Capítulo 26

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Jagger
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—Buenos días —murmura agitada, abrazándose a mí y con mi cara hundida en sus tetas.

Sonrío, igual de agitado que ella antes de sujetarla de las mejillas y atraer su rostro al mío para darle un beso en los labios.

—Buenos días, dulce —se ríe nerviosa, acomodándose a mi lado, con la cabeza sobre mi pecho.

Paso mi mano por su cabello, mientras ella, con su dedo, hace círculos sobre mi pecho. Ninguno habla y estoy seguro de que el silencio le permite escuchar mejor mi corazón latiendo aún rápido. Haber terminado hace unos minutos puede hacerle pensar que es por la faena mañanera y no que me late desbocado por tenerla de esta forma.

El pensamiento me hace sacudir la cabeza.

¿Qué acabamos de hacer? ¿Qué mierda hicimos anoche?

Besarla la primera vez, esos primeros cinco segundos accidentales, se sintieron como haber dado una caricia al cielo, por la suavidad de sus labios y por el sabor dulzón del brillo labial. Por tenerla cerca y poder oler su perfume floral... poder tocarla así fuera por un instante.

La segunda vez que la besé, que la toqué, que se sentó sobre mí, mostrándose dudosa y con vergüenza, fue como haberle dado cabida y rienda suelta a todos aquellos pensamientos impuros que rondaban mi mente cuando a ella se refería.

Que me dejara bajar, que me pidiera ayudarla a terminar con lo que ella había iniciado aquella noche que sin querer la vi, fue dejarme caer en un pozo de tentación, y después, cuando nos manosearamos en el sofá de mi casa fue como darme cuenta de que ese pozo, no tenía fondo.

Que todo lo que hacía o haga con ella era seguir cayendo sin parar.

Y... anoche, desde que le dije que quería cogermela, crucé una línea y cuando ella aceptó, supe que era un camino sin retorno.

No pensé, no pensé antes de preguntarle, no pensé cuando empecé a besarla después de que ella me contestara y no pensé cuando la traje a la habitación. No pensé en nada de lo que estoy pensando ahorita. No me importó nada más que escucharla gemir, que verla usarme a su antojo y hacerle todo aquello que llegaba a mi mente.

Ella suspira, haciendo que el aire exhalado golpee en mi piel. Suspiro también, recostando la cabeza en la almohada, cuestionándome cómo mierda nos deja esto. Que ella no hable está enloqueciéndome porque quiere decir que igual que yo, está pensando y me asusta no saber que piensa.

Prefiero a la Genevieve que nunca se calla a esta que está a mi lado y contempla el silencio.

¿Y si se arrepiente?

Me aclaro la garganta.

—¿Por qué estás tan callada? —Alza la cabeza y me da una sonrisa, pero no es de esas que le hacen los ojos brillar o se los hace pequeños.

—Pensé que te habías quedado dormido —responde —. Tus respiraciones están lentas, ¿estás respirando bien?

Resoplo, quitándole el pelo del hombro y dejo mi mano ahí.

—Pensaste que estaba dormido, pero te estoy tocando el pelo... ¿cómo funciona eso, Genevieve?

La siento sonreír y el movimiento de sus dedos sobre mi pecho se detiene. Se levanta y apoya su brazo en la cama, haciendo que la cobija deje de cubrirle los senos y ella vuelve a taparse. Ruedo los ojos, como que si no los tuve en la cara hace unos minutos.

—¿Sabes qué me dijo Hope ayer y no te conté?

—¿Qué?

Sonríe con cierta burla.

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora