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Avanzaban a un ritmo tranquilo. No querían apresurarse demasiado, pese a la urgencia de la situación y el rápido transcurso del tiempo, por si pasaban algo por alto que estuviese relacionado con la carta. Conforme se iban adentrando más en aquel pasadizo, el camino se hacía más estrecho y había menos antorchas que iluminasen el camino. Alisa andaba pegada a Harkan, con una mano sobre su espalda para evitar resbalarse en según qué tramos. 

El corredor era más largo de lo que habían pensado. Debía ser de unos cincuenta metros, que fuera no parecería mucho, pero allí dentro parecía un trayecto sin fin. De vez en cuando, el agujero en la roca se agrandaba, como si entrasen dentro de una pequeña cámara en medio de la ruta. Allí encontraban una nueva antorcha que les permitía ver relativamente mejor su alrededor. Entonces aprovechaban para mirar todos y cada uno de los huecos posibles. Hasta en las grietas resquebrajadas en las paredes. 

Alisa se sentía angustiada allí dentro. No es que tuviese algún tipo de claustrofobia, aunque nunca se lo había planteado, pero creía que no era el caso. La atmósfera allí era distinta. Era como imaginarse que una se estaba metiendo en las profundidades del mar sin tener la más mínima intención de dar media vuelta, y pensar en las miles de capas y litros que había sobre uno mismo para llegar a la superficie. La pequeñez de algunos puntos de la ruta la agobiaba, pero era una sensación extraña de expresar y que no sabía poner en palabras. Por eso mismo en ningún momento dijo nada y se dedicó a seguir al soldado.

Después de unos minutos caminando con pies de plomo, vieron que por fin llegaban a una salida. Harkan fue el primero en verlo y se detuvo unos segundos a observar lo que había allí, tapando por completo la visión a Alisa, que intentó ver por algún hueco entre las extremidades del chico. El soldado se levantó y paso por su lado, retrocediendo en la ruta, volviendo hacia atrás. Alisa lo siguió con la mirada, desconcertada.

—Quédate ahí —le ordenó.

La muchacha ni siquiera se movió, se quedó quieta, observando lo que hacía su compañero. Le vio retroceder un buen tramo hasta estar frente a una de las antorchas. Con fuerza y maña para no apagar el fuego, arrancó una de las antorchas de la pared y inició su camino de vuelta a ella. 

Alisa, por su parte, aprovechó para ojear aquello que el cuerpo del soldado no le había permitido ver. El corredor daba a lo que parecía un área muy grande. Estaba totalmente oscuro allí dentro, por lo que Alisa no podía ver cuál era la magnitud del lugar. Pese a ello, se oía un ruido húmedo, como si corriese agua. 

Harkan llegó a su altura y pasó por delante de ella. Con sumo cuidado salió del túnel sin hacer ningún movimiento brusco con el brazo, para no debilitar el fuego. Cuando hubo salido, posicionó la antorcha entre unas rocas y se acercó de nuevo a Alisa para ayudarla a bajar. La salida del pasadizo estaba algo elevada. Alisa se dispuso a saltar por su cuenta e intentar aterrizar sobre las rocas sin torcerse el tobillo o algo por el estilo, ya que, ahora que veía algo más el lugar, el terreno era bastante irregular y algunas piedras estaban sueltas. 

Puso una mano a un costado del pasadizo y se apoyó en el granito para intentar agarrarse, pero antes de que pudiese hacer nada, Harkan la tomó de la cintura y la alzó en el aire. Alisa se aferró instintivamente a su cuello, sorprendida. El muchacho la depositó en el suelo con cuidado, como si no pesase nada. En cuanto sus pies tocaron el suelo con firmeza, Harkan la soltó y se alejó para ir a recoger la antorcha. 

Alisa se quedó unos segundos congelada. Mentiría si dijese que no le gustaban aquellos pequeños gestos del muchacho. Sin embargo, seguían sorprendiéndola. Cada vez que notaba el roce de su piel sobre ella, aunque fuese con tela de por medio, sentía escalofríos en la columna. 

—Gracias —acabó diciendo.

Siguió al moreno hasta ponerse a su lado. Harkan movió la fuente de luz a su alrededor para intentar ver lo que les rodeaba. Cuando Alisa se percató, sintió un peso en la cabeza. El lugar era enorme, como si estuviesen dentro de una cúpula escondida en el interior de la montaña. A unos metros de ellos bajaba una especie de riachuelo tranquilo, de agua cristalina, por lo que llegaban a ver. Al otro lado del río la llanura seguía un poco, pero entonces aparecían nuevos caminos para explorar. Alisa contó por lo menos doce posibilidades distintas, doce caminos enrevesados y complicados que llevarían a dios sabe dónde.

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora