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Al abrir los ojos de nuevo, Alisa se sintió igual de pesada que antes. No sabía cuánto tiempo había pasado. No sabía si habían transcurrido minutos, horas o incluso días. El tiempo parecía una fuerza ajena e inalcanzable que Alisa era incapaz de comprender. 

Su vista bajó a sus manos y se sorprendió al ver que sus muñecas ahora estaban delicadamente vendadas. Ya no notaba la piel tan tensa, tan ardiente. Puede que fuese por el somnífero. Pudo ver las marcas de aguja en el brazo. Era prueba suficiente para saber que le habían pinchado algo directamente en las venas. La querían dormida, aunque no podía imaginarse el motivo. ¿Por qué demonios seguía viva?

Alguien había entrado allí, de eso estaba segura. Le habían vendado las heridas y junto a ella descubrió un vaso de agua y un pedazo de pan. No tenía apetito. Ni se planteó la posibilidad de comer. Podrían haber entrado en la celda, pero seguía sin haber un ápice de vida cerca. El peso de sus párpados la llevó a ignorar por completo la comida y seguir durmiendo.

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora