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Alisa podía oír perfectamente el ajetreo que había fuera desde su propia habitación. El delicado sonido de los violines no podía ser acallado por las gruesas paredes del palacio, al igual que el murmullo de la multitud. La clase alta de Veltimonde estaba allí, reunida en el amplio salón de baile y embutida en sus mejores galas, para celebrar la entrada del nuevo año en un baile que había prometido ser aún más concurrido que los anteriores gracias a la reciente coronación de Darko. 

Alisa, en cambio, estaba encerrada en su habitación. Desde que Cadel había cerrado su puerta aquella madrugada, apenas unas veinte horas antes, nadie más había venido a verla. Ni el guardia, ni Darko... ni siquiera Lynnete. Se había pasado toda la mañana tirándose de los pelos y odiándose a sí misma por tomar decisiones tan precipitadas. 

Si antes pensaba que su vida estaba en peligro, ahora lo tenía muy muy claro. Su sufrimiento era inminente. Ya lo había dicho Darko, se iba a asegurar de que recibiese su castigo. Y oírlo de aquella forma, pronunciado con tanto desdén, tanta rabia contenida... Se le estremecía el cuerpo de solo pensarlo.

Tirada en la cama, con las extremidades extendidas como una estrella de mar y el pelo ondulado esparcido por las sábanas arrugadas, llegó a la conclusión de que tenía que encontrar algo que la salvase de lo que fuese que estuviese planeando Darko.

Aislada en su cuarto y escondida del resto del mundo no iba a lograrlo, por lo que el primer paso era conseguir obtener un segundo permiso de salida. 

Si tan solo pudiese decirle a alguien lo que le iba a pasar, si tan solo consiguiese que alguien se acordase de ella y supiera que había estado allí para que Ciro y los demás tuviesen una mínima oportunidad de saberlo si le pasaba algo...

El estómago le rugió con fuerza y cortó el hilo de su cavilación. Alisa gruñó y se pasó la mano bajo la camiseta del pijama, acariciando su barriga hambrienta. No le habían dado de comer en todo el día. No sabía si aquello formaba parte de alguna forma de su venganza por drogarlo, o si realmente se habían olvidado de ella con todo el ajetreo por la celebración en el palacio, pero llevaba todo el día sin comer nada de nada y ya era la décima vez que su estómago exigía su parte.

Fue en aquel momento cuando alguien tocó a la puerta y apareció Lynnete, su ángel salvador, con el carrito de siempre preparado con un par de platos.

—Te traigo la cena.

Alisa saltó como un tigre de la cama y cogió el carrito con sus propias manos. Lo movió hasta acercarlo al borde del colchón y se sentó allí para utilizarlo de mesa. El menú de aquella noche estaba formado por un humeante plato de sopa que calentaría sus huesos y lo que parecía una pechuga de pollo bañada en salsa a la que Alisa no tardó en hincarle el diente. 

Lynnete la observó curiosa. Parecía tentada a sonreír, pero no lo hizo en cuanto recordó algo.

—Parece que la has liado pero bien.

Alisa sorbió la sopa con fuerza y pinchó un pedacito de pollo con el tenedor. Pareció pensar unos segundos antes de responder:

—Si me garantiza algo de seguridad, planeo hacerlo de nuevo.

Lynnete alzó las cejas.

—¿Enserio?

—Creo que jamás me había sentido tan valiente y tan asustada a la vez. O es por el hambre o ya se me ha caído algún tornillo.

La doncella bufó y echó un rápido vistazo a la habitación mientras la chica comía. Sus ojos se detuvieron sobre los cuentos que Alisa se había llevado de la biblioteca días atrás.

—No creo que pueda traerte de nuevo el televisor —murmuró—. No sé cuánto estarás aquí, pero parece que no van a ser solo un par de días así que te vas a aburrir bastante. Puedo intentar escoger algunos libros que sean de tu agrado, aunque no prometo que sean buenos. La verdad es que no suelo leer mucho y no tengo ni idea de literatura.

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora