Capítulo 23

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Genevieve  
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Observo a mamá y a papá.

Papá está sentado en el sofá reclinable y mamá está en el sofá a su lado. Viéndolo a él. Sonriéndole sin que él se dé cuenta, pero entonces, cuando mamá dirige su vista a la tele, papá la ve a ella.

Sonrío.

Me gusta verlos de esta manera. Me gusta cuando papá sale de su guarida y se sienta con nosotras en la sala, no importa si es solo para quedarnos en silencio o para escucharlo molestarme con lo que sea que les cuente. Me gusta verlos sin que ellos se den cuenta porque yo me doy cuenta de que se ven como lo hacían en las fotos que tienen desde que son novios. Me doy cuenta de que papá sigue viéndola con los mismos ojos de amor con los que la veía antes.

Una vez, una chica que conocí siendo novia de Max, me preguntó que porqué si Max y yo teníamos la química que teníamos, terminamos. Recuerdo haberle dicho que yo valía y merecía más de lo que Max estaba dándome, que sí había química, congeniábamos bien, pero... yo me sentía cómo una segunda opción cuando él veía de más a alguien que no era yo. Porque yo crecí viendo la manera en la que mis papás se veían el uno al otro y no sentía que Max y yo nos viéramos de esa forma.

No es mi culpa que mis papás siempre hayan tenido una relación bonita y que gracias a eso, quiera una igual. Porque sí, quiero mi relación bonita y duradera, quiero que alguien me vea como papá ve a mamá y yo poder verlo de la misma forma.

Quiero sentirme segura alrededor de ese alguien y no dudar de la relación que tengamos.

Entonces, me encuentro pensando en un par de ojos grises azulados y luego pienso en esa manera en la que me ven. Es intensa, bastante y perece decir más de lo que el portador de ese par de ojos puede decir, pero me confunde. Me confunde el que su mirada diga algo y su boca diga otra cosa completamente distinta. Me confunde su actitud cortante y poco habladora.

Entiendo porqué es como es. Según lo que me dijo aquella noche, la relación de sus padres no fue como la de los míos, él es tan cerrado con sus sentimientos porque no sabe cómo expresarlos, pero no es que no sepa hacerlo. Lo veo hacerlo con sus hijos e incluso lo ha hecho conmigo, sin siquiera darse cuenta.

Como aquella vez que quiso defenderme en el restaurante o el haberme dado el trabajo con sus hijos, también podría ser aquel día que tuve el altercado en el kínder de los bebés o incluso la semana pasada cuando ambos de una u otra forma buscamos como... consolarnos.

Jagger es de pocas palabras, pero sus acciones valen.

Me sobresalto cuando un almohadón me golpea en la cara, seguido de la risa de mamá y papá.

—¿¡Qué les pasa!?

—¿Soñando despierta con el papá de los bebés? —molesta papá.

—No.

—No —me imita y es gracioso porque su acento incluso con el montón de años que lleva viviendo aquí, no se quita —. No seas tonta, niña. No nos mientas.

—No pienso en él —murmuro —. Pienso en ustedes.

—¿En nosotros?

Les sonrío, asintiendo.

—¿Qué quieres? —pregunta papá en un tono burlón —¿Escuchar como nos conocimos tu mamá y yo?

—No, ya me la sé de memoria —ambos sonríen —. Mamá fue de viaje a Francia, ahí se conocieron, tuvieron su amor de verano allá. Mamá regresó a Costa Rica, no volvieron a verse. Hasta que años después viniste aquí y en tus vacaciones fuiste a Costa Rica, a verla, estuviste un tiempo allá...

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora