En cuanto pusieron un pie fuera del As de tréboles, Harkan retiró la mano de la espalda de Alisa. Ella notó la ausencia de esa presión sobre su cuerpo y alzó los ojos para mirarlo. El soldado se posicionó delante de ellos, caminando dos pasos más adelantado, guiándolos. Avanzando hacia el frente y sin girarse, se dirigió a los dos hermanos.
—No os alejéis de mí ni hagáis nada raro —Alisa asintió, pero no profirió sonido alguno. No pensó en que el soldado no estaba viendo su gesto. Ante el aparente silencio, Harkan giró un poco la cabeza hacia atrás para observar a Alisa de reojo. Esta carraspeó algo avergonzada al encontrarse con los ojos grises del chico y caer en su error. Asintió de nuevo con entusiasmo, para que él lo viese bien. Harkan desvió de nuevo la vista al frente—. Simplemente seguidme, pronto llegaremos a un lugar seguro.
Caminaron calle abajo, atravesando la negrura de la noche. Ciro y Alisa acataron las órdenes del soldado en silencio, siguiéndolo sin rechistar. Las calles estaban casi desiertas más allá del As de tréboles. Encontraron algún que otro transeúnte que cruzaba la calle para cambiar de acera al verlos o que caminaba con lentitud siguiendo su camino. A ojos de Ciro, aquellas personas que se cruzaban con ellos parecían la mar de extrañas y lo ponían nervioso. Para Alisa no era demasiado diferente. Nunca le había gustado caminar sola por la noche de vuelta a casa, pero era algo que no había podido evitar. Cada noche se reconfortaba pensando que el trayecto era corto y que pronto estaría algo más calentita, descansando junto al cuerpo de su hermano. Sin embargo, aquel camino parecía ser bastante más largo que el que ella solía hacer. Habían descendido calle abajo sin girar en ninguna esquina, siempre yendo recto. Cuando hubieron pasado cinco minutos, pensó que debían de haber avanzado bastante, puesto que Alisa no era capaz de reconocer bien dónde se encontraba con el entorno cubierto de las sombras de la noche. Lo que estaba claro era que habían ido en dirección contraria al que había sido su hogar durante aquellos últimos cuatro años.
Alisa giró el rostro hacia atrás, echándole una última mirada, como diciéndole adiós. Era un lugar al que, en realidad, sentía que no echaría de menos. Simplemente esperaba que el sitio al que se dirigían fuese mucho mejor, uno donde pudiese respirar tranquila al menos unos segundos, pese a todo lo que estaba sucediendo. Un lugar donde no tuviera que dormir bajo tierra, aislada del mundo. La imagen del muerto del sótano vino de nuevo a su mente, y se quedó pensando en ello hasta que notó el apretón de la mano de Ciro.
Ella le apretó la mano de vuelta para tranquilizarlo. El niño se aferró con fuerza a la bolsa que portaba al hombro, mirando con los ojos entornados a los pocos extraños con los que se cruzaban. Alisa, por su parte, iba más pegada a Harkan de lo normal. Se escondía tras su gran espalda, como si fuese un escudo; un muro que la protegía. Y es que el muchacho era imponente, y más aún con su uniforme gris. Cualquiera con dos dedos de frente en Veltimonde sabía la posición y autoridad que tenían los soldados, por lo que nadie en su sano juicio se acercaba a ellos para molestarlos. Los sangrados eran respetados y temidos por todos los ciudadanos que deseasen tener una vida larga y duradera. Resguardada tras él, Alisa sentía que estaba relativamente segura. Ella misma tiró ligeramente de la mano de Ciro para que él también se posicionase tras los amplios hombros del agente.
Que hubiese un sistema penitenciario como ese no significaba que la gente no hiciese maldades, y mucho menos que algunas no pasasen desapercibidas. Al final, la alerta la daban los soldados, las cámaras, o las propias denuncias de la gente. Era inevitable que de vez en cuando hubiese algún punto muerto. Alisa suponía que nadie iba a hacerles nada en plena calle con un soldado presente, pero era mejor prevenir. Además, iba bien para calmar el corazón.
Después de otros cinco minutos más a pie, por fin doblaron la esquina. Allí estaba aún más oscuro. No había farolas cerca que alumbrasen un poco para ver bien lo que uno tenía delante. En ese momento, Harkan se detuvo frente a algo. Después de parpadear varias veces, Alisa pudo distinguir un automóvil gris aparcado junto a la casi inexistente acera del callejón. Sin decir nada, Harkan se dirigió a la puerta del conductor y sacó una llave de su bolsillo. El soldado se sentó ante el volante en cuanto las puertas del coche se abrieron y miró hacia su derecha, esperando que la chica se sentase en el asiento del copiloto, pero cuando se dio cuenta, Alisa ya estaba situada en el asiento trasero junto a su hermano, depositando las dos bolsas a un lado. El moreno suspiró, volviendo a sentarse bien y encendiendo el motor. Dio contacto al coche moviendo la llave y quitó el freno de mano para después meter la primera marcha. En cuanto arrancó, salieron de nuevo a la larga calle por la que habían andado. Dejaron la oscuridad y pudieron ver mejor gracias a la luz de las farolas que iba y venía a través de las ventanas.

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Rey de corazones
FantasiVeltimonde; un reino de ensueño para muchos, pero un infierno para otros. La regulación de crímenes por parte del ejército de corazones y su reina es tan estricta que para muchos el simple hecho de seguir viviendo es pecar. Alisa lo intentará todo...