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Cuando Alisa abrió los ojos, un dolor punzante en la sien la obligó a cerrarlos de nuevo. Notó la luz traspasando sus párpados y rápidamente escondió la cara entre unos pliegues de tela blandos y calientes. Con una suave queja, la muchacha deslizó la mano hacia adelante, buscando agarrarse mejor al objeto inmóvil que había junto a ella. Era agradable al tacto y acarició, sin apenas ser consciente de ello, un relieve cuadrado duro y terso. Poco a poco la muchacha sintió que se iba despertando, y fue entonces cuando, con la cara hundida en las supuestas sábanas, notó una respiración que subía y bajaba, además de una tensión repentina bajo su mano. 

Las yemas de sus dedos se apoyaron en una tosca caricia sobre la piel de aquel que estaba junto a ella cuando se incorporó para verlo bien. Sus ojos se abrieron de golpe y se llevó la mano a la boca, avergonzada de sí misma, y retirándola del abdomen de Harkan.

El soldado la observaba con ojos entornados. Estaba medio incorporado sobre la cama, con la espalda apoyada en la parte baja del cabezal, y tenía el brazo izquierdo flexionado, la mano posicionada en la nuca. Parecía relativamente tranquilo, pero su estómago, que se mostraba medio descubierto por culpa de Alisa, se había tensado bajo los movimientos involuntarios de la muchacha. La chica se alejó de él unos centímetros, deslizándose sobre la ropa de cama y apartando un poco la manta. Harkan, ante su repentina sorpresa, no pareció inmutarse.

Alisa se fijó en la sudadera del muchacho. Debía haberla subido en sueños mientras buscaba algo a lo que aferrarse. El borde levantado mostraba un estómago trabajado y definido, con abdominales dignos de la obra de un escultor. Él reparó en la dirección a la que se dirigía la mirada de Alisa, pero no dijo nada. En cambio, con parsimonia deliberada, tiró de la prenda hacia abajo para ponerla en su sitio. La muchacha parpadeó varias veces. Sus mejillas se tiñeron de un rojo profundo mientras, aún con la mano tapándole los labios, pensaba cómo diablos había terminado compartiendo cama con el soldado. Su memoria estaba borrosa.

Apoyado sobre las cómodas almohadas, el moreno la observaba ligeramente divertido, pero contuvo cualquier atisbo de sonrisa. La suya no era una postura demasiado confortable, pero estaba acostumbrado a dormir mal, por lo que no le supuso un problema. Harkan se había quedado toda la noche ahí, estirado junto a ella, y había evitado ejecutar el más mínimo movimiento para evitar despertarla.

Primero había sido incómodo. Había escuchado a la chica murmurar sin sentidos cuando aún seguía luchando entre la consciencia e inconsciencia por culpa de la ebriedad. Se había quedado rígido cuando las manos de ella le habían aprisionado en busca de refugio, y se le había hecho difícil recordar que necesitaba volver a respirar. Su cuerpo petrificado siguió las órdenes de su mente y se mantuvo quieto como una roca, pero tuvo que apretar los puños con fuerza para evitar ceder al impulso de apartarla. 

Después de aquello, cuando hubo pasado ya un buen rato, aprendió a disfrutarlo. Superó más rápido de lo que esperaba su rechazo por aquel contacto físico inminente. Era cierto que se habían tocado muchas veces, pero había sido momentáneo o por su propia voluntad, y cuando Harkan era quien tenía el control, como había sucedido en la ducha unas horas antes, se le hacía más fácil olvidarse de la aversión que sentía por el roce piel con piel. 

Las manos de Alisa estaban calientes pese a haber pasado la noche fuera. Pronto, se encontró con la cabeza girada en su dirección y la nariz casi rozándole la frente. Los dedos de ella estaban cerca de su pecho. Harkan estaba seguro de que, si hubiese estado despierta, habría notado con fuerza el latido de su corazón. Alisa era la excepción, en todos los sentidos y ámbitos en que esa palabra se pudiese aplicar. Pese a que el mundo siempre le había parecido un lugar oscuro y gris, desde que aquella muchachita se había cruzado en su camino, en su universo de sombras había aparecido un nuevo tono brillante. Una luz con una fuerza sin precedentes que estaba enseñándole al soldado pequeñas salpicaduras de colores que hasta entonces no había sido capaz de ver por su cuenta. Aunque no era propio de él verter su atención en alguien, agradecía interiormente haberse topado con ella en aquel bar. 

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora