Pese a que estaba aún más oscuro que cuando había llegado, Alisa pudo percibir que el Palacio Real era mucho más grande de lo que había visto. Intuyó, además, que debía disponer de un elevado número de pasillo entrelazados y ocultos al público usual.
Pudo comprobarlo al seguir a la doncella escaleras arriba después de salir por fin de su celda. Tras unos minutos vagando por estrechos pasadizos que podrían haber pertenecido al personal más elevado de la corte, por fin salieron por una puerta diminuta a uno de los enorme pasillos que daban a las habitaciones de invitados y otros salones. Era, de hecho, muy parecido al que la había llevado hasta los aposentos de Darko unas noches atrás.
Caminaron con un ritmo constante a través del amplio corredor de suelos marmóreos y altos techos. Por los grandes ventanales entraban los rayos de luz de luna, y por la altura de esta en el cielo, Alisa comprendió que debían ser cerca de las dos de la madrugada.
Dedujo que habían aprovechado para sacarla a aquella hora porque todo el mundo estaría durmiendo, lo que significaba que no querían que la vieran. Su existencia entre aquellos muros era conocida por un número de personas muy limitado, y parecía que de momento así debía seguir siendo.
Lynnete apresuró el paso y Alisa se obligó a hacer lo mismo. Pasaron por delante de lo que ella creyó que eran los aposentos del príncipe, aquellos en los que se había colado en su primera noche allí dentro, aunque no podría haber estado segura de ello puesto que todo le parecía igual. La criada torció a la izquierda y después a la derecha en el extenso pasillo y de pronto se detuvo ante una puerta de madera oscura, muy similar a sus vecinas.
Volvió el cuerpo hacia Alisa y le hizo un gesto con la mano para que abriese la puerta. La muchacha dudó unos segundos antes de obedecer, pero acabó deslizando la palma sobre el pomo dorado de esta y la puerta crujió bajo ella cuando el pestillo cedió. Reptó a oscuras hacia el interior de la habitación y Lynnete pasó junto a ella para encender el interruptor de la luz, cosa que provocó que Alisa parpadease repetidas veces para adaptarse a la repentina iluminación.
Se sorprendió de sobremanera al descubrir que Darko había optado por brindarle una habitación con comodidades similares a las de la suya propia. Aquel dormitorio no era ni por asomo igual de grande que el del futuro heredero de Veltimonde, pero no era modesto en absoluto.
La cama de sábanas blancas era tan espaciosa como para que tres personas pudiesen tumbarse sin molestarse en absoluto. El dosel sobre esta era de un color muy oscuro, y de él colgaban unas finas cortinas trasparentes, casi gasosas, que en el momento reposaban recogidas a ambos lados del colchón. Unos armarios enormes del mismo color que la estructura del lecho amueblaban toda la pared izquierda de la habitación. Un desperdicio de espacio, ya que Alisa no tenía ropa alguna que guardar allí dentro más que la que llevaba puesta. Ropa que pronto debería poner a lavar, por cierto. El aroma a sudor amenazaba con asomarse a saludar si pronto no le prestaba atención.
A la derecha había una puertecita exactamente igual a la puerta por la que Darko había aparecido el día de su reencuentro, por lo que Alisa intuyó que debía albergar un baño privado.
La vida de Alisa había dado tantos giros aquellos últimos meses, que jamás habría esperado encontrarse en una situación como aquella. Por alguna razón estaba allí, admirando las que tenían pinta de ser las sábanas más suaves que iba a tocar en su vida, en vez de a los pies del patíbulo.
Se giró hacia la joven criada, desconcertada por tantos lujos y tan pocas trabas.
—¿Qué estoy haciendo aquí?
Alisa esperó una respuesta significativa, algo de lo que poder tirar para mantener un mínimo control sobre lo que estaba sucediendo, sobre lo que le esperaba fuera de la celda. Y no fue eso lo que escuchó de la chica.

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Rey de corazones
FantasyVeltimonde; un reino de ensueño para muchos, pero un infierno para otros. La regulación de crímenes por parte del ejército de corazones y su reina es tan estricta que para muchos el simple hecho de seguir viviendo es pecar. Alisa lo intentará todo...