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Harkan se detuvo justo en frente de la cama para examinarlo mejor. Sus ojos repasaron el hilo negro del estómago del niño, que contrastaba con el color enfermizo de su piel. Pasó sus dedos por su frente, apartándole el flequillo lacio a un lado. Estaba frío como el hielo. Sus labios amoratados estaban ligeramente entreabiertos, como si en sus últimos momentos hubiese respirado con dificultad. 

El corte en su estómago era bastante grande, igual de largo que la mano cenicienta del propio niño. El filamento que cosía su vientre parecía relativamente nuevo, apenas estaba sucio, lo que significaba que no hacía mucho que alguien había hecho aquello. El estado de su piel, en cambio, denotaba que llevaba días muerto. La herida no había supurado apenas sangre, seguramente por este último hecho, de forma que esta se había coagulado, provocando que la carne no sangrase demasiado en el momento en el que le hicieron el profundo corte.

Alisa se mantuvo a dos pasos de la puerta. Su mano buscaba el marco de esta para disponer de algún tipo de soporte. Había empezado a encontrarse fatal. De la impresión, sentía que apenas podía tenerse en pie. 

El soldado, como si no oliese el nauseabundo hedor del cadáver, acercó ligeramente el rostro hacia la herida infligida en el cuerpo del infante. En uno de los extremos del corte cosido con prisa divisó unas esferas blancas diminutas. En poco tiempo, las larvas saldrían de sus huevos para devorar la carne muerta y grisácea de aquel crío.

Lo más normal hubiese sido que Harkan se mostrase disgustado, pero el muchacho no mostró aflicción alguna en su rostro. Se incorporó, alejando la cara del vientre del chiquillo, que empezaba a mostrase hinchado, y se metió la mano en el bolsillo. 

Palpó la pistola y siguió buscando. Entonces lo encontró. Cuando sacó la mano, Alisa divisó que había cogido una pequeña navaja. No comprendió para qué necesitaba aquello, mucho menos en aquel preciso instante. Le vio acercarse de nuevo al cuerpo, confusa por lo que pretendía hacer, y pegó un pequeño grito de sorpresa al ver que Harkan cortaba de un tajo el hilo que unía los pedazos de carne en el estómago del niño. 

La hoja de la navaja rozó como una espada ambos extremos del corte, provocando que este se abriese aún más. No había sido un movimiento dirigido simplemente al hilo, parecía que el muchacho hubiese querido cortar aún más la carne, haciendo el tajo más profundo, separando aún más las dos mitades del vientre del niño. 

Alisa no soportó aquella visión. Con las piernas temblando, salió corriendo de la habitación en dirección al baño. Sus pasos eran torpes, parecía ir prácticamente ciega, con la mano sobre la boca. Esta vez, no se atrevió ni a buscar el interruptor de la luz. Avanzó a tientas. En cuanto entró en el servicio, se agarró a la tapa envejecida del inodoro y expulsó todo lo que contenían sus entrañas. Se agarró con fuerza al mármol blanco del retrete y devolvió el sándwich que había comido aquel mismo medio día.

Harkan escuchó las arcadas de la chica desde la habitación, pero hizo oídos sordos. Su atención estaba puesta en una única cosa. Como era de esperar, la sangre no brotó de forma normal. El cuerpo había dejado de bombear sangre hacía mucho, de modo que lo que quedaba de ella estaba más bien coagulada. Por este motivo, lo único que Harkan vio fueron coágulos gelatinosos entre las capas de venas y nervios seccionadas. Al no haber abundante sangre involucrada, Harkan divisó a la perfección la profundidad del corte y el estado interior del cuerpo. 

Ya había empezado el proceso de descomposición. La gente suele pensar que los cuerpos tardan mucho en pudrirse, pero lo cierto es que en unos días las larvas empiezan a devorarlos y los órganos explotan al no soportar la presión de los gases que alberga un cuerpo muerto.  El cadáver del niño aún no había llegado a aquel estado, pero no tardaría mucho en hacerlo.

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora