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Alisa golpeó la puerta con los nudillos antes de entrar. 

El salón del té era quizá una de las zonas más íntimas del palacio. De hecho, sintió como si hubiese entrado en una sala secreta de la biblioteca. No era muy grande, y aun así una podía moverse con soltura por el espacio.

Parecía una especie de despacho. Junto a la puerta había un escritorio pulcramente ordenado y las paredes estaban forradas de libros: de historia, de ética, de política... Los enormes ventanales de los pasillos allí se reducían un poco, por lo que la poca luz de la incipiente noche entraba por dos largas ventanas que acababan en unas repisas llenas de grabados dorados. Justo enfrente, una pequeña mesita y dos butacas púrpuras esperaban a que alguien las usase. 

El olor a libros viejos se mezcló con el del té caliente en cuanto Alisa puso un pie en la habitación. Sus ojos fueron a parar a la tetera de la que escapaba un ardiente vapor casi transparente, lista para rellenar las dos pequeñas tazas que había en la mesa con té recién hecho. 

Los dedos de Alisa volvieron a rozar el bolsillo del vestido. Sin guardias y con la bebida preparada; todo a punto. Tan solo tendría que buscar una oportunidad en que estuviese distraído para verter el contenido de «dulce calma» en su taza.

Darko estaba apoyado en una de las ventanas, la más alejada de la bonita mesa. El fuego refulgía junto a él en el interior de una chimenea repleta de pequeños patrones dorados. El rugido de la madera al arder deleitó los oídos de Alisa. Si no hubiesen estado en aquella situación, se habría sentado delante para disfrutar del calor. Sin embargo, al ver que, pese a que debía haber advertido su presencia, el muchacho no la recibió, optó por sentarse en una de las butacas. La más alejada de él, para poder mirarlo a la cara. 

Su perfil era casi irreal. Las luces blancas de la ciudad se reflejaban sobre su clara piel tersa y destellaban en los dos orbes casi negros que tenía por iris. El silencio entre ellos era abrumador. Alisa podía sentir hasta el mínimo murmullo de su propia respiración mientras el muchacho seguía concentrado en el exterior. Casi parecía que no la hubiese visto entrar o que la estuviese ignorando.

Casi.

—Hoy es una noche muy especial —habló entonces. Pese a ello, no volvió el rostro para mirarla—. ¿Sabes que dicen que las personas con quienes decidas pasarla serán los que determinen tu futuro durante el próximo año?

Alisa se revolvió en su sitio. Estaba claro que, en su caso, esa superstición iba a cumplirse. Su vida dependía de él.

Por fin torció el rostro hacia ella. Le mostró una leve sonrisa, pero no una feliz y alegre. Era enigmática y traviesa, curvada de forma que abría la puerta a la ambigüedad. En sus ojos brilló un atisbo de malicia y algo más que la muchacha no logró identificar. La estaba sondeando.

—¿Qué me dices, Alisa? ¿Qué será de mi vida este año?

No podía estropear la noche. No cuando tenía la libertad casi en la palma de la mano. El caos del Rito de Renovación Invernal en las calles le haría mucho más fácil el trabajo de confundirse entre el gentío. Si lograba mantener cierta estabilidad entre ellos hasta que el joven rey se tomase el té edulcorado, estaría un paso más cerca de ver de nuevo a su hermano. Y a Harkan.

—No lo sé, Su Alteza. Pero está claro que mi futuro sí que depende de usted.

Darko entornó los ojos a la vez que alzó la comisura derecha de su boca, incrédulo y burlesco.

—¿Ahora vuelves a las formalidades? —cuestionó— ¿No dije el otro día que era mejor que te olvidases de ello?

—No parecía muy contento la última vez que nos vimos —murmuró Alisa bajando un poco la barbilla, aún con tono formal—. ¿No le parece esto una muestra de respeto suficiente para arreglar un poco lo ocurrido?

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora