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Las gotas resbalaron por su rostro tras emerger del agua. El silencio volvía a reinar en el palacio. Debían haber pasado dos horas desde que el último de los invitados había abandonado el salón, y la luna caía en declive por el cielo, en un anuncio de que pronto sería hora de decir adiós a la madrugada. 

El único sonido que resonaba en el baño era el de las gotas escapando del grifo cerrado de la bañera. Alisa echó la cabeza hacia atrás y su cabello mojado flotó sobre la espuma. Sus pies asomaban desde la otra punta, emergiendo del agua como los ojos de un cocodrilo, y mientras los observaba con detenimiento sus pensamientos siguieron divagando.

Había estado a punto de mencionar a Harkan. En el instante en que había dicho que quería ver a su hermano casi se había mordido la lengua por lo tentador que habría sido decir también su nombre. Pero no podía. Dejando a un lado sus sentimientos románticos por él, era la persona a la que estaba más agradecida en todo el mundo. Por toda la ayuda que le había brindado, por poner su vida en peligro para echarle una mano, por ofrecerle su mano cuando más lo había necesitado.

Ansiaba verlo tanto como a su hermano. Ahora que había probado lo que era ser querida, sentía que necesitaba con urgencia sus manos alrededor de su cuerpo en un abrazo reconfortante, y las suyas sobre su torso, explorando el calor de su cuerpo al dormir. 

Reflexionó sobre lo que habría sucedido si hubiese dicho su nombre, si le hubiese pedido a Darko que la dejase verlo, pero la satisfacción momentánea de ver su cara no valdría la pena si implicaba que no podría verla nunca más. 

Aun así, necesitaba decirle de alguna forma dónde estaba. Habían pasado ya muchos días. No sabría lo que estaría pasando por su cabeza. Si quiera qué estaría haciendo en aquellos instantes. ¿Seguiría aún en la capital?

Por mucho que el señor Clover supiese que estaba en el palacio, no había manera alguna de que se comunicase con Harkan. Ambos mundos estaban aislados. Sin ella de por medio, no existía ningún hilo conductor que propiciase la comunicación. 

Alisa se irguió en la bañera. Lynnete era amiga de Cadel, que en esencia seguía siendo un soldado. Seguro que se llevaba bien con algún otro guardia. Quizá podía conseguir enviarle un mensaje a Harkan a través de ella. Solo necesitaba decirle que estaba bien, segura en el Palacio, y que no tenía que preocuparse. 

Sí, le escribiría un mensaje. Al menos lo intentaría. Si era de la Vanguardia de Corazones, estaba segura de que alguno de los guardias reales debería conocerlo, o como mínimo reconocer su nombre. Ya había sucedido antes, en la casa de vacaciones del duque Ravenna. ¿Por qué no iba a ocurrir de nuevo?

La muchacha se sumergió en el agua, esperanzada, hasta que tan solo se vio una masa de pelo oscuro flotando en la superficie. 

En cuanto se hubiese vestido, escribiría en un pedazo de papel un mensaje para Harkan y le pediría un nuevo favor a Lynnete. Puede que primero tuviera que oír sus quejas, pero no era una petición tan difícil, ¿no?


*****


El cerebro de Darko iba como loco, repitiendo las imágenes de esa noche en la mente de su dueño una y otra vez. Tirado en la cama, Darko no podía hacer nada más que pensar en ello... La delicadeza y el brillo de su piel, la suavidad de sus movimientos, y esos ojos furiosos y tan vivos que le aceleraban el corazón...

Pese a que tenía la camisa del pijama abierta, el calor se filtraba por su pecho hacia el exterior y se expandía por su cuerpo y por el aire, elevando la temperatura de su nueva habitación. Pero Darko no era capaz de sacar de sus pensamientos esos labios rosados, ni la forma en que su corazón había latido cada vez que la había hecho girar. Incluso el recuerdo de las arrugas en su frente en los momentos en que la muchacha caía en sus provocaciones lo hacían vibrar horas más tarde.

La sensación de tener casi su corazón en las manos había sido abrumadora. Las palmas de Darko se habían posado varias veces en la parte baja de su espalda, pero había sentido como si las yemas de sus dedos pudiesen rozar sus entrañas llenas de vida, casi podría decirse que su alma, a pesar de que el chico no tenía la habilidad de atravesar paredes o tejidos.

Y luego estaba el vestido. Primero le había impactado ver el vestido de su madre en ella, después de tantos años en el armario. Pero al final le hizo feliz que pudiese tener un segundo uso. Y qué buen uso.

Su mano, que reposaba sobre su vientre expuesto, se alzó inconscientemente hasta tocar sus propios labios, y el recuerdo de la noche en que se conocieron se mezcló con el del baile. Recordó su beso, lo hambriento y liberado que se había sentido en el callejón, en la improvisada pista de baile frente a los músicos del pequeño bar, en las calles mientras corría sin poder ocultar una sonrisa, de camino al punto de reunión en el que debía encontrarse con Cadel.

El fuego le quemaba en las venas, pero el olor condensado de la habitación casi vacía era extrañamente dulce. Dejó escapar un suspiro y apretó las sábanas arrugadas bajo su cuerpo. Incapaz de soportar más el calor, mantuvo el brazo izquierdo bajo la cabeza e hizo un suave movimiento con el derecho. 

Las múltiples ventanas de la suite real se abrieron de golpe. El sonido de los marcos al estamparse contra el límite de las bisagras apenas le importó. El aire gélido entró en tromba al dormitorio y le culebreó entre las piernas, los dedos de los pies y los recovecos de la camisa abierta. Se le alborotó el pelo negro, pero a duras penas se percató de ello.

El calor no desaparecía. El aire invernal tan solo era una frágil caricia contra su piel.

La chica era una buena distracción. Puede que demasiado buena.

Frustrado, pero a la vez extrañamente feliz, agarró un cojín cercano y se lo estampó en la cara.

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora