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Una diminuta sonrisa le crecía con disimulo en el rostro, alzando sus mejillas de forma sutil. Cuando se percató de ello se obligó a sí mismo a eliminarla tras tragar saliva. Sus pasos resonaron conforme sus brillantes zapatos de piel chocaban contra el pulcro suelo de Palacio. 

Para cuando Cadel llegó a su altura y se colocó justo a su lado, las facciones de Darko estaban ya tan tensas como de costumbre.

El muchacho de la armadura, unos pocos años mayor que él, carraspeó antes de continuar con el asunto que habían dejado a medias.

—De veras que no tenía ni idea de que se estaba ejecutando una fleishade en el palacio. De haber tenido conocimiento alguno sobre la prueba habría hecho que la anulasen. No se puede jugar con su vida así como así, señor —se excusó. 

Parecía avergonzado, casi frustrado. 

—Jamás permitiría que le hiciesen daño, espero que sea consciente de ello.

Darko le restó importancia a sus preocupaciones.

—Lo sé, ya me lo has demostrado muchas veces.

Cadel, siguiendo el ritmo apresurado de los pasos de su príncipe, relajó la presión ejercida inconscientemente sobre su mandíbula, aún imperturbable pero visiblemente más calmado. La planta subterránea en la que estaba encerrada la intrusa estaba ya muy lejos de ellos. Por los inmensos pasillos se encontraron con algunos de sus criados, que iban y venían cumpliendo con sus faenas. Darko se dirigió hacia uno de los numerosos jardines reales en busca de algo de aire fresco.

En cuanto pisaron las bonitas baldosas del patio y su visión se llenó de tonos verdes, el Príncipe de Veltimonde respiró hondo.

—Le haré saber a la general Dragomir que quieres hablar con ella en privado —puntualizó el oficial.

Darko se volvió hacia él, que esperaba con las manos tras la espalda.

—Espera —objetó—. Ahora mismo no tengo claro si es una buena idea.

Cadel alzó una ceja.

—¿Por qué no lo sería? —articuló incrédulo— Este tipo de conductas no pueden tolerarse. Sé que es una mujer importante y que la relación entre ambos es estrecha, pero parece que no lo tome en serio.

Darko frunció las cejas negras ante sus palabras. Le dio la espalda y repasó con los ojos la infinidad de plantas del jardín. 

—Ya puedes dejar de ser tan formal. Estamos solos. 

Cadel acató su orden, pero no relajó la postura.

—No me gusta que te trate así. Que ni siquiera tenga la decencia de avisar quiere decir que lo ha hecho apropósito, y eso indica que no te ve como a un igual. No deberías permitírselo.

Darko estiró los labios en una fina línea antes de volver a encarar a su hombre. Sus ojos afilados no transmitían más que una fina advertencia.

—No puedo echarla sin más. Sabes todo lo que ha hecho por el reino. Por mí —se pasó una mano por sus cabellos de carbón sin poder ocultar su inquietud—. Además, recuerda que para todos ahora mismo no soy más que un forastero. Un niño que ha salido de la nada después de estar escondido toda la vida. Está claro a quién quiere el pueblo, es una heroína de guerra. 

El sonido del viento invernal contra las hojas de los enormes arbustos sonó de fondo, como la sinfonía perfecta para lo que estaba por venir.

—Pero aun así... —Cadel se llevó las manos al cinturón, alterando por fin su pose de soldado perfecto.

Rey de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora