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Los ojos de Alisa fueron de inmediato hacia Harkan cuando dejaron atrás el cartel que indicaba la dirección que debían tomar para llegar a Kheles.

—Por aquí no se va a la capital —cuestionó indirectamente.

Harkan, totalmente relajado en su asiento y con la mano en el volante, no desvió la vista de la carretera.

—Te mentí —admitió. Alisa frunció el ceño. El soldado no volteó la cabeza para verla, pero pareció notar la mirada recriminatoria que la chica le envió desde el asiento del copiloto—, pero solo en parte.

—No sé cómo se supone que puedes mentirme a medias, tu respuesta no daba para mucho más. 

Harkan hizo caso omiso a sus palabras. 

—Iremos a la capital, pero en unos días. En realidad nos dirigimos a Ugathe, una de las grandes ciudades del distrito diamante. Está antes que Kheles, como mucho debe haber una hora y media de diferencia —le explicó el muchacho. Eso quería decir que en realidad estaban algo lejos la una de la otra. No tanto como la distancia entre el distrito de la pica y el del trébol, pero una hora y media de viaje equivalía a bastantes kilómetros de por medio—. En dos semanas tenemos una cena muy importante con nuestra jefa, por lo que nos mantendrá cerca de Kheles hasta que la reunión haya concluido.

—¿Tú y quiénes?

Harkan usó un tono casual, como si aquello fuese casi irrelevante.

—Yo y mis compañeros de la Guardia Imperial —contestó. A su lado, Alisa abrió los ojos de golpe, sorprendida por sus palabras. Ya le sorprendió de por sí que no fuese poco más que un soldado raso, a pesar de que le había dicho que era de la élite, aunque aquella información Alisa parecía haberla olvidado, pero aquel grupo que había mencionado tenía otro nombre al que respondía, uno mucho más célebre. La Guardia Imperial en realidad era...— ¿Te suena la Vanguardia de Corazones?

La mandíbula de Alisa amenazó con caer estrepitosamente al suelo. Se giró en su asiento, orientando el cuerpo por completo hacia él. Se sentía como una tonta, como si todo aquel tiempo se hubiese estado perdiendo algo que había estado justo enfrente de sus narices.

—Entonces tu jefa es... —inquirió dejando la frase a medias para que él la terminase. Así lo hizo su socio de tragedias y confirmó todas sus sospechas.

—La Reina de Corazones.

Alisa dejó escapar con fuerza el aire de los pulmones. Vaya, pensó. Aún no se lo creía, pero parecía aún más impactante que la mismísima Reina de Corazones fuese quien le diese las órdenes, sin intermediarios de otro rango. La Reina de Corazones; la creadora de aquellas pruebas insufribles.

—¿Y es tu jefa directa? —interrogó—¿No hay nadie más por en medio?

—No, nadie más.

Por supuesto, no debía ser la Reina de Corazones en persona quien le diese las órdenes. La Vanguardia era un grupo de soldados muy selecto pero, pese a todo, no creía que aquella mujer se dedicase a dar instrucciones a todas horas a cien soldados ella misma. Seguramente disponía de unos subalternos que avisaban a cada uno de sus hombres. Aun así, seguía siendo impresionante.

No había creído que aquel chico de ojos grises fuese tan importante. Era cierto que era mucho más mayor que ella, le llevaba ocho años de experiencia, por lo que había tenido mucho tiempo para escalar alto en el mundillo del ejército, pero... ¿tanto?

Ahora que lo pensaba, sí que lo había tenido todo delante de sus narices. No tenía que hacer mucho más que mirar su uniforme gris. El ejército de Veltimonde era grande y estaba dividido en categorías. Los colores ayudaban a identificar el rango aproximado de aquel que portaba el uniforme. 

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora