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La doncella, que resultaba llamarse Lynnete, según había dicho Darko, dejó el carro atrás y se volvió hacia Alisa. La muchacha abrió los ojos con pánico al ver que se acercaba hacia ella con unas relucientes tijeras en las manos.

Se echó hacia atrás todo lo que pudo y pegó la espalda por completo a la pared, pero no pudo evitar que la chica se arrodillase frente a ella y le tomase los brazos. Para su sorpresa, sus dedos fueron suaves y delicados. No ejerció casi presión al tomar sus antebrazos para girarlos. Su tacto mimoso hizo que Alisa pudiese atreverse a respirar con normalidad, soltando el aire contenido ante su inminente cercanía.

Lynnete operó en silencio. Acercó las tijeras a las muñecas de la chica y deslizó la punta bajo las apretadas vendas para poder cortar. Alisa se estremeció bajo el contacto helado del acero contra su piel. En pocos segundos, la joven criada terminó de cortar la tela y retiró las vendas para inspeccionar bien sus muñecas.

Alisa se sorprendió al descubrir que una leve rojez permanecía aún en la zona. Al estar en contacto con el aire estancado de aquella planta subterránea, pudo sentir un ligero escozor en la piel. Seguía creyendo que habían sido imaginaciones suyas, que en un momento de locura por culpa de la presión se había imaginado cosas, pero allí estaba la prueba de que no estaba loca.

La doncella se retiró un segundo al carrito y volvió de nuevo, esta vez con una pequeña bandeja llena de materiales para cuidar sus quemaduras. Cuando se hubo arrodillado de nuevo a su lado, la vio mojar un paño en lo que parecía agua con jabón. Con cuidado deslizó el trapo por su piel herida, sin frotar nada, tan solo retirando la posible suciedad acumulada bajo las vendas y el sudor. 

—Deberías hablarle con más respeto a Su Alteza —articuló de pronto la chica.

Su voz era suave como las nubes. Alisa concluyó que encajaba muy bien con su dulce forma de tocar las cosas y moverse, además de con su cara de mejillas tiernas y ojos grandes, como los de un cervatillo. La doncella llevaba el pelo chocolate trenzado a la espalda y el mismo vestido verde pastel que la había visto usar la última vez. Debía ser el uniforme de las criadas.

Alisa observó cómo la muchacha continuaba con la limpieza de sus quemaduras sin dirigirle apenas una mirada. Por su parte, ella no contestó a la sugerencia de la criada.

Dejó a un lado el paño para secarle la zona y después quitó el tapón de un pequeño botecito de cristal. Con un dedo extrajo un poco de crema y comenzó a esparcirla con cuidado por sus muñecas, procurando embadurnar todo el rodal rojizo de su piel.

—Eres más tranquila de lo que esperaba —volvió a hablar.

Lynnete alzó los ojos y se topó directamente con los de Alisa, que la miraban sin reparo alguno. Se aguantaron la mirada unos instantes, como evaluándose, hasta que la doncella volvió a bajar la vista a los materiales de la bandeja de metal que había traído consigo.

—No soy una mala persona —murmuró Alisa.

La doncella no volvió a mirarla. Volcó su atención sobre sus muñecas levemente chamuscadas. Con delicadeza, le agarró la palma de la mano y le hizo girar esta para poder evaluar de nuevo la zona afectada.

—No es muy grave —expresó con ojos analíticos—. Tan solo una quemadura leve. Si sigues cuidándote la piel, en unas semanas casi no quedará marca.

Alisa se preguntó si llegaría a verse la piel tal y como la tenía antes, totalmente curada. Si podría estar allí aún pasadas esas semanas. 

Lynnete se colocó un mechón rebelde tras la oreja y se dispuso a ponerle vendas limpias. Las agarró con sus finos dedos y empezó a enrollar con lentitud la tela sobre la piel de Alisa. 

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora