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Últimamente Alisa se había vuelto una temeraria, aunque estaba segura de que era por el aislamiento y el miedo. Irse sola a una prueba, colarse en palacio, encararse con el heredero del reino y desobedecer las órdenes reales en varios intentos de fuga eran cosas que jamás había imaginado que haría. Si le hubiesen dicho que todo aquello pasaría a la Alisa de un año atrás, se habría reído al escuchar tantas sandeces y nadie la habría sacado de su sótano y su As de tréboles.

Y allí estaba ahora, otra vez junto a la mesa de los refrigerios.

Podía ver a Darko bailar con la chica. Por lo menos llevaban tres canciones seguidas en la pista, y la desconocida no parecía tener intención de soltarlo. Mientras que ella movía los labios sin parar, el joven rey parecía hacer caso omiso a su parloteo y mantenía la mirada fija en algún punto.

Alisa se preguntaba cuándo lo dejaría libre. No es que sintiese simpatía por él ni por el martirio que debía ser escucharla, dada la expresión aburrida que tenía en el rostro, pero el muchacho le había ordenado que se quedase allí porque tenían que seguir hablando de varias cosas. 

No iba a llevarle la contraria. Al fin y al cabo, su plan ya había sido ejecutado, aunque hubiese sido de otra forma, y tras sus múltiples charlas ya no lo veía como una amenaza tan aterradora. No sabía por qué, pero se fiaba de sus palabras. Parecía bastante transparente respecto a sus sentimientos. Con lo cual, su futuro volvía a ser incierto, ya que seguía estando en sus manos.

Mientras seguía observándolos desde lejos, podía sentir algunas miradas curiosas sobre ella. Varias personas debían estar preguntándose quién era la misteriosa muchacha que había bailado un vals tan íntimo y cercano con el Rey, y desde cuándo tenían una relación tan estrecha. Inquieta, cogió su tercera tartaleta de la noche y le pegó un mordisco.

El último pedazo de aquel exquisito tentempié se deslizó garganta abajo cuando la canción estaba a punto de terminar. Sin embargo, se vio obligada a toser varias veces para ayudarlo a seguir su camino cuando una voz masculina gritó su nombre con incredulidad.

—¡¿Alisa?!¡Oh dios mío, eres tú!

En el momento en que se volvió hacia la voz, sus ojos se abrieron mucho por la emoción y no pudo evitar que una sonrisa cruzase su cara. Las grandes manos del señor Clover la aferraron por los hombros mientras la observaba por unos segundos, incapaz de procesar que estuviese allí. 

Antes de que pudiese abrir la boca, a Kane Clover se le escapó un suave grito de júbilo y la alzó tras agarrarla de la cintura, elevándola en el aire y girando sobre sí mismo. 

—¡Cómo me alegra volver a verte, pequeña centella!

Entre risas, Kane volvió a dejarla en el suelo y Alisa se aferró a sus brazos para no caerse. Aún incapaz de dejar de sonreír, le hizo un gesto con la mano para que bajase la voz. El señor Clover asintió y le dio un abrazo de oso que hizo que la muchacha casi echase los pulmones por la boca, pero que también le calentó el corazón. 

—Dios santo —murmuró el hombretón contra su pelo—, nos tenías muy preocupados.

Cuando el abrazó terminó, ambos se estudiaron el uno al otro. Kane la miró de arriba abajo, buscando algún signo de que se hubiese hecho daño o algo similar. Alisa pudo comprobar que, aunque tan solo habían pasado unos días, él estaba igual que siempre. 

Llevaba los rizos engominados hacia atrás, y el traje negro le sentaba como un guante y resaltaba su gran figura. Él frunció el ceño ante las marcas rojizas que seguían adornando como brazaletes sus muñecas, pero apenas eran un fantasma de lo que habían sido el primer día, cosa que le aseguraba que podrían haber sido mucho más graves y que había tenido suerte. 

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora