Capitulo 41 [SEGUNDA PARTE]

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Ni siquiera pensé en que habría un final. ...

¿Así tan fugaz él se fue? Sin preámbulos, ni premeditaciones. Desapareciendo a través de la neblina de todo lo que nos sucedió, a nuestro alrededor y entre nosotros, miradas, besos, emociones, sentimientos, pulsaciones. Tardes, juegos, horas de lectura juntos, conversaciones. Lo que empezó a crecer y ya estaba en nuestros corazones, totalmente germinado, sus promesas no cumplidas. Todo aquello que esta noche iba espontáneamente desenvolviéndose de forma natural, el “nosotros”, no le importó por razones que nunca me dijo y que para más añadirle esoterismo al asunto y hurgar en la herida recién obrada, mi padre tiene algo que ver en todo esto. Y el hecho de que soy su hija mandó a Justin lejos.

Sin importarle nada, él se fue.
Se fue proclamando que sería por mi seguridad.

Se fue y yo aún no podía creerlo, porque mis pies no atinaban a avanzar por la fatídica gran avenida, mis pulmones respiran con dolor, mi vista nublada se encuentra estampada en el aquel auto destrozado.

Y yo no puedo sacar a la luz ni un ápice de descripción de la forma tan jodida que me siento.

No hay palabras. Simplemente no las hay. Solo unas ganas irrefrenables de abrir mi pecho y sacarme el maldito corazón. Si…porque mi corazón esta maldito.

Literalmente estoy perdida.

Cerré los puños de mis manos, siendo abrumada por el inhóspito vacío, la repetición de sus palabras como taladrantes ecos. Se repiten una y otra vez después de minutos que se haya ido.

“Es mejor no saber nada, no decir nada, y olvidarnos en silencio… Adiós, Sweetie.”

No saber ni decir nada.

“Olvidarnos en silencio”….”en silencio”.

Y yo no alcance a decirle un “Adiós Justin”.

“Silencio”.

Me mordí los labios tratando de evitarlo a toda costa, con todas mis ganas, aunque dentro de mí, la situación es diametralmente opuesta, porque tenía todas las ganas de hacerlo: Llorar.

Llorar en silencio, sufrir en silencio, anhelarlo en silencio, quererlo con mis integras fuerzas, odiarlo…olvidarlo en silencio.

Entonces no tuve otra forma más viable. Una lágrima circunspecta salió a la deriva por el borde de mis ojos. Lenta y transparente como mi propio dolor y desconsuelo.

Mi piel percibió el testigo del hormigueo de aquellas gotas de agua, desesperanzadoras, en el mismo instante en que sentí un deseo titánico por retroceder el tiempo y no dejarlo ir, de la misma manera en que él me lo dijo a mí. Joder, yo queriendo que se quedara cuando el mismo decidió irse, abandonarme. Soy tan estúpida. Si tan solo no lo hubiera retado a que atravesara la calle sin ver, esa fue una broma imbécil, tal vez las cosas se hubieran dado de otra manera, tal vez hubiera evitado que fuera atropellado. Pero en el fondo, se que de alguna u otra forma esta noche terminaría mal.

Y yo sigo aquí frente a la evidencia de su alejamiento, del fin definitivo, el accidente que es una réplica casi exacta del que le paso a mi padre y que no tiene un conductor….y yo sé que eso no puede pasar tan solo de esta manera.

No hay un conductor…pero si hay alguien más que lo hizo.

Yo lo sé.
Trato de respirar con el nudo que tengo en mi garganta, despertando de pronto a la realidad, despertando de mi absorto momento en el que mi corazón está más agrietado y roto que el parabrisas del auto blanco.

Cierro mis ojos un instante…rebobinando alguna fuerza mayor en mi interior para moverme de ahí antes de que alguien me vea. Me vea derrumbarme. Vea el accidente.

Porque hace unos minutos la avenida estaba vacía.

Estaba.

Aprieto mis puños otra vez, queriendo detener el escalofrío que me recorrió por todo el cuerpo.

Anticipación.

Un escalofrió que se lo que significa. Es de esos que alertan.
Y me avisa el presagio junto con este estremecimiento, que no estoy sola.

Esto ya lo he sentido antes, varias veces, y nunca me equivoco al estar segura de que alguien me observa… ¿Por qué no creerle ahora a mi instinto?

Abro mis ojos, guardando el miedo tras mis parpados. No debo notarme asustada.

Levanto lentamente la vista hacia el auto, recorriéndolo. Con más nervios crispados de los que debería, miré hacia ambos costados, encontrándome con la vereda de la avenida inhóspita y silenciosa de norte a sur.
Y se hace más fuerte el presentimiento de que no me encuentro sola. Giro sobre mis talones, dándole la espalda al auto magullado en medio de la vía del transito, y atisbo el hueco crepuscular hecho en la pared del edificio, con sus escombros caídos a mis pies; como un aliento de muerte que expulsa de los cuerpos, flota el delicado polvo de los ladrillos derrumbados. No creo que alguien esté ahí. Este edificio exhumado desde el asfalto no puede estar más abandonado. Más abandonado que yo.

Y entonces lo sentí…

Se me heló la nuca, provocando que se me pusieran los pelos de punta y mi espina dorsal tembló.
Los ojos me ardieron otra vez, poniendo mi vista nebulosa. Apreté mi mandíbula como si eso me mantuviera en pie. Giré lentamente la mirada, con un pánico raquítico dirigiendo mis movimientos.

Observé sobre mi hombro el otro lado de la avenida.

Bajo la luz roja de un cartel de neón, solitario a lo largo de la otra vereda, hay una persona parada con capucha negra, sin un rostro visible, quieto como un felino esperando el movimiento de su presa. Solo logro ver su figura oscura, expectante.

Se me corta el aliento y cada fibra de mi ser se tensa.

Oh dios…

Me pongo rígida, porque sé quién es.
Siento su escrutinio en mí, como si fuera una podrida enfermedad sobre mi cuerpo.

Es el psicópata.

Después de tanto tiempo estamos completamente solos él y yo.
Aunque aún no sé si es hombre o mujer. Parece no tomar ninguna figura en particular más que un cuerpo humano. Pero…aun así es un cuerpo alto y fornido así que no descarto la probabilidad de que sea más del sexo masculino.

Y eso es perturbador.

Trago saliva, siendo desgarrada por el jodido pánico.

Nos quedamos inmóviles por unos agonizantes segundos.
Sé que puede oler mi miedo. Y le gusta. Claro que le encanta.

Me mantengo petrificada. Sin saber qué hacer…hasta que mi instinto de supervivencia actúa por mí.

Porque es más que evidente que el psicópata no está aquí para ver que tiemblo como un gato mojado. Y es mucho más que evidente que él es quien provoco todo este accidente. Él ha sido, joder.

Me quiere totalmente sola y a su disposición, para ser el juguete que tortura y atormenta.

Yo no voy a permitírselo.

En un segundo crucial, todos mis músculos despertaron y la adrenalina se disparó a través de mi sangre.

Salí disparada por la calle al mismo tiempo en que el acechador se movió para perseguirme, reventándose el estupor paralizado en el que estábamos.

Mis pies en Converse, corren precipitados por el asfalto mojado, con escalofríos y fibras nerviosas tensadas hasta tal punto de alarma que llega a ser cegadora, esa angustia asfixiante cuando sabes que te vienen persiguiendo y que en dos pasos te pueden atrapar

. Sin importarme ante el ente poderoso del que huía corrí con todas mis ganas, mis fuerzas y terror.

El frio aguijoneó mis pulmones e hizo lagrimear las cuencas de mis ojos. Atisbe a través de mi vista nublada, el largo de la avenida, con una desesperación apocalíptica.

¿¡Como mierda llegaré a casa sin que me atrape?!

Echo una mirada hacia atrás con el aliento secando mi garganta. El psicópata no viene pisándome los talones, y yo voy a mitad de la calle. Está parado al lado del auto, lo veo inclinarse sobre el capo destrozado y estrecho. Sigo corriendo, y él lentamente levanta el vehículo, sin tanto esfuerzo, las ruedas traseras se elevan, haciendo quedar la chatarra en vertical contra el pecho del psicópata, definitivamente es hombre…

¡Mierda!

Él comienza a dar unos pasos y veo que toma vuelo.

Con un terror punzante me doy cuenta de lo que quiere hacer.

Su fuerza magnánima lanza el vehículo a metros y metros de distancia, atravesando el aire en una filuda coartada para llegar. Trato de no detenerme ante la sorpresa de ver la chatarra volando con un vigor asesino.

Mis rodillas arden en el intento de correr más rápido.

El auto se avecina hacia mí.
Como un cuerpo muerto va recayendo justo en mi cabeza.

Emito un grito desgarrador, dejo de mirar sobre mi hombro, cerrando fuerte los ojos, haciendo que mis brazos se balanceen con más energía, poniendo más ahínco en correr con la esperanza de no morir aplastada.

Santo cielo.

— ¡Mierda! —Bramo aterrorizada.

Me tapo los oídos cuando el escandaloso ruido se escucha. Entonces miro sobre mi hombro, sin parar de correr. El auto se estrella contra la cortina de metal, cerrada, de alguna tienda. Estrepitoso, y aniquilador, por un pelo obtuve mi salvación.
Un paso menos y yo hubiera sido esa tienda colisionada. El instinto de sobrevivencia humana puede llegar a ser muy poderoso. Incluso más que aquel acechador.

El auto termina haciéndose trizas. Rebota en el suelo cayendo sórdidamente en el asfalto y no sobre mi cabeza.

Suelto un lloriqueo de alivio, tapándome la boca con las manos.
Percibo apenas el tacto de las lágrimas descender.

Retrocedo estremecida, con el silencio embargándolo todo, otra vez. Y la adrenalina hace a toda mi espina dorsal temblar.

Un neumático trasero se desencaja de su lugar y sale rodando hasta quedar en medio del tránsito, el cual no es recorrido por algún auto frenético como lo hizo cuando mi mano estaba enlazada a la de Justin. Antes de que todo esto pasara.

Levanto la mirada hacia el psicópata, iluminado a media penumbra por los faroles. Logro distinguir como cierra sus puños, seguramente de rabia, lleva sus manos con guantes negros. La capucha aparenta ser abismal, honda y tenebrosa, ni el brillo de unos ojos puedo distinguir.

Es tétrico.

Mi pulso golpea mi cuello y mi respiración se obra en un constante frenesí.

Lista.
Diviso ambos lados de la vía y bajo de la vereda de la calle, corriendo y temblando, organizando cada fría determinación en mi cabeza.

Es ahora o nunca.
Ahora.
De reojo en mi campo de visión aprecio como el psicópata viene hacia mi otra vez. ¡Tengo que actuar rápido!

Llego en medio del tránsito, agarrando el neumático con ambas manos y sin premeditarlo un segundo, tomo vuelo, girándome un poco sobre mí mismo eje, y tiro la rueda con la mayor potencia que me es posible, rogando en mi fuero interno en que mi puntería fuera certera.

El objeto negro traspasa el aire con velocidad y en línea recta.
Choca justo con la cabeza del acechador a unos metros más allá, aunque no es que lo votara al suelo. Fue como una bofetada para él.

Pero me sirvió para distraerlo o turbarlo un poco.
— ¡Toma eso hijo de perra! —me burlo sardónica.

Su rostro indescifrable seguía en la misma posición de donde le dio el golpe, pero volteo y sé que me miro. Sentí pesada su ira sobre mí.

Se quedó quieto un momento, y yo también, la ansiedad me paralizó esperando un movimiento suyo.

Y de pronto su pie pisa con fuerza el cemento, y salió una grieta disparada bajo ese impacto, furiosa y temeraria, que se encamino hasta mis pies como un rayo, en solo un pestañeo y de la forma más increíble e inverosímil que puede pasar.

Trago un gritito pegando un salto hacia atrás.

Fue como su advertencia anunciada, escrita en asfalto.

Tengo que correr.

Mis zapatillas apenas tocan el suelo en medio del tránsito, freno un grito de terror en mi boca.

Tengo que huir, tengo que huir. Era lo único que se me pasaba por la cabeza.

¿Qué mierda?

El semáforo dio verde tras la calle perpendicular a la avenida y una tonelada de autos comenzaron a avanzar con sus luces encendidas, directos hacia mí en sentido contrario.

Me desvió a ir por la otra calle rápidamente antes de que esos autos veloces llegaran. Corro por las veredas desiertas y tiendas cerradas. Los ojos me arden, y me pincha el frio. Sigo con la angustia de ser perseguida. Con las olímpicas ganas de llegar a casa y encontrarme en la seguridad de mi hogar, pero no sé si será segura ahora.

La avenida se me hace eterna como el averno.

Volteo sobre mi hombro y el acechador viene tras de mí. A unos metros más allá.

¿¡¿¡Que jodida mierda quiere de mí?!!?

Doblo en la esquina más próxima, la vereda es más amplia y como iluminado por las aureolas de los ángeles, me encuentro con las escaleras hacia el subterráneo, en el fondo lo sabía, mi madre toma esta estación del metro tren para ir al centro comercial a trabajar.

Bajo las escaleras tan rápido que me provoca hasta un mareo.

En el último escalón miro atrás una vez más asegurándome si el psicópata me persigue o no, iba a dar un suspiro aliviado, pero veo llegar sus bototos negros al borde de la escalera.

Joder.
Atravieso boletería como una exhalación, y con profesionalismo paso debajo del marca boletos, el cual siempre gira al pasar. Alcanzo a escuchar el reproche de los guardias cuando voy bajando las escaleras hacia el túnel.

Las puertas del metro tren están recién siendo abiertas, y me cuelo entre ellas y la gente, que con mucha certeza se viene del trabajo. El vagón esta repleto.

Presiento que aún me sigue, las puertas se cierran y el metro avanza igual que yo, me infiltro entre los pasajeros, pidiendo disculpas, ganándome insultos, chocando hombros, espaldas, pasando a llevar a las personas para poder escapar, caminando a pasos cortos, siendo empujada, obteniendo algunos codazos en las costillas, malas miradas, yo solo atinó a decir, “disculpe, permiso, déjenme pasar”.

Serpenteo a través de los cuerpos mientras el metro tren va hacia la otra estación.

Echo un vistazo otra vez, y por entre las cabezas, apenas logro distinguir la cima de la capucha de su sudadera negra, como a un montón de cabezas más atrás.

“¡Puedes lograrlo coño, solo sálvate el maldito culo de esta situación! ¡Y anda a refugiarte en los brazos de tu mami para no salir jamás de tu puta habitación!” Me gritó la conciencia con el alentador panorama de mi aproximado futuro.

El metro tren paró en la estación “Verena”, y salí junto al torrente de gente por la puerta del eslabón que está más cerca de la escalera. Subí, con mis músculos contrayéndose y el corazón en la garganta.

Aun así con gente, traté de correr lo más que pude por el pasillo que une ambos lados de la estación donde los dos metro trenes que van en sentido contrario estacionan a dejar y recoger a los ciudadanos de Satterville.

Viéndome en esta ubicación, para llegar a mi casa tengo que irme por el lado opuesto al que venía, tengo que retroceder y tomar el otro tren. Descendí las escaleras, al mismo tiempo que para mi suerte llega el otro metro.

¡Gracias al cielo!

Oh dios…

No bajo la guardia, observo desesperada a mi alrededor y no encuentro al tipo de la capucha cerca, pero si lo veo, imposible confundirlo, bajando las escaleras de este lado de la estación.

Me meto al eslabón, giro sobre mis pies y se cierran las puertas.

El psicópata llega justo frente a mí.

Lo veo detenerse detrás del cristal de la puerta cerrada.

Lleva un pasamontañas que por un rayo de luz apenas pude diferenciar.


El metro comienza a partir y yo digna y victoriosa levanto mi dedo de al medio de mi mano izquierda.

Lo sostengo hasta que lo pierdo de vista tragada por el túnel.

Llego a casa sin aliento, la sangre pesándome en el corazón para bombear, con gotas de sudor y lágrimas.

El psicópata se ha ido igual que Justin.

Si no se hubiera ido no habría pasado todo esto.

Tenemos la culpa de caer en esta sombra oscura llena de secretos sórdidos.

No, oh por dios.

Subo los escalones de mi porche con las últimas fuerzas.
Me duele, duele, es un podrido abismo en el que tan rápido me estoy hundiendo.

Pareciera que tengo un ataque de asma de ya no poder respirar, después de tanto correr, que ni el consuelo de encontrarme en casa me puede calmar.

Sollozo acongojada. Todo mi pecho es un nudo.

Es mucho que digerir en una fatídica noche.

La puerta de mi casa se abre ante mis ojos. De forma difuminada siento que mi madre toma de mis manos y me adentra a mi hogar. Percibo el tacto de sus manos tomándome el rostro, me pregunta algo que escucho a lo lejos, como si estuviera bajo el agua. Ahogándome.

Me zamarrea un momento, y tengo de cerca sus ojos aullando preocupación.
Sus dedos recorren mi rostro. Sigue preguntando algo y yo no puedo responderle.

Mi cerebro no procesa nada.

Tan solo tengo aquella imagen en mi cabeza. Las luces de los faroles iluminándolo, su última mirada junto a una mueca dolida, sus cejas fruncidas, y algo más diciéndome en aquella expresión que no me dijo en palabras.

Se voltea y desaparece.

La tensión de alarma y el psicópata de capucha y pasamontañas bajo la luz roja de neón.

El auto aventándose hacia mí.

— ¡Contéstame de una vez! — mi madre zarandeó mi rostro. — ¿Por qué demonios estas así? ¿Con quién estabas?

Suelto un sollozo.
—Estaba con Justin, mamá.

— ¿Qué ha pasado? —Pregunta en un murmullo inquieto.

Me muerdo el labio inferior, dejando las lágrimas desbordarse por mis ojos.
—Él se fue. Se….se terminó. 
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Perdonen mi tardanzaaaaaaaaa!!!!!!!! las amo, si quieren una maraton, den la maldita mano arriba para saber que lo quieren. Ah. y dejen sus comentarios de dolor aquí abajo....

The Monster (Justin bieber & ___)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora