiera de los otros quince vestidos que se probó que se veía mucho más que bien, hubiéramos ahorrado el tiempo. Tal vez sí. 
— ¿Te alcanza? —Preguntó, porque no sabía el precio de mi vestido y yo tenía una cantidad limitada de dinero. Obviamente elegí el que estuviera dentro del presupuesto. Además de bonito, barato, así me gustan las cosas.
Le asentí. 
Estuve un mes trabajando con mi madre en la tienda, y como se está vendiendo la temporada primavera-verano casi nos ganamos la lotería. En Satterville se toman en serio este tipo de cosas, el verano es un evento importante. 
Así, tuve el sueldo suficiente para ayudar a pagar el auto con Justin y un vestido para el baile de la escuela. 
Lo bueno de ésta tienda a la que venimos a parar, es que vende vestidos de todas las tallas pero con diseño único, eludimos el apuro de tener el mismo vestido que otra chica en el baile, lo cual sería catastrófico, según Cara. 
Salimos con nuestras bolsas en mano, nos despedimos en la entrada del centro comercial, está citada a una reunión familiar con sus abuelos quienes vienen de visita a quedarse en su casa por esta semana. Y hoy llegaban almuerzo. 
Le encomendé que los saludara de mi parte. Cuando veía su cabellera perderse entre la multitud de la entrada, un mensaje hizo vibrar mi móvil en el bolsillo de mi vestido. 
<<Estoy esperándote en el Burger King>> trasmitía la pantalla. 
Fui en busca de la escalera mecánica, para subir a la hamburguesería. 
Llegué a la ya reconocida entrada. Había mucha gente, casi abarrotaban las mesas, por suerte ya estaba esperándome, guardándome un puesto. Estos lugares son bastante concurridos, no todos en Satterville se quedan a cocinar en casa, sobre todo los más jóvenes, y es que somos unos cómodos inexorables, amantes de la comida chatarra. Ojala a ninguno de ellos les dé un infarto antes de los 30. 
Lo distinguí de inmediato. El único que traía puesta una chaqueta deportiva de Los labradores, en todo el lugar. Hamilton es tan obvio. 
Le encanta presumir ser parte de un equipo, con su caminata practicada de modelo y esa sonrisa encanta bragas que se le da bien. Llama la atención de cualquiera, hasta de hombres. 
Me acerco a mi evidente amigo, sentándome frente a él en el silloncillo de cuero rojo, en la mesa que está predispuesta al lado de la pared azul a un rincón del local. Le doy un beso en la mejilla antes de tomar asiento en el sillón, depositando mi bolsa de compras a mi lado. 
— ¿Qué traes ahí? —Pregunta Erick. 
—El vestido para el baile. 
—Oh, lo había olvidado. No tengo nada listo. —hizo una mueca haciéndose el preocupado. 
—Tienes tiempo, es la próxima semana, con Cara decidimos comprar los vestidos antes de que gastáramos el dinero y ya no haya nada. Todos en ésta época tienen bailes. 
Erick, se removió en su asiento. 
— ¿Fuiste con Cara? ¿Ya tiene pareja? 
—No, pero sabes que ella iría a su primer baile de fin de año con o sin un chico. 
Me encojo de hombros, viendo venir a un chico con un delantal amarrado a la cintura y una bandeja de comida en su mano. Pensé que iría a otra mesa en nuestra misma dirección pero resultó ser que era nuestra orden, cuando yo ni siquiera he visto el menú. 
—He ordenado por los dos, tengo mucha hambre para esperar a que tú elijas. —aclaró, recibiendo su bandeja al igual que después la mía era puesta para mí. —Además, sé que eres igual de glotona que yo, pedí lo mismo para los dos.
Su sonrisa de dientes blancos y hoyuelos me pedía disculpas pero a mí me daba igual, sobre todo si tenía un sándwich italiano. Primero tomé de mi bebida, porque la mayoría de las ocasiones ir de comprar me da sed. 
—Emmh…yo quería hablarte de algo. —dijo Erick, mirando fijamente su comida. —Quería invitar a Cara al baile. 
Levanté mi mirada hacia a su rostro, sin dejar de beber. 
—Aunque, de hecho, quiero invitarla salir. 
Un trago pasó por el camino viejo, y me trapiqué de forma ridícula, tosiendo hasta que la sangre me subiera a la cabeza. Él frunció el ceño preocupado y yo lo miré impactada. 
— ¡¿En serio!? —inquirí con un picor en la garganta aún. — ¡Oh Dios, es genial! 
— ¿Si? —Sus cejas oscuras se alzaron, una mueca esperanzada se expandió en su rostro. — ¿Crees que funcione? 
En mi foro interno, de verdad me hice aquella pregunta, y por un segundo tuve miedo y no supe muy bien qué decirle, porque Cara nunca me ha mencionado que le guste Erick de otra forma más que su amigo. Cuando yo lo odiaba, ella siempre me mencionaba que era cool, buena persona y encantador, blah blah blah, nunca me habló mal de él porque lo conocía, sin embargo, ahora no sé qué le esté pasando por su cabeza respecto a Erick, aunque sé que si le gustara me lo diría con una llamada a medianoche con su voz de revelación, recién asimilándolo a mitad de todo y despertándome: “Me gusta Erick”. Así es Cara, así pasaría si le gustara. 
Le sonreí condescendiente. 
—A Cara le encanta que la conquisten, seguro podrás hacerlo. —le afirme. 
Oh joder. Era una excelente noticia. Cara necesita alguien así. 
Porque podía apostar el culo a que Erick sería mil veces mejor que Omer. 
*****
— ¿Alguna vez has pensado ir a Vancouver? —Pregunté apoyando mi barbilla en mi mano, viéndolo comer, oh perdón, devorarse aquellos pedazos de carne. 
— ¿Ah? —dijo Justin, distraído, demasiado ocupado en comer para tomar atención. 
El fin de semana le aseguré que le traería el almuerzo hoy, como almuerzo me refiero a que después de comer con Erick en Burger King, me pasé a la carnicería a comprarle un kilo de vacuno, y se lo traje crudo y listo para que se lo tragara en un dos por tres porque estaba bastante (con letras mayúsculas) hambriento. 
Llegué al taller mecánico cerca de las dos, encontrándome con Justin manejando unos papeles, facturando el modo de pago por arreglarle el auto a una mujer cuarentona de cabello tan rizado como el de un Poodle, alta y enjoyada que la sorprendí en pleno mirándole el trasero a Justin, cuando él se daba vuelta a sacar los papeles de la impresora. Carraspeé fuerte para que notaran que estaba ahí, Justin me dio una sonrisa margarita y ella se sonrojó más que un melocotón. 
Sin embargo, la comprendo perfectamente, porque Justin vestido de mecánico es toda una fantasía sexual.
Manchado con aceite, camiseta musculosa, su overol azul amarrado hasta la cintura. 
Podría ponerme a repartir abanicos a cada mujer que entre a este taller. 
Las compadezco, porque ellas jamás van a tener un culo y hombre así en la cama. Sólo yo. 
Justin se chupa los dedos, desviando su atención de la carne, hacia mí. 
— ¿Qué si no has pensado ir a Vancouver? —pregunté otra vez. 
Frunció el ceño desconcertado. 
— ¿Para qué exactamente? 
—Ya sabes, a ir a ver al doctor que los ayudó, ese el que tiene el propulsor para neutralizar a un Equinox. —Traté de explicarme siendo inexperta en el tema. 
Me miró un poco impresionado porque recordara tal información. 
—No sé si él estará aún en Vancouver, sería muy poco probable que se quedara en un solo lugar. He pensado alguna vez en buscarlo, pero no me he atrevido hacerlo, ya sabes por temor a dar un movimiento en falso. Pero mmmh, yo creo que sí, Vancouver sería el primer lugar para buscar.
Por alguna razón me sentí interesada sobre eso. 
—Podrías intentarlo.
—Imposible. —negó, con un pedazo de carne en la boca. —No tengo como llegar. Sobre todo sin que llame mucho la atención. 
—Ahora tenemos nuestro auto. —dije mirando el Volkswagen en un rincón del taller. 
Él volteó a verlo, tomando un poco de consideración a la idea. 
—Serían tres días de viaje. 
—Puedo ir contigo. —Sonreí ladina.
—Voy a pensarlo. 

The Monster (Justin bieber & ___)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora