Darko iba un par de metros por delante, en total silencio.
Alisa no tardó en reconocer el camino que estaba tomando en realidad: se dirigía al salón del té. Suponía que querría algo de privacidad, y ella lo agradecía. No tenía ganas de rogar con público delante.
De la nada apareció Cadel, quien se puso a la altura de su señor. Alisa los vio desde atrás. Darko le susurró algo al oído a su guardia y este asintió. En cuanto llegaron al salón, Cadel se detuvo junto a la puerta y mantuvo la vista al frente, en posición de espera. ¿Lo querrá cerca para evitar cosas como la de la última vez?, pensó.
El muchacho entró en el salón y en cuanto Alisa llegó a la entrada de la estancia atravesó el marco sin detenerse a saludar al guardia. No tenía la cabeza como para perder el tiempo. Necesitaba pensar. Pensar. Pensar.
Y no parecía conseguirlo.
En cuanto entró al salón cerró la puerta tras de sí.
—No le hagas daño —pidió sin esperar más.
El pelinegro se había sentado esta vez en la mesa del pequeño despacho. Estaba espatarrado en la silla, que con su confianza y postura parecía más un trono. La observó de reojo.
—Ajá —se burló—. Es evidente que tienes algo que contarme.
Alisa se apresuró a acercarse a él. En cuanto lo tuvo enfrente, apoyó ambas manos en el escritorio. No pudo evitar que le temblase la voz al hablar.
—No es lo que crees —balbuceó—. Bueno... Es decir...
Hacía frío en la sala, aunque no supo si fue por Darko o por el evidente invierno que tenían encima. Pese a ello, no podía negar que el día se había vuelto un poquito más gris desde la aparición de Harkan. En un rápido vistazo que echó hacia atrás, comprobó que la chimenea estaba apagada.
Darko la observaba con la barbilla alzada y los ojos entrecerrados. En un parpadeo, alzó los pies y los cruzó sobre la mesa. En aquella postura, con los brazos apoyados en los ornamentados brazos dorados del asiento, parecía un verdadero gobernador.
—¿Qué dices? —la animó él a continuar con un deje sarcástico.
Parecía molesto, y su enojo se estaba manifestando en una masa irónica que se deshacía en su boca y escupía en sus palabras. Alisa intentó serenarse, aunque le constaba hacerlo cuando Harkan se había expuesto de tal manera.
—Ya es suficiente conmigo. No metas a nadie más en esto —expresó Alisa midiendo sus palabras e intentando ser clara, haciendo caso omiso a la ansiedad creciente en su estómago y el batiburrillo de voces en su cabeza—. No le hagas sufrir solo por conocerme.
El chico chasqueó la lengua.
—¿Así mira tu amigo a alguien que solo conoce?
Alisa reculó, sus manos se alejaron de la mesa para aferrarse a la falda de su vestido.
—Darko...
—No soy estúpido. Cualquier persona con dos dedos de frente podría adivinar que obviamente te ha estado ayudando todo este tiempo. No intentes mentir.
Las palabras trastabillaron en su lengua, incapaces de articular una excusa coherente.
—No... No es verdad... él...
—Es un soldado —la interrumpió el joven rey—. Ningún soldado trataría con un fugitivo sin darse cuenta de que lo están buscando. Los de su grupo tienen acceso a las bases de datos y con unos pocos clicks podrían leer el historial de cualquiera.

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Rey de corazones
FantasiVeltimonde; un reino de ensueño para muchos, pero un infierno para otros. La regulación de crímenes por parte del ejército de corazones y su reina es tan estricta que para muchos el simple hecho de seguir viviendo es pecar. Alisa lo intentará todo...