Capítulo 28.

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 Hay veces que después de tanto ruido, duelen los oídos. Hay veces que el silencio se convierte en un arma mortal. En donde solo suenan tus miedos, donde solo arden tus dolores. Ya no hay nadie quien pueda distraerme, no hay besos que puedan hacerme sentir un cálido caleidoscopio de sensaciones. No hay nadie quien pueda hacerme reír, y olvidarme que afuera, mi padre debe estar dentro... de una máquina para algún examen cerebral, ya no puede hacerme olvidar que afuera aún espera algún tipo de psicópata que me atormenta.

Porque repentinamente me quede sola.
Mi casa ya no era como antes, cuando solo me imaginaba que en algún momento una cosa se iba a caer producto de algún espíritu, ya no es como en esa época en que mi imaginaba que esta casa sería mi único fuerte, mi único escudo si el mundo era atacado por Zombies, la apocalipsis o extraterrestres –esto denota mi pequeña mente torcida desde que era una rara infante que creía más en cosas paranormales que en los cuentos de hadas-. Y es así como ahora se convirtió en la zona de peligro, porque ya había sido atacada dentro de ella. Ya no es segura, y no pueda mirarla de la misma manera.

Aquello incrementa mi miedo, junto con mi tristeza.
Por una parte, mis rezos mentales rogaban porque papá mejorara, y mi corazón estaba completamente junto al suyo, no literalmente pero sentía que todo mi apoyo está con él. Otra parte de mi subconsciente tenía miedo de estar sola en casa, mi madre se estaba demorando más de lo normal, y no ha llamado. Recalco que jamás es así, ella llama si se queda más tarde, independientemente si fuera una urgencia. Ella lo hace. Trataba de calmarme que hoy podía ser la excepción y estaría aun ocupada con papá, pero igualmente tengo miedo de que algo, le pasara a ambos.

Así termine carcomiéndome la uñas, encogida en el sillón de la sala, sin tomarme la molestia de pararme a prender la luz, un acto súper tonto de mi parte porque ya era de noche y estaba sumida en la oscuridad completa de mi casa.

<<No hay nadie tan estúpida como tu _______. ¿Qué tal si salen unas manos negras bajo el sillón y te arrastran hasta el infierno?>> Me susurra mi subconsciente…

¡Rayos!

Mi holgazanería desapareció instantáneamente y salté del sofá corriendo a prender la luz. Ya me han pasado cosas bastante terroríficas como para creer en las incoherencias de mi subconsciente.

Justo al momento de prender la luz, se siente el tintinear de unas llaves al otro lado de la puerta. Unos segundos después, aparece mi madre en el umbral, con unas bolsas en sus manos, llena con lo que gracias al cielo, es comida. Le pregunto, cruzada de brazos, a que se debía su tardanza. Como supuse hace un rato en medio de toda mi conclusión exagerada, tan solo se había quedado hasta que todos los exámenes que le hicieron a mi padre terminaran, no pensó que llevarían tanto tiempo y que no tendría ningún espacio para poder llamarme.

Así me quedé más tranquila, cenamos, conversando de mi padre. El Doctor Saunders le dijo a mi madre que le tomo por sorpresa que a él le diera un accidente cerebrovascular, había mostrado mejorías en este último tiempo, pero ahora volvía a caer. Ahora está como desde un principio, y tendrá que pasar de nuevo por la etapa de recuperación. También dijo que le sorprendió que su cerebro lo soportara o que en realidad hubiera sobrevivido al derrame. Tan solo eso es una señal de lo fuerte que es mi padre, y que a pesar de vivir de esa manera tan desahuciada, no quiso irse de este mundo.
Y eso me hizo sentir con un poco más de esperanzas, mi corazón vuelve a latir con más ligereza, puedo sentirme menos afligida.

Solo fue una maldita caída, aunque ahora estuviera de rodillas en el suelo, mi padre volvería a levantarse, literalmente obvio que no, pero su espíritu, su fortaleza estaría acompañándonos. Y eso lo volví a ver cuándo lo fui a visitar al día siguiente.

Viernes santo.

Me levante en la mañana, saboreando un poco de ánimo en mi cuerpo.
Empecé por abrir las cortinas, donde los rayos de sol se colaron entre las telas y apuntaron hacia mi ventana, un milagro santo, porque pocas veces se veía el cielo azul en Satterville. La calidez entró a mi habitación, iluminándolo todo con un tono tenue color fuego. Siempre me hace sentir más viva el sol cuando sale, pese a que por los horizontes del oeste se ven una ola espesa de nubes grises asechando a esta bóveda celeste. Pero de aquí a que lo ocupen todo, puede pasar gran parte del día, así que hay que aprovechar.

Cuando estuvimos listas, salimos con mi madre, camino al paradero.

Después de que el autobús nos dejara frente a la clínica, entramos en ella, con unas bolsas de papel con unos emparedados de atún y jugo natural de frutas. Comeríamos junto a mi padre, gran excepción por ser semana santa, ya que generalmente no nos dejan comer adentro de su habitación.

Subimos a su cuarto, y lo encontramos allí, postrado en su cama, como es usual. Solo que hoy se encuentra inconsciente, con más tubos y con más agujas dentro de su piel, que lo normal. Ambas lo saludamos con efusividad y nos instalamos. Ya eran la una de tarde y teníamos un hambre feroz. En vez de ocupar la mesa de al lado, yo me puse a un extremo de la camilla y mi mama en la otra, para almorzar junto a mi padre, en vez de estar apartadas en un flanco de la habitación.

Almorzamos en un ambiente agradable, incluso huno un momento en que nos reímos al recordar anécdotas de mi niñez, como cuando en la fiesta de los quince de mi prima, en Ontario, yo tenía 2 años y empecé a bailar en medio de los adolescentes. Fui el centro de atención, incluso me sacaron fotos. Ahora lo encuentro un hecho muy humillante, pero mi prima siempre recordara su cumpleaños número quince conmigo bailando en medio de su fiesta. Toda mi familia me recuerda por ese episodio, fue tema de sobremesas en épocas de navidad durante años. Y mi madre todavía se ríe de eso. Estoy segura mi padre también lo haría.

Con el estómago lleno y el corazón un poco más contento, disfrutamos de ese momento familiar, que hace tiempo no teníamos. Solo los tres.

Aunque no profesábamos la religión católica como se debe, igualmente somos creyentes, a pesar que yo estoy pasando por mi etapa de duda existencial en si creer que allá arriba hay un Dios o no. Sin importa qué, mi mama hizo que nos tomáramos de las manos los tres, y rezáramos por el bien de mi padre. Intenté no echarme a llorar por suplicar con todas mis fuerzas que se recuperara. Puede ser tremendamente egoísta no dejarlo partir de las condiciones en las que vive, sin embargo sigue una esperanza.
Muchas veces se nos ha pasado por la cabeza si algún día él muere, pero sería muy distinto si eso pasara. En realidad no sé qué sería de nosotras sin papá.

Cuando ya eran la 4:30 p.m. le pedí a mi madre si me dejaba salir con Maya.
Si, le mentí. Mi mamá puede llegar a ser muy chismosa y empalagosa si le digo que saldré con un chico, sobre todo con Justin, porque no lo conoce ni remotamente, solo sabe que es el chico raro que vive en el bosque, con quien tan solo intercambió un par de palabras ese día que él entró a mi casa cuando fui atacada por primera vez, dentro de ella.

Cuando estuve con Pharrell fue un tormento, no permitía por ningún motivo que subiéramos a mi pieza.

Así que preferí ocultarle aquella información.
Por más que pareciera que nuestra… ¿Cita? De hoy, iba ser simple, ordinaria y normal, Justin no es un chico común en ningún aspecto. Y mi madre podría darse cuenta con tan solo mirarlo directamente a los ojos. Esa es una de las desventajas que ella sea una mujer muy perceptiva e intuitiva.

En fin.
Pude salir.

Después de despedirme de mi padre, prometiéndole que volvería, salí de la clínica y corrí hacia el autobús que justo había llegado al paradero. Me subí presurosa, sentándome al fondo.

Inevitablemente me sentí emocionada con anticipación. Sería como nuestra primera especie de cita, después de sacar a la luz lo que sentíamos. Me pone nerviosa e inquieta como una colegiala.

Luego de unos diez minutos de viaje, me bajé en el paradero frente al bosque. Me adentré en mi pasaje, en donde al final la casa blanca con tejado azul me esperaba.
Rápidamente abrí la puerta y subí corriendo las escaleras.

¡Veinte minutos para hacer algo decente conmigo!

Me miré en el espejo de cuerpo entero que está en un rincón. Me solté el moño desordenado que traía, dejando mi largo cabello morado ir libre, estaba un poco más ondulado de lo normal. Me despojé de mi top gris y mi jeans, quedándome solo en ropa interior. Camino hacia mi armario, mirando mi ropa desordenada con desesperación.

¿¡Qué diablos me pongo?!
Lo engranajes en mi cabeza empiezan a ir rápido…

Me coloco un top apretado que me queda a unos centímetros arriba del ombligo, que dice “Rebel” en palabras negras. Y una falda acampanada que me queda más arriba de la cintura, de a cuadros verde oscuro y azul. Me pongo mis calcetas largas hasta la rodilla y mis converse.

Alcanzo a solo ponerme pintalabios color rojo mate cuando justo veo la manilla de mi reloj en forma de casa, que está en mi mesa de noche, cambiar la hora a la cinco en punto de la tarde.

El timbre suena por toda la casa.

Salgo de mi habitación y bajo las escaleras un poquito muy rápido. Llego a la puerta, respiro profundo, me arreglo el pelo y la ropa.

Atisbo un momento por el agujero que da vista hacia afuera, y veo a Justin arreglándose el pelo, tirándoselo hacia arriba.

Sonrío emocionada y abro.

Me cruzo con su brillante sonrisa; vestido con jeans azules, a medio caer, una polera musculosa color blanco, la camisa de franela de mi padre que le presté y las zapatillas.

Trago saliva… ¡Este chico es pecado puro!
¡Jesus! Reprimo las ganas de abanicarme con mi mano. No sé qué tiene este día en especial pero está más ardiente que nunca.

Me reencuentro con sus ojos, que también me analizan de arriba abajo. Puedo jurar sentir mi piel acalorarse bajo esa mirada miel, profunda como arena movediza.
— ¡Que puntual! —Le dije tratando de sonar esporádica.

Una sonrisita ladina se delinea en su rostro.
—Me he propuesto desde ahora en adelante cumplir con lo que digo.

Alzo mi ceja afilada.
—Espero que eso te dure.

—No dudes de mí, Sweetie.*

—Que adjetivo…tan…cursi. —opiné un poco asqueada.

—Sabía que te molestaría, Sweetie.

—No vuelvas a llamarme así.

Justin carcajea roncamente, acortando nuestra distancia.
Su mano derecha se acomoda en mi cintura.
—Lo volveré hacer, Sweetie. —Murmura acercándose peligrosamente a mi rostro.

No me da tiempo de protestar, cuando estampa sus calientes labios en los míos.
Mis manos van a su nuca involuntariamente, atrayéndolo más a mí, mientras que me rodea con sus brazos fuertes.
Nos separamos escasamente, la punta de nuestras narices sigue tocándose.
— ¿Vamos? —pregunta.

Le asiento, con una sonrisita prendada.

Caminamos por el pasaje, en un silencio acogedor, de esos que te permiten tan solo disfrutar de la compañía del otro.
El sol aun calentaba el asfalto, y el cielo estaba iridiscentemente celeste.

Esta sería una agradable tarde, concluyó mi yo subterráneo.

— ¿De verdad me vas hacer probar esa cosa de colores? —Preguntó Justin, con una mueca de incertidumbre en su cara.

— ¡Oh, sí! Será la mejor decisión que tomaras en tu vida.
—Esto va en contra de mi naturaleza. —Lamentó seriamente.
Pero sé que estaba bromeando.
—La carne cruda no es la única delicia que puedes probar.
—Tus labios son una delicia, Sweetie.

Me mira de una forma desgarradoramente intensa. Una curva. Matadora, sexy como el infierno. Su maldita sonrisa coqueta refulge frente a mí.

Se encienden mis mejillas.
—Mis labios quedaran en segundo plano, cuando pruebes el sabor de Banana Split.

—Lo dudo mucho.

Nuestro destino: “Vanilla Lights”
La heladería que esta frente al parque estatal. Donde venden el más cremoso y delicioso helado que he probado jamás. Sea invierno, verano, la Antártida, el desierto, siempre…vengo a comer, mi mes no es mes si no disfruto de un helado a lo “Vanilla Ligths.

Atravesamos el gran parque, mientras yo miro ansiosa la tienda. Podría verse desde afuera conos de helado en mis ojos.

Justin camina a mi lado un poco tenso, no es costumbre para él estar rodeado de simples humanos por todos lados, invadiendo la vista del paisaje.
Se mantiene en constante estado de alerta. Mira a su alrededor de forma analítica.

Filtro mi mano, posándola en su bíceps de acero, con la intención de tranquilizarlo.
—Hey…no van a morderte.
Justin inclina su cabeza hacia mí.

—Lo sé, para mí no hay problema. Es por ti.

Me río enternecida.
—Llevo toda mi vida pasando por este parque. A menos que sean Zombies come cerebros, no van a salir persiguiéndome o de algún modo, no van a atacarme, calma.

—Perdona, tengo que acostumbrarme.

Paso de ello, y llegamos a “Vanilla Lights”. Es un pequeño espacio abierto de 20 metros cuadrados, con baldosas color blanco y negro, como tablero de ajedrez. Hay colores chillones en las paredes, y en la mitad de la estancia está el tesoro: La vitrina donde se encuentran los helados, de todos los colores y sabores.
Se me hace agua a la boca.

Pido mi favorito, sabor avellana. A Justin, quien se mantiene rezagado en un flanco de la tienda mientras yo soy atendida, le pido uno de frambuesa. Me deshago de los niños que estorban mi camino, y llego hacia a Justin, extendiéndole su helado.
Lo mira con desconfianza, esto debe ser muy extraño para él.

Al fin lo toma con su tan varonil mano.

Salgo de la heladería, bajando los escalones.
Me encamino por la calle.

—Espero no arrepentirme de esto. —lamenta Justin otra vez, a mi lado.

—Y yo espero a ver tu cara de fascinación

The Monster (Justin bieber & ___)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora