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Alisa apretó los labios en una mueca triste al ver entrar a Lynnete en su habitación la mañana siguiente. Estaba convencida de que venía a arrebatarle el único objeto de entretenimiento que había tenido en su estancia en el palacio: su televisor. Sin embargo, no pudo ocultar su sorpresa al ver que la doncella se acercaba al filo de la cama y la observaba con ojos cansados.

—¿Puedo sentarme?

Asintió e hizo un gesto con la mano para que se acomodase en el enorme colchón.

—Claro.

Lynnete se sentó entonces en el borde de este, en silencio, y de repente se dejó caer hacia atrás en la cama, desparramando su cabello por las sábanas. Aquel día tan solo llevaba unos mechones trenzados, unidos detrás como una pequeña aureola alrededor de su cabeza.

Alisa la observó, sentada a tan solo unos diez centímetros de ella, y le resultó raro que la joven estuviese tan relajada allí tumbada, junto a una supuesta criminal.

—¿Cómo es que no me tienes miedo? —le preguntó movida por la curiosidad.

Lynnete volvió sus ojos hacia ella, grandes y redondos. Al principio no contestó, pero luego dijo:

—Hace poco que te conozco, pero no desprendes un aura negativa...No pareces mala persona —Alisa se mordió los labios sin darse cuenta. ¿Cuánto hacía que nadie le decía algo así? ¿que alguien confiase de alguna forma en sus palabras? Los únicos habían sido Kane y Harkan—. Sabes, en la corte es un poco difícil hacer amigos. Tú y yo hemos hablado poco, pero extrañamente me siento a gusto contigo. Eso no quiere decir que me fíe por completo de ti, pero no me suelo equivocar con estas cosas. Esta vez estoy segura de ello como mínimo al setenta por ciento.

—¿Y si fuese una asesina?

La doncella bufó y cruzó los brazos sobre su pecho.

—¿Tanto insistir en que no has hecho nada y ahora sales con esas?

Alisa cerró la boca y dejó los ojos fijos sobre el televisor. Las noticias sonaban de fondo, pero aunque estuviese mirando las imágenes, no tenía idea alguna de lo que estaban diciendo. No los escuchaba.

Lynnete se incorporó y apoyó las palmas de las manos sobre el colchón. Sus piernas colgaban balanceándose arriba y abajo en el filo de la cama.

—Si me matas —expresó con voz queda—, ellos sabrían que has sido tú y te ejecutarían por ello. Así que nos iríamos las dos juntas rumbo al infierno.

Por la garganta de Alisa subió el fantasma de una risa ahogada.

—¿Al infierno? ¿Y por qué diantres vendrías tú?

Ambas chicas se observaron cara a cara y Lynnete le sostuvo la mirada tan solo unos segundos antes de ponerse en pie de nuevo.

La doncella se alisó el vestido y revisó si en la tela había aparecido alguna arruga inesperada que delatase su pequeño descanso. 

—Ayer fue un día movidito —añadió cambiando de tema—. Al menos Su Majestad lo hizo bien. De hecho, estuvo increíble. Suele ser bastante emocional, pero no tuvo ningún desliz comprometedor. Se podría decir que todo salió a pedir de boca.

Alisa hizo caso omiso al repentino cambio que había tomado la conversación y frunció el ceño ante las palabras de la muchacha. No comprendió bien lo que quería decir.

—¿A qué te refieres con un desliz? —indagó—Se nota que se le da bien hablar, ¿qué se supone que debería haber salido mal?

La expresión de Lynnete, tan dulce y tranquila hasta ese momento, cambió bruscamente en cuanto cayó en la cuenta de algo que Alisa no logró entender. Sus ojos se abrieron con sorpresa, como si no hubiese esperado para nada que Alisa le preguntase aquello.

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora