Capitulo 2

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Mi visión se nublo. Como si todo mí alrededor fuera una fotografía difuminada. Chocaba con hombros, mochilas y torsos. El pasillo se extendía como elástico. Las puertas de cristal se veían por el borde de todas las cabezas andantes. Solo quería huir de allí, esconderme en alguna cueva y acurrucarme en un rincón para no salir jamás. El miedo vivo recorría mi piel, electrizándola; el chico guardabosques abriendo las puertas como si fueran de papel en vez de metal, era una imagen estática en mi cabeza, lo sentía aún frente a mis ojos. 

Corría entre los alumnos del colegio, llevándome algunos insultos por el camino. Cuando estaba a unos metros de la entrada, choque contra un pecho fornido. 
Me rezague, retrocediendo. Mire hacia arriba petrificada. (Debo parecer un gatito asustadizo en este momento. Odio a los gatos) 

De toda la población del instituto. De todas las especies adolescentes: Emos, skaters, futbolistas, porristas. 
Me tenía que topar con nada más ni nada menos que con el…Director. 

—Pero… ¿Qué le pasa señorita? —De un principio, iba regañarme por chocar con él. Pero su expresión cambio a la preocupación, cuando vio mi cara asustada. 
Lo agarre de los hombros, en un gesto de pura impulsividad miedosa. — ¡Director! ¡Ha….Hay un chico que me ha atacado en el cuarto del conserje! —Estaba tan histérica, que lo zamarreé para darle énfasis a mi explicación. 
— ¡¿Cómo?! ¿Qué te ha hecho? 
Las cejas castañas del director se fruncieron de preocupación. ¡¿Qué que me ha hecho?!

No debí decírselo porque en el fondo, sabía que no me creería. Pero aun así, mi boca hablo sin el consentimiento de mi conciencia. 
— ¡Me ha metido un susto de muerte golpeando el cuarto hasta deformarlo. Luego me quede encerrada y él abrió las puertas con una fuerza sobrehumana! ¡Primero me asusto y después me saco! Y…y….

Las palabras en mi boca caducaron. El rostro avejentado de Robert, nuestro director, afirmaba una incredulidad en sus facciones. 
¡Tenía que creerme! 
—Venga conmigo, a ver el cuarto del conserje. 

Camine rápido de vuelta al cuarto del conserje, aunque fuera lo último que quería hacer en ese momento. No quería regresar a la escena del crimen.-Tal vez debería dejar de leer historias de terror, porque hablar como si estuviera en una de ellas, no me servía de nada a mi sanidad mental. Pero me sentía dentro de una. Sobre todo porque el terror era lo que embargaba todo mi cuerpo.- 
El chico guardabosques, pisaba el metal y este se hundía bajo sus pies. Era como un disco rayado en mi mente. A la vez me sentía como un observador omnisciente, como si lo que acababa de pasar solo hubiera ocurrido en mi cabeza. 
Porque aún no podía asimilar aquello. Simplemente no.

Pero allí estaba la evidencia clara de que efectivamente si había pasado. 

La caja de metal estaba desfigurada. El techo ya no era plano, era irregular. Con hoyos magullados, asemejado a un cerebro en carne viva. Las puertas estarían cerradas, si no fuera porque en el medio había un enorme agujero, abierto nada más que por las manos del chico guardabosque. El metal se retraía hacia los lados como si fueran arrugas de abuela. Se veía la montaña de sillas detrás. 

Había un grupo de alumnos alrededor, mirando el cuarto con asombro. ¡Oh no!, escucharían mi versión, sabrían que yo estuve en el antes y el después de aquella caja de metal. 
Malditos chismosos. ¿Nunca habían visto un cuarto en mal estado? 

— ¿Cómo fue que esto paso? —Inquirió el director, a mi lado. 
Sin despegar la vista del cuarto, le dije: —Fue un chico. El guardabosque…No sé cuál era su propósito, si atacarme o solo…asustarme. 

— ¿Cuál guardabosques? Es imposible que esto lo haya hecho un chico. 

Me di vuelta hacia él, mirándolo con determinación. 
— ¡Es totalmente verdad! 
— ¿Crees que un chico normal puede hacer esto? Dime la verdad _________, ¿Qué fue lo que en realidad paso?
— ¡Un chico extraño, tiene una capacidad que ningún ser viviente tiene! ¡Con una fuerza sacada de no sé dónde, pudo hacerle todo eso al cuarto, y puede hacer muchas cosas más! —Estaba gritando y todos estaban mirándome, escuchando con atención lo que yo decía. 

Cada uno de sus rostros cambio. Estaban escrutándome como si yo estuviera loca. 
Y bueno al parecer con todo el cuerpo y la cara manchada de pintura, el cabello alborotado, y mi mirada encandilada, que de seguro se parecía a la de un sapo. 
Hasta yo misma me llamaría loca. 

Pero mi conciencia me repetía una y otra vez: “Lo que viste fue real. Lo que viste fue real. Lo que viste fue real.”

—Espera… ¿Me estás diciendo que un chico sobrenatural le hizo todo esto al cuarto? —Pregunto el director, demasiado incrédulo para mi gusto. —Vamos ya…deja el juego. ¿Estás segura que este no fue un acto de vandalismo por parte tuya? —Sus ojos negros se achinaron, como rendijas. 
— ¡Claro que no! Por favor créame. 

Quería evitarlo, pero estaba al borde del llanto. Todos los ojos inquisidores estaban sobre mí. No era un bicho raro, no era una lunática que tenía alucinaciones. Era un chica corriente que fue atacada por un…tipo extraño. Un monstruo. 
¿Era eso creíble? 

Me mordí fuertemente el labio inferior. Eso era fuera de lo normal, ese tipo endemoniadamente hermoso (lo cual no debería ser legal), era fuera de lo normal. En todo sentido, incluso su belleza. 

—Basta con este embrollo. Váyanse todos a casa. —Les dijo el director a los demás. —Y usted, Señorita Mackenzie, vendrá con uno de sus padres mañana. Quiero hablar con ellos, y si no viene con ellos, no podrá entrar al instituto. ¿Entendido? 
— ¡¿Qué?! 

Robert ignoro mi próxima protesta, dio media vuelta, para regresar seguramente a su oficina. 
Me quede plantada allí, mientras todos se iban mirándome por sobre sus hombros, con el ceño fruncido. 
— ¿Qué mierda miran? —les mostré mi dedo de al medio. 

De pronto sentí una vibración en el trasero. Específicamente en mi nalga derecha. 
Lleve mi mano al bolsillo trasero de mis Leggins y saque mi móvil. 
— ¿Qué?
— ¡¿Qué manera tan tosca de contestarme es esa?! 
—Pareces mi esposa, Caitlin. 
—Si las cosas hubieran surgido de otra manera, y si no estuviera colada por el profe de historia, seguro que un futuro nos hubiéramos casado. 
—Preferiría besar a un elfo que casarme contigo. No imagino la esposa chillona que serias. 
—Estamos desviando el tema. ¿Dónde te metiste? Te estoy esperando hace quince minutos…

Yo suspire pesado, con una espesa y vomitiva tristeza. Vomitiva porque me encantaría expulsarla por mi boca, en estos momentos. Nunca les había dado mucha importancia a las miradas inquisidoras que me dirigía la gente, y sobre todo ignoraba lo que pensaran al verme. Pero en aquel momento, había visto cosas extrañas, que el ser humano promedio no podía creer o más bien no le cabía en la cabeza, porque nunca lo habían visto en vivo y en directo. Y no estaba dentro del margen de lo “normal” un chico que tenía súper fuerza, saltaba más alto y comía carne cruda de cualquier animal. El parámetro había sido tocado y unas alarmas sonaban en aquel momento anunciando al intruso. 
El parámetro de “SER HUMANO”. 

Yo los había alertado, les había dicho la pura y caustica verdad. Y ellos no me creían. La incredulidad en sus rostros me hacía daño. Realmente estaba diciéndoles la verdad de lo que había visto, pero ellos creían que era mentira. Que era un invento de mi cabeza. Era todo menos eso. Todo menos eso. Aun así…no lo creerían o más bien no lo aceptarían. Porque para los demás, no hay nada más allá del parámetro de “Ser humano”. Lo que había después de esa cerca, no existía. 

Yo vi que había algo más, cuando descubrí por primera vez al chico guardabosques. Cuando trepo un pino de 20 metros, en menos de 3 segundos. Ese fue mi primer acercamiento al límite de ese parámetro.

—Iré de inmediato, espérame. —Colgué mi móvil. 

La cabellera negra y la Moto-Scooter de Caitlin, me esperaban en las afueras de la escuela. En la zona de aparcamiento, estaba desierto. La pintura celeste de su Moto-scooter marca Vespa, era la única que brillaba entre el pavimento gris. 
Cara se rio de mí, porque estaba echa un desastre. Me había sacado el delantal de arte y lo único manchado ahora era mi cara y mi cabello. 
Patética, me dijo mordazmente mi conciencia. 

Solo deseaba llegar a casa. 
Cuando me abroche los botones de mi abrigo, me reacomode la mochila en mis hombros. Me puse el casco que siempre uso, y me subí detrás de Caitlin, en el asiento de cuero color beige. Me afirme al cuero. Y Caitlin partió su Vespa. 
Se la habían regalado en su cumpleaños número 17 y no se despegaba de ella nunca. La utilidad de sus piernas ya no servía. Hasta para comprar pan a la vuelta de la esquina, ella iba en su Vespa, incondicionalmente. Era como su mejor amiga, pero versión material. No sentía envidia de ella, porque también me transportaba todos los días después de clase. En las mañana me venía sola en Autobús. Los horarios entre Caitlin y yo son disparejos. Ella es de las que se levanta temprano y ocupa su tiempo en arreglarse, sobre todo para tratar con su rostro. Arregla cualquier imperfección. 

Yo soy de las que se levanta a última hora, apenas se peina y agarra a ciegas lo que sea que se encuentre en el armario. O a veces la que se levanta temprano, pero por algún motivo cósmico, llega tarde igual. Siempre llego minutos antes o después de que el timbre suene. 
Así que la posibilidad de que nos podamos ir juntas por la mañana, era casi nula. 

Se adentró a la parte más campestre de Satterville, lo que campestre quiere decir es que tiene una frondosa naturaleza en el barrio y un inmaculado bosque detrás. Nada igual, como los bloques de cemento, y las calles grises del centro, asquerosamente desprovisto de algún árbol.
Amaba ese lugar. Aunque en el bosque ocurrieran cosas terroríficas. 

La casa de al final, era la mía. 
20 metros cuadrados de madera de roble, pintada de blanco. Un techo enorme en forma de A, con tejas pintadas de azul. Y un porche, en donde reposaba un sillón y unas flores bien cuidadas. La primera vez que la vi, parecía una tenebrosa casa embrujada, de esas sacadas de las típicas historias de terror que leía a los nueve años. 
Pero al ser pintada, pareció una casa normal, bonita y decente. Como de cuento. 
Y me gustaba un montón. 
Caitlin estaciono su Vespa al frente del porche. 
—Sabes que me quedaría contigo, pero es tarde de té con mi madre. Ya sabes. 
Yo me baje de la moto, sacándome el casco. 
—No te preocupes, necesito tiempo a solas. 
— ¿Qué te pasó? Siempre eres la primera en escapar de las garras del instituto. Estas afuera apenas tocan el timbre.
Me mire las manos, nerviosa. Mi boca no estaba acostumbrada a ocultarle cosas a Cara. Me sería difícil retenerme en aquel momento, porque lo que más necesitaba era tener de su consuelo y sus chistes subidos de tono, para animarme. Pero no quería otra expresión incrédula, ya estaba lleno el saco. E incluir a Cara a la lista sería aún más doloroso. 

—Erick empezó una guerra de pintura conmigo en la clase de arte. Tuvimos que quedarnos a limpiar. 
Era una verdad a medias, así que la culpabilidad podría darse la vuelta e irse. 
—Sigo insistiendo en que Erick esta loquito por ti. Te molesta demasiado como para no estar en su lista de “A quien dirijo mi preciada atención” —Caitlin fingió tener voz de hombre, profundizando la suya.
— ¡Iugh! ¡No!, deja de decir eso que me da escalofríos.
—Ya sabes bebé, el que te quiere te aporrea. 
—Ese estúpido prototipo súper mal puesto de “Si un chico te molesta, es porque le gustas” está completamente equivocado. Erick está hecho para ser un molestoso de primera, no soy la única que le toca las narices. 
—Pero contigo lo hace más de lo normal. 
—Ya cállate. Nos vemos mañana.

Chocamos nuestros puños. Ese era nuestro saludo y despedida, totalmente a lo “Chicos cool” y cero por ciento femenino. 

Cuando llegue a mi habitación, lo primero que hice fue tomar una ducha caliente en mi baño personal. Refregué todo mi cuerpo hasta sacar cualquier rastro de pintura. Me puse unos pantalones de chándal color rojo y un sudadera con capucha, color gris. Me seque el cabello inmediatamente, porque si no se me congelaría la cabeza por el frio. Con todo aquel proceso pude distraerme de los acontecimientos ocurridos en las últimas dos horas.
E intente hacerlo toda la tarde. Antes de leer, como normalmente lo hacía. Llame a mi madre, para decirle que no iría a ver a mi padre a la clínica. Sonaron los tonos de llamada, pero nunca contesto. Me derivó a buzón de voz, y allí le deje mi mensaje, esperando a que lo pudiera escuchar, y que le dijera a mi padre que me perdonara por no ir a verlo hoy. Me sentía demasiado devastada como para ver su cuerpo inerte y su mirada perdida, a pesar de los años aun dolía. Lo recompensaría yendo días extras. 
Le dije que quería hablar con ella. Evite decirle por teléfono, que estaba citada por el director. Prefería decírselo en persona, porque después me reprende de que le oculto cosas y que no tengo el bastante coraje como para decírselo a la cara. Mi madre puede ser un amor, dulce como el caramelo. Pero cuando se enoja es peor que un ogro. 

Camine por mi pieza, y me tire a mi frondosa cama de dos plazas. Espaciosamente cómoda. El momento que he estado esperando desde que me levante. Me acomode entre mis mantas color turquesa y con mi libro en mano, sacado de mi estantería blanca colgada en la pared. Empecé a leer con ahínco. Con lo que ya es común, una historia de terror de buena clase. Stephen King, con aquello digo todo. 
Soy bastante morbosa como para leer cosas terroríficas. Es mi inexplicable fascinación.
Y bueno así, podía distraer mi atención del chico guardabosques. 

Me dolía el hombro derecho, hace bastante rato que estaba apoyada sobre ese costado. Quejándome, me di media vuelta para recostarme del otro lado. Cuando de pronto el timbre sonó por toda la casa, haciendo mi corazón saltar contra mis costillas. 
¡Joder! Coincidentemente en el libro, también habían tocado el timbre de la casa del protagonista. Me resulto espeluznante. 

Baje las escaleras, que siempre rechinaban. Aun con mis calcetines de lana puestos, sentía el piso de madera helado. Me dirigí por el mini pasillo que acompaña a la puerta y mire sobre el agujero de esta. Al otro lado del pequeñito cristal que llenaba el agujero, no había nadie. 

Fruncí el ceño y abrí la puerta, esperando ver huir a un par de críos, que se hacían los chistositos tocando el timbre de las puertas. Pero la calle estaba tan silenciosa como el abismo. Ni un alma caminaba por el barrio. Nadie. 

Estaba cerrando la puerta, cuando ahogo un grito de espanto. 

En la alfombrilla de entrada, había un buitre muerto, con las tripas afuera. Negro como el carbón y las alas tiesas, abiertas como si al momento de morir, estuviera volando.
En su pico cerrado, tenía un papel. 
Tragando un suspiro, me agache hacia la criatura y saque el papel de su boca. Lo di vuelta, leyendo lo que decía. 
“Espero que con el susto que te di hoy, no vuelvas a molestarme. Nunca más.” 

Tenía una letra desordenada escrita con marcador. 
Mis ojos se expandieron, sorprendida. Me lleve la mano a la boca. ¡¡ ¿Qué clase de mensaje satánico era este?!! 

Cerré la puerta de un portazo y bloquee los tres cerrojos que tenía. Me apoye de espaldas en ella. ¡Por todos los dioses! Mire el mensaje en mis manos. La letra era irregular y grande. Obviamente era de un hombre, porque no había nada femenino en ello, ni en el buitre muerto.

Miles de ideas se acumulaban en mi cabeza. ¿Habrá sido él? ¿Me había atacado en el colegio…con la intención de asustarme? ¡En el instituto! A plena luz del día. ¿Asustarme para qué? Nunca había hecho más que mirarlo….Nunca lo he molestado. Ni siquiera le he hablado alguna vez, en todo este tiempo. Sé que era toda una mirona, por espiarlo a través de mi ventana. Pero solo eso, nada más. ¿Eso le molestaba?....o había otro psicópata. O simplemente era una estúpida broma de Erick. Si fuera él, ¿Cómo sabría de mi encuentro con el guardabosque? ¿Se estaría haciendo pasar por él? O a lo mejor se refería a otra cosa de todas las que me ha hecho. 
Mi cabeza era un lio de pensamientos. Como cuando los niños dibujan una enmaraña de rayas y curvas entrelazadas entre sí. 
Así estaba mi mente ahora. 

No sé cuánto tiempo estuve allí apoyada, pensando en todas la posibilidades contingentes. Hasta que decidí ir a votar aquel papel maligno y subir a mi habitación, a leer. 

Me mordía el labio cada dos por tres, y no dejaba de mover los dedos de mi pie izquierdo. Tenía los nervios crispados, a más no poder. Eran las doce de la noche, y mi madre todavía no llegaba. Ninguna llamada se dignó hacer. Ni siquiera al teléfono de la casa. Estaba sola y el techo rechinaba casi de forma imperceptible. Odio quedarme sola hasta altas horas de la noche. De día muy linda será, pero de noche mi casa es un antro que provoca a los espíritus con sus paredes de madera y pasillos anchos. 
Es el lugar perfecto para ellos. 

¡Bueno, ya basta! Le dicte a mi mente. Estaba al borde de una sicosis o una paranoia. 
La que me preocupa es mi madre. Ella siempre. Pero de lo que digo, ¡siempre! Avisa. Si sale algún lugar, mi madre me lo comunica de inmediato. O si se queda en alguno, también.
Pero no tenía ninguna llamada, ni ningún mensaje suyo. 

Estoy condenadamente acojonada. Tengo miedo y cualquier ruido me asusta. 
El cincuenta por ciento de mi paranoia se lo debía a Stephen King y sus libros de terror. 

Cerré mi libro, y respire pausadamente, para llenar de oxígeno y tranquilidad a mi cerebro. Trate de destensar mis músculos y relaje mi cuello apoyándolo en la almohada. Me encontraba sentada en mi cama, mirando la portada del libro. 

El tronante ruido de unos cristales rompiéndose, hicieron que casi diera un salto hacia el techo. Un punzante terror se me clavo en el pecho casi cortándome el habla. Se escuchó abajo, desde la primera planta una puerta cerrarse. 
Tuve la esperanza de que mi madre hubiera llegado. Pero eso no explicaba lo del sonido de cristales romperse. Y no se escuchó su típico “¡Algodoncin, llegue a casa!”. 
Algo me olía terriblemente mal. 

Inmediatamente analice mi alrededor, para encontrar algo con que atacar, mientras abajo se escuchaban pasos pesados, que me aceleraban el pulso. ¡Mierda! 
Agarre una botella de Sprite, que estaba botada en el piso. Era de vidrio. 
Salí de mi habitación, lo más sigilosa posible. 

Baje las escaleras, contorsionándome para que no rechinara la maldita madera. Cuando estuve en el primer escalón, me di cuenta de que los ruidos venían de la cocina. Cruce la sala, en medio de la oscuridad abrazadora. La luz de los faroles, se colaba por las ventanas. Por lo menor podía ver donde pisaba. 
Cuando llegue al borde de la puerta, de la cocina. Aguante un grito de terror, mientras mi pulso subió a mil. 
Se sentía como alguien se movía adentro, se oía la heladera siendo abierta y cerrada. Se hoyo un gruñido y algo como pegajoso y resbaladizo siendo tocado. 
Por el pequeño filtro de luz lunar que entraba por la venta de la cocina, se vio una sombra al rincón frente a la lava trastes. Por lo que pude ver, la persona estaba de espaldas hacia mí. 

Era ahora o nunca. 

No sé dé donde mierda saque las agallas, pero tantee la pared hasta encontrar el interruptor, prendí la luz y lance la botella a ciegas, con toda la fuerza que fue posible. Rezando para que llegara hacia su dirección, aunque sabía que era un intento inútil y estúpido. 

La botella de Sprite, se rompió en mil pedazos sobre una cabeza castaña. Como si hubiera sido aventada hacia una pared de acero y no el cráneo de una persona, que ni siquiera se inmuto al ser golpeada. 

Ante la luz, vislumbre la espalda ancha y desnuda del chico guardabosques. 
Se dio la vuelta lentamente, con una expresión no del todo enojada. Sus ojos mieles penetraron en los míos. 
Estaba manchado de sangre. Tenía alrededor de su boca y en sus manos.

The Monster (Justin bieber & ___)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora